Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra.
Mauricio Montoya y Fernando Montoya
“La idiotez es una enfermedad extraordinaria, no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás”
Voltaire
Aunque subsanada, recientemente, la polémica suscitada por el gobierno libertario de Javier Milei en torno a una resolución (187/2025), publicada en enero, en el Boletín Oficial de la Nación, en la que se establecía una nueva escala para evaluar a las personas con discapacidad intelectual, retomando categorías como “idiota”, “imbécil” y “débil mental” (profundo, moderado o leve); puso en evidencia la mezquindad de una administración que se excusó, de manera timorata, arguyendo candidez y afirmando que la idea no era discriminatoria, sino que buscaba enderezar los criterios que se tenían en cuenta para la obtención de pensiones por invalidez.
Sin embargo, al leer la resolución, puntualmente el acápite titulado “Retardos mentales”, la ingenuidad (bien intencionada) de la Agencia Nacional de Discapacidad Argentina (ANDis) parece, más bien, una ignorancia respaldada en los intereses de algunos (fondos pensionales). Se lee en la resolución:
Según el CI (Coeficiente Intelectual) los grupos son: 0-30 (idiota): no atravesó la etapa glósica, no lee ni escribe, no conoce el dinero, no controla esfínteres, no atiende sus necesidades básicas, no pude subsistir solo; 30-50 (imbécil): no lee ni escribe, atiende sus necesidades elementales, pueden realizar tareas rudimentarias; 50-60 (débil mental profundo): solo firma, tiene vocabulario simple, no maneja el dinero, puede realizar tareas rudimentarias; 60-70 (débil mental moderado): lee, escribe, realiza operaciones simples, conoce el dinero, puede realizar trabajos de escasa exigencia intelectual; 70-90 (débil mental leve): cursó primaria y a veces secundaria, puede realizar tareas de mayor envergadura. Fronterizos los que tienen CI cercan al normal.
Le corresponde pensión a los que presentan debilidad mental profunda o mayor. Pero como ejemplo de la complejidad que amerita evaluación particular ya que no encuadran en los mismos, los débiles mentales fronterizos, leves y moderados tendrán derechos pensión cuando no hayan desarrollado sus disponibilidades básicas ni realizado nunca tareas remunerativas, como así también los que tengan debilidad mental disarmónica, cuyos trastornos de personalidad obstaculicen su comportamiento social y aptitud laboral.
En este contexto, idiota es la palabra sobre la que escribimos hoy. Curiosamente y para sorpresa de muchos, la etimología griega del término idiota (ἰδιώτης – idiṓtēs) tiene que ver con un significado muy diferente al que le atribuimos actualmente. Los griegos llamaban idiotas a los ciudadanos que no se interesaban o se mantenían al margen de los asuntos de la política pública, es decir, los apáticos o indiferentes frente al tema político (no piensen en Sergio Fajardo, político colombiano, que decidió irse a ver las ballenas jorobadas en vez de tomar una postura política en las elecciones del año 2022 en Colombia).
Pericles, el gran estadista ateniense, consideraba como idiotas o inútiles a quienes no aportaban en los debates públicos. Platón y Aristóteles, por su parte, los caracterizaban como personas que solo les interesaba la vida privada y no tomaban iniciativas en política, una situación que, según ellos, nos arriesgaba a todos a terminar sometidos a un gobernante inepto, incapaz o indeseado.
Al parecer, todo eso lo entendió muy bien Bertolt Brecht cuando escribió su texto “el analfabeto político”.
El peor analfabeto
es el analfabeto político.
No oye, no habla,
ni participa en los acontecimientos políticos.
No sabe que el costo de la vida,
el precio del pan, del pescado, de la harina,
del alquiler, de los zapatos o las medicinas
dependen de las decisiones políticas.
El analfabeto político
es tan burro, que se enorgullece
e hincha el pecho diciendo
que odia la política.
No sabe, el imbécil, que,
de su ignorancia política
nace la prostituta,
el menor abandonado,
y el peor de todos los bandidos,
que es el político trapacero,
granuja, corrupto y servil
de las empresas nacionales
y multinacionales.
Pero este tipo de acepción originaria de la palabra idiota, cambió con el paso del tiempo, transformándose en un concepto peyorativo y asociado con aspectos intelectuales, legales y psiquiátricos. Así lo definieron los psicólogos franceses Alfred Binet y Theodore Simon quienes crearon la primera prueba de inteligencia en el siglo XX y estipularon que los que tuvieran un CI (Coeficiente Intelectual) menor a 70, debían clasificarse en 3 categorías: “idiota”, “imbécil” y “débil mental”.
Bajo estos y otros contextos, la literatura nos ha legado obras como “Cándido o el optimismo” (Voltaire) y “El Idiota” (F. Dostoievski) en las que sus personajes principales (Cándido y el príncipe Myshkin respectivamente) son presentados como ingenuos o idiotas por sus actitudes y posiciones frente a la vida. Particularmente Voltaire, gracias a su personaje, cuestiona la visión optimista del mundo que defendía el filósofo G. Leibniz.
Por otra parte, la novela de John Steinbeck (De ratones y hombres) es también una muestra, cargada de drama, de lo que puede sucederle a alguien con una discapacidad cognitiva, y a pesar de que el desenlace de la obra es trágico, el asesinato de Lennie, perpetrado por George, otro de los protagonistas, podría entenderse como una acción compasiva.
En este mismo campo, la literatura breve no ha sido ajena a estos temas. Años atrás, la revista virtual Brevilla compiló un texto llamado “Mosaico”, compuesto por una variedad de microficciones sobre la discapacidad. Uno de esos relatos breves fue el siguiente:
DEMENCIA – Lila Fabiana Gómez
Iba perdiendo la memoria, pero ganando intuición. Lo que no rememoraba, lo recordaba haciéndolo pasar nuevamente por el corazón.
De esta manera, tras este recorrido histórico, cultural y literario, se hace necesario, o al menos así lo creemos, recuperar el sentido primigenio de la palabra idiota y reconocer, en aquellos a quienes llamamos discapacitados, personas con capacidades diferentes.
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