Logoi – catilinarias

Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra.  
Mauricio Montoya y Fernando Montoya

 

¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?

¿Hasta cuándo esta locura tuya seguirá riéndose de nosotros?

¿Cuándo acabará esta desenfrenada osadía tuya?

Cicerón (Primera Catilinaria)

Ya desde la antigüedad era común pronunciar discursos y diatribas en contra de personajes, esencialmente poderosos, con el fin de poner en evidencia o denunciar actitudes autoritarias o de hipocresía. El orador griego Demóstenes, por ejemplo, fustigó con sus palabras los intereses de dominio de Filipo II de Macedonia. Sus intervenciones pasaron a la historia con el nombre de filípicas y el retórico latino Cicerón (gran admirador de Demóstenes) las retomó, pero esta vez para atacar los intereses despóticos de Marco Antonio en la época del segundo triunvirato romano.

Sin embargo, han sido las catilinarias (un total de cuatro discursos de Cicerón contra Catilina) las más recordadas del mundo antiguo, tanto así que el escritor ecuatoriano, Juan Montalvo, copió el nombre para su obra de 12 ensayos en los que criticaba al dictador Ignacio de Veintemilla y Villacís, un militar que ocupó el poder en Ecuador entre 1876 y 1883.

Pero, ¿quién era Catilina y por qué su nombre ha llegado hasta nosotros? La historiografía cuenta que este personaje, además de asesino, era ambicioso y un urdidor de estrategias para acceder a cargos como el de Cónsul en Roma y desplazar a todo aquel que se le opusiera. Su enemigo principal fue el Cónsul y orador romano Cicerón, quien lo increpó frente al senado de Roma, desenmascarando sus intenciones y dejando su nombre, en el imaginario de la política, como sinónimo de demagogo, traidor, conspirador y bribón (ya la pluma de Platón nos había dejado la historia apócrifa de Alcibíades, otro pícaro del mundo clásico).

Del mismo modo, Catilina se haría famoso por ser el protagonista de las andanadas de Cicerón en su contra, las cuales pasaron a llamarse, hasta hoy, Catilinarias, aludiendo a discursos críticos y mordaces que se dirigen, no como odas, contra cualquier oportunista o tartufo, este último término, relacionado con una de las obras del dramaturgo francés Molière que hace referencia a una persona hipócrita o de doble moral.

Bajo este panorama, catilinaria(s) es la palabra de la que nos gustaría hablar el día de hoy. Su derivación (ya explicada) nos hace pensar en los discursos acusatorios, en los debates de control, en las críticas o en las reprimendas contra los centenares de Catilinas que encontramos en el mundo. Personajes como Calígula, Gengis Kan, el papa León X, Napoleón, Mussolini, Hitler, Truman, Hirohito, entre otros, bien habrían podido fungir como “copias” históricas de Catilina.

Por su parte, en el escenario colombiano, verbigracia, podríamos señalar algunos modelos de catilinaria(s): Las cartas de Eladio Urisarri contra Francisco de Paula Santander (Cartas contra Santander); la biografía de Simón Bolívar escrita por Rafael Sañudo (Estudios sobre la vida de Bolívar); las recriminaciones de Vargas Vila a los EE. UU (Ante los bárbaros); el debate de Jorge Eliécer Gaitán sobre la masacre de las bananeras (1929); el manifiesto de los nadaístas contra las tradiciones colombianas (Manifiesto nadaísta); la crítica de Fernando Vallejo a la iglesia (La puta de Babilonia); entre otros.

Por último, para redondear esta columna, es perentorio volver sobre las filípicas ciceronianas, pues ellas fueron una de las causas del odio que Marco Antonio y su esposa Fulvia descargaron contra el filósofo romano hasta el punto de fraguar su asesinato, ordenando que cortaran sus manos y también su cabeza. Algo similar le sucedería, años después, a Juan el Bautista cuando Herodías y Salomé, cansadas de sus sermones morales, le exigieran a Herodes que lo decapitara. Ambos acontecimientos fueron recreados magníficamente en la pintura. El primero en un cuadro de Francisco Maura y Montaner (La venganza de Fulvia – 1888) que se encuentra en el museo del Prado (Madrid), y el segundo en una obra de Caravaggio (Salomé con la cabeza de Juan el Bautista – 1607) que se expone en Londres en la galería nacional. Así las cosas, sólo queda rogar para que los escritores de catilinarias estén a salvo de Fulvia(s), Antonio(s), Herodes, Herodías y Salomé(s).

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Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra. Por: Mauricio Montoya y Fernando Montoya

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