Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra.
Mauricio Montoya y Fernando Montoya
Tal vez las nuevas generaciones o los llamados “millennials” nunca han escuchado las palabras “coroto” o “reblujo”. Términos muy usados en algunos países de habla hispana, pero en especial en un territorio como el departamento de Antioquia (Colombia).
“Recogé esos corotos”; “organizá ese reblujero” o “llevá todo eso para el cuarto del reblujo” eran expresiones (casi siempre órdenes) muy repetidas por los padres y los abuelos de antaño. Los que sí sabíamos lo que significaban, obedecíamos de inmediato.
Aunque no es la palabra central de nuestra columna de hoy, comenzaremos por hablar del vocablo “reblujo”, el cual no se encuentra incluido en el diccionario de la lengua española, pero sí en el diccionario de americanismos, donde se reconoce como un colombianismo y es definido como un conjunto de cosas desordenadas. Este mismo diccionario recoge como verbo “reblujar”, pero no dice nada de “reblujero”.
Resulta tan particular este colombianismo que hasta uno de los más temidos delincuentes (Braimer Darío Muñoz Rivera) de la banda criminal “los chatas” del municipio de Medellín era apodado “reblujo”. “Así cayó ‘Reblujo’, narco jefe de la temida red ‘los Chatas’ de Medellín”. Este fue el titular del periódico El Tiempo, en el mes de septiembre de 2022, cuando “reblujo” fue capturado.
Pero es de la palabra coroto que nos interesa hablar. Sin embargo, era perentorio iniciar con “reblujo”, pues coroto ha sido, irremediablemente, asociado también con el desorden. Nada más alejado de la realidad.
A pesar de que la RAE reconoce el concepto (Coroto) y lo define como un objeto cualquiera (incluso lo llama cacharro) que no se quiere mencionar o cuyo nombre se desconoce; la definición es bastante peyorativa. Es por eso que resulta necesario ilustrar a los académicos de la lengua española, invitándolos a visitar dos lugares donde los corotos están cargados de sentido: el museo de las relaciones rotas en Zagreb (Croacia) y la Corototeca en San Luís (Antioquia).
El primero fue creado en 2006 por un par de artistas croatas que buscaban un espacio en el cual se pudieran recoger, gracias a donaciones, objetos (corotos) relacionados con una fallida relación amorosa. Desde peluches, cartas suicidas, juguetes, utensilios de cocina, ropa y hasta un hacha que una mujer de Berlín utilizó para destruir los muebles de su amante, se pueden encontrar en este peculiar lugar. Un escenario que, sostienen sus creadoras, proporciona una especie de catarsis o duelo a cada uno de los donantes.
En cuanto a la Corototeca, este es un proyecto llevado a cabo por un colectivo de víctimas del municipio de San Luis (Antioquia) que resolvieron reunir en un pequeño museo, Corotos que mantienen viva la memoria de lo acontecido durante el conflicto armado en ese territorio. Una curiosidad de esta colección es que la etiqueta que describe la historia de cada uno de los corotos no supera las 100 palabras, una idea de la creadora y acompañante de este proceso, la doctora Gloria Amparo Bohórquez Arias, quien lo explica de esta manera:
“100 palabras es un texto reducido que puede inspirar al lector a leer; puede sintetizar el texto de una hoja; representa estética o uniformidad en el punto de la Corototeca; es un juego de palabras; es un juego literario; habla de una manera distinta de narrar un acontecimiento emocional vinculado al coroto. Las 100 palabras pueden llevar a pensar que este número se duplica, se multiplica, o que matemáticamente representa un tiempo de espera para la persona familiar de la víctima, quien aspira encontrarle una respuesta a una espera, a una verdad, a un desenlace”.
Uno de esos objetos de la Corototeca es un tarro de leche cuya descripción dice lo siguiente:
“Arriba del cementerio requisaban bolsas, cajas y costales por si encontraban enlatados, arroz, baterías o leche, según ellos, podría ser encomienda para la guerrilla, por eso camuflé varias veces entre pañales la leche para mis niñas, y no olvido cuando un joven con la marca AUC en su uniforme, la descubrió; esa tarde donde quitaron unas botas y vino que alguien llevaba, pidieron también cédulas y advirtieron que nos podían matar. Recuerdo la guardería que yo tenía, cuando intensificaba los juegos con los niños mientras pasaba el escándalo de los hostigamientos entre guerrilla y paramilitares, para evitar que se asustaran”.
Así las cosas, tendremos que escribir a la RAE para que incluya entre las acepciones de la palabra coroto la siguiente: objeto significativo que nos evoca distintos momentos de nuestra existencia.
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