Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra.
Mauricio Montoya y Fernando Montoya
El espionaje es una profesión tan antigua como la prostitución. En la antigua Roma, por ejemplo, existieron los Frumentarii, funcionarios encargados de recorrer los caminos imperiales para llevar los granos que alimentaban a las legiones. Con el tiempo, a su actividad se le atribuyeron nuevas funciones como la de vigilar e informar a las autoridades principales sobre el obrar de la soldadesca y el actuar de los gobiernos de las provincias. Los historiadores coinciden en afirmar que los Frumentarii fueron el antecedente de los “agentes in rebus”, verdaderos genios del arte de espiar que se consolidaron, durante el periodo del emperador Diocleciano, como un sistema de transporte de correos que terminó como una “agencia” de inspectores y vigilantes de los funcionarios y de los puertos del imperio. Vale decir que en el mundo antiguo, la mayoría de los pueblos tenían espías y, a su vez, estrategias para evitar ser espiados.
Ya en la Edad Media, el concepto de espía se hizo conocido gracias a un documento de 1264 en el que los Venecianos denominaban así a los foráneos, especialmente a los germanos, que circulaban por Venecia averiguando e interrogando a sus habitantes por asuntos relacionados con el gobierno, la guerra o las rutas comerciales.
Para muchos Reyes y cortesanos, los primeros sospechosos de espionaje eran los embajadores extranjeros, pues, al parecer, estos no escatimaban en detalles al momento de buscar información que sirviera a sus intereses y a los de su regente. Pero también hubo espías ocasionales o privados como los mercaderes, los juglares y hasta los religiosos que recibían recompensas por el nivel de información que entregaban. Sin embargo, el más particular de todos los espías, en aquella época, era el agente doble (un modelo de lo que actualmente sería la contrainteligencia o la infiltración), un espía que era descubierto y capturado, pero que en vez de ser ejecutado era obligado a servir a su captor en contra de quien lo había contratado o reclutado inicialmente.
En tiempos modernos, el espionaje ha evolucionado gracias a medios técnicos e informáticos que, manipulados satisfactoriamente por especialistas, han sido tan importantes como un arma de guerra. Fue tal vez durante la denominada guerra fría que los espías y las agencias de inteligencia adquirieron su mayor protagonismo. El FBI (EE UU) y la KGB (URSS) fueron las más conocidas. Películas, cómics y novelas popularizaron (hasta hoy lo hacen) centenares de dramas de espías y vigilados. Entre los más inimaginados podríamos contar algunos de la STASI, la agencia de espionaje de la Alemania oriental (RDA), que extendió su brazo desde el Berlín oriental hasta países de la Europa del este como Polonia o la extinta Checoslovaquia. Historias como la de Lutz Riemann, un actor de televisión de la RDA, que espiaba a sus familiares y allegados durante las fiestas y las cenas íntimas, muestran el nivel de influencia de la STASI en la vida cotidiana de los berlineses orientales. Escenarios que relataría muy bien George Orwell, en el año 1949, cuando condensara la idea del espionaje en el “Gran Hermano” (súper vigilante o gran ojo), protagonista de su obra distópica “1984” que se replicaría, posteriormente, en diferentes Reality Shows.
Pero estos escándalos no han sido ajenos a nuestras débiles y pobres democracias latinoamericanas. Casos como el de las acusaciones recientes contra el gobierno actual de Colombia, en relación con chuzadas o interceptaciones a opositores, reviven un fantasma engendrado durante los periodos presidenciales de Álvaro Uribe Vélez y su asesor presidencial José Obdulio Gaviria, dignos imitadores de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, quienes se hicieron famosos, en Perú, por las interceptaciones ilegales a las líneas telefónicas de sus opositores, conocidas en ese país bajo el nombre de chuponeo.
No obstante, la situación más mediática ha sido la de Julián Assange a quien el gobierno de los Estados Unidos acusó y persiguió por haber filtrado información militar, en su plataforma WikiLeaks, sobre las guerras de Afganistán e Irak. Los norteamericanos acusaron a Assange de espionaje y de poner en riesgo la seguridad nacional. Tras años de batallas legales y de luchas lideradas por los defensores de la libertad de expresión, el gobierno de uno de los países que más ha utilizado el espionaje, para desestabilizar a sus contradictores y alcanzar beneficios particulares, pasará a la infame historia como un ejemplo de “benevolencia” al haber llegado a un acuerdo con el periodista australiano Assange, el cual se liberará de pagar los 175 años de prisión que pedía la justicia americana en su contra.
Bajo este panorama, espía es la palabra que traemos para nuestra columna de hoy, la cual deriva de la raíz germánica Spähen (ver a lo lejos) y deviene en el término alemán Spion, significando, entonces, el sujeto que observa clandestinamente para obtener información.
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