Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra.
Mauricio Montoya y Fernando Montoya
¿Adónde van los desaparecidos?
Busca en el agua y en los matorrales
¿Y por qué es que se desaparecen?
Porque no todos somos iguales
¿Y cuándo vuelve el desaparecido?
Cada vez que los trae el pensamiento
¿Cómo se le habla al desaparecido?
Con la emoción apretando por dentro.Rubén Blades – Canción Desapariciones.
En 1948, la ciudad de Praga, por aquel entonces capital de Checoslovaquia, fue testigo de la llegada de los comunistas al poder, tras un golpe de Estado contra el presidente Edvard Beneš. En el discurso que motivó el levantamiento, el líder comunista Klement Gottwald, desde el balcón del Palacio Kinský, se dirigió al pueblo para anunciar la llegada del nuevo modelo que regiría el país. El momento quedó inmortalizado en una fotografía en la que aparecían Gottwald y varios camaradas, entre ellos, Vladimir Clementis, un prestigioso abogado y político comunista que durante aquella escena se quitó su gorro de pieles para ponérselo a Gottwald y así evitar que la nieve lo azotara.
“La recompensa”, por ese gesto, llegaría cuatro años después, cuando Clementis fuera acusado de traición y condenado a la horca. Pero esa no sería su única condena, pues, acto seguido, el Ministerio de Propaganda procedió a eliminar a Clementis de todas las fotografías en las que aparecía, incluida la del balcón del palacio, en la que de Clementis sólo quedó su gorro en la cabeza de Gottwald. Esta historia es relatada por Milán Kundera en la primera parte de su obra: “El libro de la risa y el olvido”, titulada “las cartas perdidas”.
Sin embargo, tal acontecimiento no había sido el primer experimento de Photoshop, pues ya en latitudes cercanas a las de Checoslovaquia, específicamente en la Unión Soviética, J. Stalin había utilizado el mismo método para desaparecer de las fotografías a personajes que con el tiempo se le hicieron indeseables. El caso más renombrado es el de la desaparición de la imagen de L. Trotski de centenares de fotos.
Con estas anécdotas, los lectores ya habrán podido darse cuenta que nuestra columna de esta semana trae una segunda parte, estilo película, de la palabra desaparición. Término cuyos sinónimos y acepciones son múltiples y que también podemos asociar con la sorpresa o el asombro que nos invade y nos lleva a preguntarnos: ¿qué pasó? O ¿por qué pasó?
En Argentina, por ejemplo, al igual que en otras partes del mundo (México con el caso de los desaparecidos de la Plaza de Tlatelolco en 1968 y, también, con los normalistas de Ayotzinapa en 2014), la pregunta más recurrente es: ¿dónde están los desaparecidos? En tal contexto de angustia y de ausencia, el fotógrafo Gustavo Germano llevó a cabo un experimento, llamado “Ausencias”, en el que invitó a familiares y amigos de víctimas de desaparición forzada a buscar viejas fotografías que se hubieran tomado, en algún momento de su vida, con la persona desaparecida y luego, acompañándolos con su cámara, pudieran ir a esos mismos lugares y, en condiciones similares, tomarse nuevamente la foto, pero esta vez con la dolorosa ausencia del ser querido (en la actualidad, esta experiencia ha sido replicada en decenas de países por artistas y colectivos de familiares que buscan a sus desaparecidos).
No obstante, como lo mencionamos en nuestra columna anterior, la concepción de delito de lesa humanidad no es la única que define la desaparición. La ufología, verbigracia, habla de casos en los que agentes extraterrestres (OVNIS) han contactado con personas de nuestro planeta y se los han llevado a otras dimensiones para nunca más volver a este plano. Por otra parte, en asuntos políticos y de índole territorial, famosas fueron las desapariciones, desintegraciones o disoluciones de países como Checoslovaquia, La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y Yugoslavia, esta última con un desenlace que incluyó una guerra civil y un genocidio.
Y, por si no fuera ya bastante surrealista el tema, en Japón existen empresas que ofrecen el servicio para desaparecer a las personas de su realidad, brindándoles, incluso, manuales para que todo salga a la perfección. Los clientes de este “emprendimiento” son conocidos como “Jouhatsu” que, traducido literalmente, significa “evaporación”. Los evaporados, como se les dice coloquialmente, deciden, de un momento a otro, desaparecer la vida que llevan y mudarse a otra nueva. Muchos desaparecen una noche y no retornan jamás a sus hogares. Las estadísticas hablan de 90 mil japoneses que desaparecen al año por este fenómeno. Una práctica que va más allá de aquello que el director francés Michel Gondry quiso mostrarnos, en 2004, con su película “El eterno resplandor de una mente sin recuerdos”.
Finalmente, la desaparición es algo que todos tendremos que afrontar algún día. Por descomposición o por incineración nuestro cuerpo desaparecerá, exceptuando a los criogenizados, y nuestra esencia o alma, según como se le llame en cada cultura, se liberará para vivir eternamente en otra dimensión o retornará a este mundo, cumpliéndose así la ley del samsara.
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