Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra.
Mauricio Montoya y Fernando Montoya
“Ahakoa he iti, he pounamu”
“Aunque es pequeño, es un tesoro de jade”
Proverbio Maorí
Los Maoríes, un grupo étnico de Nueva Zelanda, acuñaron en su cultura el proverbio con el que abrimos esta columna. En esta sentencia se habla del ponamu, una pequeña piedra preciosa que es sagrada para este pueblo y que según sus creencias, cada vez que se encuentra una, esta debe pulirse y regalarse a otra persona, la cual tendrá que hacer lo mismo cuando encuentre otra ponamu. Un rito interpretado bajo los parámetros de la reciprocidad y los buenos augurios.
Aunque suene extraño, muchas de las tradiciones (con sus particularidades) que poseemos, son herencia de los diversos pueblos étnicos que han habitado nuestro mundo desde tiempos milenarios. Bastaría con leer un ensayo del etnólogo francés Marcel Mauss (El ensayo sobre el Don) para comprender que nuestras relaciones, especialmente las asociadas con fiestas o agasajos (cumpleaños, matrimonios, despedidas, entre otras), se fundamentan en intercambios interesados en una devolución de algo que sea igual o mejor, en relación con lo que uno ha regalado.
De igual manera, si pensáramos en una actividad como el trueque, muy utilizada por nuestros antepasados indígenas, como un ritual propio de sus etnias, no tendríamos que sorprendernos al saber que en tiempos de crisis, como los que hemos vivido en las últimas décadas, estrategias como estas sirvieron a pueblos como el argentino para sobrevivir durante la época del corralito financiero (2001), todo esto gracias a un proyecto llamado “el trueque solidario”.
En este sentido, étnico es el concepto del que nos ocuparemos hoy. Originario del griego ἐθνικός (ethnikós) y que deviene al latín como ethnĭcus, significa perteneciente a una etnia o pueblo. De igual forma, se relaciona con todo lo que tiene que ver con ese pueblo (lengua, cultura, música, filosofía, religión, etc). En una palabra, con su cosmovisión (visión del orden del mundo).
No obstante, el adjetivo étnico ha tenido transformaciones lingüísticas como la de etnocidio, un sustantivo que indica un crimen sistemático a través del cual se destruye una etnia o pueblo. Uno de los casos más representativos de un etnocidio (aunque las cortes internacionales también lo reconocen como un genocidio) sucedió en Guatemala durante la guerra civil (1960 – 1996) y afectó a millones de indígenas del pueblo maya ixil. Tan sólo durante los 17 meses que duró el gobierno del dictador militar Ríos Montt, se cree que fueron asesinados unos 1.700 indígenas.
Entre otros casos escalofriantes, recordamos el exterminio perpetrado en Ruanda, en 1994, cuando el grupo étnico Hutu masacró indiscriminadamente alrededor de 800.000 personas pertenecientes a la etnia Tutsi; la separación forzada de 150.000 niños indígenas canadienses, los cuales fueron enviados a colegios católicos en los que se les obligaba a olvidar sus tradiciones y en los que también, como luego se comprobó, fueron sometidos a abusos físicos, psicológicos y sexuales, todo esto ocurrido entre los años 1883 y 1996; y la persecución recurrente e histórica contra la etnia gitana en Europa, la cual está orquestada, en la actualidad, por grupos radicales de extrema derecha que cada vez más pululan en el viejo continente.
En Colombia, por ejemplo, existen varios grupos étnicos (indígenas, afro, raizales, palenqueros y gitanos) y cada uno de ellos tiene una historia sobre el porqué, el cómo y el cuándo pasó todo lo que les pasó. Asesinatos, desplazamientos, desapariciones, esclavitud, persecuciones y olvidos, han sido algunas de las realidades por las que siguen atravesando estos pueblos, catalogados por muchos, especialmente por los estadistas, como minorías étnicas.
Pero a pesar de todo esto, la riqueza que florece en estos pueblos es digna de ser contada y replicada en cada uno de los rincones de nuestro país. Más de 100 pueblos indígenas que resisten en sus territorios y que con sus 65 lenguas nos narran miles de experiencias; un palenque (San Basilio de Palenque – Cartagena) en el que se recuerdan las luchas y las enseñanzas de Benkos Biohó; unas islas (San Andrés, Santa Catalina y Providencia) en las se canta en creole y se trabaja por un reconocimiento que vaya más allá de un fallo de La Haya; una comunidad que migra con su carruaje y cuyos atuendos y maravillas, como la quiromancia, nos asombran; y un pueblo afro que nos enamora con sus alabaos y arrullos, y nos permite disfrutar de la pluma de escritores como Arnoldo Palacios y Manuel Zapata Olivella.
Lo que queda claro con todo esto, es que lo étnico también significa resistencia. Una afirmación que puede sustentarse en una frase del rey congo Fraicico, un personaje de la novela ficcional (Enkríkamo – Batallas de un rey congo en el señorío de Huachipa) del escritor peruano Cronwell Jara, en la que se cuenta la historia de un pueblo africano, llegado como esclavo a las tierras del Virreinato del Perú y que ante tantos atropellos se rebela contra sus opresores, bajo la proclama de su rey:
“Olofoi (Dios) nos creó para este día -se iluminó Fraicico con voz de Oricha-. Bendito sea. Pues este día es sagrado. Contiene todos los tiempos…”
Nota: Esta columna fue publicada originalmente en la revista literaria Cronopio.
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