Logoi – Fuego

Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra.
Mauricio Montoya y Fernando Montoya

 

El tiempo es el fuego en el cual ardemos

Delmore Schwartz

 

El 30 de mayo del 2025, se cumplieron 594 años de la quema de Juana de Arco en la hoguera, condenada por un tribunal inquisitorial inglés. La llamada “Doncella de Orleans”, acusada de brujería, asumió con pundonor su martirio y en 1920, un 16 de mayo, fue canonizada por el papa Benedicto XV. Al parecer, un guiño, por parte del papado, hacia Francia que desde el siglo VIII era considerada como “la niña de los ojos” de la Iglesia.

No tuvo la misma suerte Jacques de Molay, último gran maestre templario, que 117 años antes de la incineración de Juana, fue condenado a la hoguera tras haber sido víctima de una conspiración urdida por el rey Felipe IV, el hermoso, y el papa Clemente V (la historia está muy bien narrada en el primer libro de la saga de “Los Reyes Malditos” del escritor francés Maurice Druon). Sin embargo, Molay debió haberse dado por bien servido, pues desde la pira, en la que ardía su cuerpo, lanzó una maldición contra el monarca y el pontífice, la cual se cumplió en menos de un año, con la muerte de ambos.

Nunca sabremos cuál de los fuegos fue más purificador (tal vez el que quemó a Giordano Bruno en 1600 en la Plaza de Fiori en Roma), lo cierto es que esas llamas limpiaron las ambiciones de Juana de Arco, Felipe IV y Clemente V, todos tres de origen francés.

El fuego, concebido en muchas doctrinas mitológicas y religiosas como sagrado, fue el elemento por el que se condenó a Prometeo a un castigo eterno. Los dioses del Olimpo no perdonaron la osadía del héroe que les había robado el fuego para entregárselo a los hombres. Una metáfora que representa la posibilidad del género humano de acceder al conocimiento a través del desarrollo del lenguaje (algo de esto puede verse en una curiosa película titulada “La Guerra del Fuego”). En la mitología griega, Hefesto era el señor del fuego y gran hacedor de armas y escudos para personajes como Aquiles o dioses como Apolo y Artemisa. En la actualidad, la herrería se practica cada vez menos, pero en Austria, la familia Schmidberger sigue forjando las armas y las armaduras de los guardias suizos que custodian la Ciudad del Vaticano.

Vale acotar, que una milenaria religión, como el mazdeísmo, rinde culto al fuego, una prescripción dada por Zoroastro a sus seguidores por allá en el siglo X a,C. Algunos estudiosos y profesantes de este credo, creen que de allí vino la tradición cultual hacia Agni, diosa del fuego, en el hinduismo; el rito diario del fuego, llamado aarti, en la India y la luz que se mantiene encendida en los sagrarios de las iglesias cristianas.

Además de los alquimistas, los marineros del Imperio Bizantino guardaban celosamente los secretos del fuego. Los primeros, lo vinculaban con el poder de la voluntad y de la transformación de la materia en oro; mientras que los segundos, lo aprovecharon como arma de guerra para repeler a los invasores que llegaban por el mar. Conocido como el “fuego griego”, esas granadas incendiarias, con capacidad para arder en el agua, fueron el embrión de lo que Robert Oppenheimer descubrió, siglos después, con el proyecto Manhattan, para el desarrollo de la bomba atómica.

Una leyenda cuenta que el filósofo clásico Empédocles se suicidó tirándose al volcán Etna, una elección que lo inmortalizó, lo mismo que a los 25 tibetanos, entre ellos varios monjes budistas, que se prendieron fuego en el Tíbet, en el año 2009, para protestar contra la dominación china de su nación.

La Biblioteca de Alejandría (47 a,C); varios monasterios en la Edad Media; la fábrica Triangle Shirtwaist en Nueva York (25 de marzo de 1911), donde murieron 146 personas, la mayoría mujeres; el Reichstag alemán (1933); y la Catedral de Notre Dame en París (2019); entre muchos otros lugares, han sufrido, también, las inclemencias del fuego, algunas veces de manera accidental y otras con una deliberada intención.

La cosmovisión medieval, especialmente la vinculada con los pensamientos católico y musulmán, utilizó el fuego como sinónimo de tormento. El infierno y el purgatorio, en el catolicismo, están cargados de llamas y en el Islam, el Yahannam (infierno) es un lago de fuego en el que perecen los no piadosos que se han alejado de Dios.

Otra forma de uso del fuego ha sido la “tulpa”, nombre con el que se le conoce al fogón en las comunidades indígenas y campesinas del departamento del Cauca (Colombia). En estas tierras, el fogón encendido es signo de sacralidad y sirve como referente, alrededor del cual se reúne la familia o la comunidad para preparar los alimentos, transmitir la palabra o armonizar a las personas o los espacios. Esta acepción del fuego, se relaciona muy bien con su etimología latina, asociada con el término “focus” que se refería al centro del hogar, donde se encontraba la lumbre.

Finalmente, en la literatura, el fuego ha tenido papeles representativos (ya hemos mencionado la novela de Ray Bradbury -Fahrenheit 451- en otras columnas). Ejemplos de esto son: el cuento “Las ruinas circulares” de Jorge Luis Borges, un relato en el que el fuego es el agente que revela a los personajes que no son reales, sino simples proyecciones del sueño de otros; y el proyecto “Mujeres de fuego” en el que se narra la historia de mujeres que han sido víctimas de la violencia y han sobrevivido a sus secuelas.

Logoi

Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra. Por: Mauricio Montoya y Fernando Montoya

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