Logoi – Carácter

Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra.

 

Mauricio Montoya y Fernando Montoya

 

«La palabra más imprecisa de todas: yo”».

Elias Canetti.

 

El pasado 14 de agosto del presente año (2024), se conmemoraron tres décadas del fallecimiento del escritor Búlgaro Elias Canetti. Antes de morir (1994), el mismo Canetti había dado instrucciones para que varias de sus obras, entre ellas sus diarios y su correspondencia, permanecieran resguardadas en una biblioteca de Zúrich (Suiza) hasta que se cumplieran 30 años de su muerte.

Con la apertura de estos archivos, seguro que conoceremos aspectos más íntimos de la vida de Canetti. Desde ya, sin duda, centenares de investigadores y traductores deben estar buscando la forma de acceder a estos documentos.

Canetti fue un autor consagrado, lo que lo llevó a conseguir el Premio Nobel de Literatura en 1981. Novelista, ensayista y autor de fragmentos (apuntes), sus dos grandes producciones fueron “Auto de fe” y “Masa y Poder”. La primera, una novela que retrata la vida de Peter Kien, un sinólogo (experto en el estudio de la cultura China) y amante de los libros que se ve envuelto en una serie de desventuras a lo largo de su existencia; y el segundo, un ensayo en el que se dejan al descubierto los alcances del poder y los peligros de la masa.

Sin embargo, no es de estas obras que nos interesa hablar en esta nota, sino de aquella titulada “El testigo oidor” (1974), un trabajo en el que Canetti rescata el método de descripción caracterológica que ya en la antigüedad griega había desarrollado el filósofo y botánico Teofrasto en un libro llamado “Caracteres morales”, y que también utilizó el escritor francés, Jean de La Bruyère en el siglo XVII, para construir una “fotografía moral” de algunos personajes de su época. Canetti expone en esta obra 50 perfiles (caracteres) que retratan diferentes dimensiones del ser humano, cada uno de ellos como un tipo de carácter al que el hombre, en algún momento de su existencia, se ve abocado.          

Bajo estas circunstancias, carácter es la palabra de la que queremos hablar esta semana. Derivada del griego χαρακτήρ (charaktḗr), significa “el que graba”, en otras palabras, “el que marca”. En tal sentido, aparecen entonces términos tales como: característico (perteneciente al carácter), caracterización (acción de caracterizar), caracterizar (convertir en carácter) y caracterología (estudio de caracteres).

En consecuencia, no hay mejor forma de terminar esta columna que citando algunas de las sentencias (muchas podrían constituir microficciones al unirse) con las que Canetti define las características de varios de sus caracteres.

* La Ovillapenas nunca ha estado encinta, por eso puede hablar así. Jamás ha confiado en un hombre, desvía la mirada en cuanto alguno la observa. Ha cosido por encargo, aunque tampoco eso es seguro. Conoció gente que murió antes de que acabaran las costuras. De ellos no obtuvo un céntimo. Pero no se queja. Lo añade al ovillo. En él si que confía, todo es cierto y sucede tal como aparece en el ovillo.
* En su cartera el Proyectista tiene planes, convocatorias, dibujos y cifras. Los conoce a la perfección, él mismo saltó, prefabricado, de su cartera a la vida. Nunca fue engendrado, ninguna madre lo tuvo encinta, siempre supo leer y contar. Jamás fue un niño prodigio, porque jamás fue un niño. No envejece nunca, nunca fue más joven: los años no cuentan en su sistema de planificación.
* La Blanquisidora jamás está del todo contenta, pues hasta ella encuentra manchas en su lencería. Hay que ver como se arrebata al descubrir un punto diminuto. Se vuelve un peligro, como una serpiente venenosa, Abre la boca y descubre sus horribles colmillos ponzoñosos. Se yergue antes de atacar !ay de la pobre manchita!.
* El Cazaperfidias escudriña los riñones y no se deja engañar. Sabe que hay oculto tras las máscaras inofensivas, adivina al instante lo que alguien quiere de él y, antes de que la máscara caiga por sí sola, la arranca con gesto rápido y decidido.
* La Inventada no ha vivido nunca, pero está ahí y se hace notar. Es muy hermosa, aunque de modo distinto para cada cual. De ella se han dado descripciones extáticas. Algunos elogian sus cabellos, otros sus ojos. Pero hay desacuerdo en cuanto al color, que va desde un brillante azul dorado hasta el negro más intenso, y eso vale también para el cabello.
* El Caldealágrimas va cada día al cine. No tiene por qué ser siempre una novedad, también le atraen los programas viejos, lo importante es que cumplan su objetivo y le arranquen un profuso caudal de lágrimas. Ahí sentado en la oscuridad e inadvertido, espera su plenitud.
* La Finolora teme los olores y los rehúye. Abre la puerta con cautela y vacila antes de cruzar un umbral. Girada a medias, se detiene un momento para oler con una de sus fosas nasales y reserva la otra. Estira un dedo hacia el espacio desconocido y se lo lleva a la nariz. Luego obstruye con el una fosa nasal y olisquea con la otra.
* El Legado vive siempre donde lo utilizan y quiere seguir siendo utilizado. Hay momentos en que no sabe a quién pertenece y espera que se abra un testamento. No bien queda claro quién lo hereda, se torna insustituible.

 

Adenda: Si nos pidieran construir un estudio caracterólogico de la sociedad latinoamericana, no sería extraño que, al final de tal empresa, concluyéramos que lo escrito, no puede ser otra cosa más que un bestiario.

Logoi

Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra. Por: Mauricio Montoya y Fernando Montoya

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