Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra.
Mauricio Montoya y Fernando Montoya
“A los muertos no les importa cómo son sus funerales. Las exequias suntuosas sirven para satisfacer la vanidad de los vivos” Eurípides.
Gracias a los medios de comunicación conocimos, en los últimos días, las resoluciones tomadas por el Papa Francisco I desde el Vaticano, por las que se reforma el rito funerario papal. La mayoría de nosotros fuimos testigos de los funerales de los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, y los más inquietos sobre el tema tuvimos que prestar mucha atención para entender cada uno de los ritos que se llevaron a cabo durante la muerte, el funeral y el entierro de los pontífices.
Cuando de funerales se trata, una de las tradiciones que viene de inmediato a nuestra mente es aquella del Sati, la cual fue practicada en la India hasta el año 1829 cuando los ingleses la prohibieron, pues el rito obligaba a la viuda a inmolarse en la pira funeraria en la que era incinerado su marido. Otros ritos funerarios particulares eran los que practicaban los antiguos persas, quienes arrojaban los cuerpos de sus muertos para que fueran devorados por los animales (en especial por los perros); algo similar realizan, hasta la actualidad, los budistas tibetanos, los cuales después de realizar la lectura del Bardo Thodol (libro tibetano de los muertos) entregan el cuerpo de su ser querido a un sacerdote para que lo descuartice y lo deje a merced de los buitres, un ritual que es conocido como “el funeral celeste”.
Los antiguos romanos de cuya lengua proviene etimológicamente la palabra funeral (“fūnus” que significa “cadáver”) asociaban este rito con el enterramiento en las horas de la tarde, al que acompañaban con antorchas para iluminar su regreso a casa. Con el tiempo, el término evolucionó hasta “funeralia” que se refiere a la ceremonia relacionada con el entierro.
En Ghana, por ejemplo, los difuntos son velados en ataúdes que son diseñados a la medida de los gustos que tenía el finado. Por lo general, los féretros son construidos con forma de animales, libros, aviones o pintados con los colores que representan algún equipo de fútbol o a su clan. Mientras que en China es común llevar a los funerales figuras hechas en papel joss, tales como: ropa, casas, carros, dinero, entre otras, las cuales son quemadas en el velatorio, pues se cree que dichos artículos se convertirán en realidad en el más allá, para el bienestar del difunto.
Un funeral singular, que juega entre la ficción y la realidad, fue el que el general peruano Juan Velasco Alvarado le rindió a su pierna y que está narrado por Jaime Bayly en su novela los genios. El hecho extravagante cuenta incluso que Velasco Alvarado invitó a este funeral a los escritores Mario Vargas Llosa y Julio Ramón Ribeyro.
Y aunque en el caso del fallecimiento del Papa se mantiene el particular ritual de los tres golpes en la frente con un martillo de plata que realiza el camarlengo, mientras le llama por su nombre de pila, para certificar su muerte, el Papa Francisco ha excluido la tradición de los tres féretros, el uso de títulos como “Romano Pontífice” durante la ceremonia litúrgica y la obligatoriedad de ser enterrado en la basílica de San Pedro, pues él mismo ha manifestado su deseo de ser inhumando en la basílica de Santa María la Mayor de Roma.
Todo esto no nos hace más que pensar en el cómo será ese ritual por el que todos tendremos que transitar alguna vez. Algunos lo dejarán estipulado en un documento y otros preferirán el azar, pero al final será inevitable
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