Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra.
Mauricio Montoya y Fernando Montoya
“Y en después que en las cantinas bebían hasta gasolina, hoy sólo es whisky con soda oyendo enredos y jodas de música neoyorquina…”
Mario Tierra
El trovador y cantautor antioqueño Mario Tierra escribió en 1982 su célebre poema titulado “la caranga resucitada”. Una retahíla en la que se hacen manifiestas las características de aquellos que transitan hacia el arribismo y que en tiempos más recientes suelen utilizar frases como usted no sabe quién soy yo.
Este tipo de personajes tienden a negar sus raíces y se presentan en sociedad como lo que no son, aparentando ser de una clase social más alta o queriendo llamar la atención después de haber tenido un golpe de suerte, como el de ganar la lotería o el de escalar social o económicamente.
En el diccionario de americanismos, la caranga es definida como un insecto, conocido como chinche o pulga, que se oculta entre la ropa, los colchones o los muebles, picando a sus víctimas y dejándoles irritada la piel en el lugar de la picadura. Además, el adjetivo de resucitada es una forma de referir el hecho de cómo se puede pasar de la sencillez a la arrogancia.
No obstante, es de la palabra catrina, sinónimo de la caranga resucitada y que proviene del concepto “catrín” (hombre de la clase alta, elegante y bien vestido), que queremos hablar en esta columna. Aunque actualmente, el término y también su representación como calavera, se asocian con la festividad del día de los muertos en México (incluso se le iguala con Mictecacihuatl, diosa azteca de la muerte) y su imagen es común en altares y disfraces, su sentido original es otro y está relacionado con la burla o la crítica que ilustradores y caricaturistas, como José Guadalupe Posada, hicieron, en 1912 en México, hacia las personas humildes, regularmente indígenas, que vendían garbanzos en las plazas, pero que en las noches renegaban de sus orígenes y se querían hacer pasar como europeos, de ahí que Posada la bautizara “calavera garbancera” y le dibujara un sombrero ostentoso, al estilo del viejo mundo.
Pero la historia de la que luego pasaría a denominarse, definitivamente, catrina tiene su colofón en la obra del muralista mexicano Diego Rivera, titulada sueño de una tarde dominical en la Alameda central. En este mural, no solamente aparece el autorretrato del artista sino también figuras importantes de la historia de México (Francisco Madero, Frida Kahlo, entre otras) que comparten escenario con la calavera garbancera y a la que Rivera ilustra de cuerpo entero y con un vestuario rimbombante y algo estrafalario.
Sin embargo, y a pesar de estas claridades, el turismo y el mercado han convertido a la catrina, antigua calavera garbancera, junto con la figura de la santa muerte en símbolos del día de los muertos, en especial en México. Investigaciones previas a la aparición de la pandemia del Covid 19 demostraron que tan sólo en 2019, los días 1 y 2 de noviembre arrojaron un dato de 774 mil turistas, la mayor parte mexicanos, que coparon los hoteles en un 64% (Almundo.com). De igual manera, el comercio se vio favorecido con la venta de flores, disfraces y alimentos, estos últimos utilizados para las ofrendas a los difuntos.
Finalmente, no queda más que comprender la importancia de estos ritos populares que enriquecen nuestros imaginarios y que también nos recuerdan, como lo afirmara José Guadalupe Posada, que: «la muerte es democrática, ya que, a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera».
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