Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra.
Mauricio Montoya y Fernando Montoya
«El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho»
Miguel de Cervantes.
En Copenhague (Dinamarca) existe una biblioteca humana, la cual fue fundada en el año 2000 por Ronni Abergel y cuyo objetivo principal era el de ofrecer personas como verdaderos libros abiertos. Los usuarios que visitan el lugar pueden elegir una persona y sentarse a conversar con ella por horas, si así lo desean, teniendo la oportunidad de conocer la portada, la introducción, las historias y el desenlace de un “libro humano” que tiene nombre y apellidos. Esta interesante idea ya se ha exportado a más de 50 países.
Tal vez con una historia como esta podría haber empezado su intervención el exsecretario de cultura de Medellín Manuel Alejandro Córdoba Jiménez, quien días atrás, en un acto público, manifestó saber poco sobre cultura, archivos y bibliotecas. Su imprudencia, como la llaman algunos, le costó el cargo, pero, para nuestra fortuna, puso en la palestra la discusión sobre el papel y el uso de las bibliotecas.
Bajo este panorama, biblioteca es la palabra de la que nos ocuparemos en nuestra columna de hoy. Cuenta una leyenda (desvirtuada por investigadores musulmanes) que en el siglo VII el califa Omar dio la orden de destruir la biblioteca de Alejandría bajo el siguiente argumento: “Si esos libros están de acuerdo con el Corán, no tenemos necesidad de ellos, y si se oponen al Corán, deben ser destruidos”. Un acontecimiento que, real o no, fue pan de muchos días, pues centenares de centros de pensamiento (bibliotecas) fueron destruidos por radicales a lo largo de la historia. Basta con recordar la infame destrucción, en 1258, de la casa de la sabiduría, ubicada en Bagdad, a manos de una horda mongola dirigida por Hulagu Kan (nieto de Gengis Kan), o el saqueo y quema de libros perpetrado por los Nazis en diferentes bibliotecas de Alemania y Europa. Una distopía que recreó muy bien Ray Bradbury en su novela “Fahrenheit 451” en la que los bomberos, en vez de extinguir incendios, quemaban libros.
El término biblioteca deriva del griego βιβλιοθήκη (bibliothēke), el cual está compuesto por las palabras βιβλίον (libro) y θήκη (armario o caja) y cuya conjunción vendría a significar el lugar donde se guardaban los libros.
Los griegos atinaron, certeramente, a llamar Biblos al territorio de Gebal, la antigua ciudad portuaria fenicia, hoy Líbano, una de las civilizaciones más antiguas del mundo, que comerciaba con papiro, a la que se le atribuye ser la cuna del alfabeto que sustituyó al cuneiforme y viajó, gracias a las rutas comerciales, hasta Grecia para convertirse en la base de nuestro alfabeto contemporáneo.
Desde la biblioteca de Alejandría hasta la de Babel, soñada por Borges, estos escenarios han sido casas del saber, pero también lugares de ocultamiento. Bibliotecas al aire libre como la que se abre cada verano en Ekaterimburgo (Rusia), o bibliotecas privadas o cerradas al público, como algunas del Vaticano (Roma), o aquellas donde “peligran” los lectores, como la que contaba Umberto Eco en “el nombre de la Rosa”, son verdaderos universos por descubrir.
Tal vez eso era lo que pensaba Zsolt Vamos, un húngaro, apodado el Usain Bolt de las bibliotecas, no por sus técnicas de lectura rápida, sino por su velocidad para escapar de la policía cada vez que cometía un robo en una biblioteca. Al momento de su captura (2009) se le incautaron más de 60 mapas que había hurtado en diferentes bibliotecas y archivos de España y otros países de Europa y, posteriormente, en allanamientos realizados en Hungría y Republica Dominicana, donde solía pasar algunas temporadas, se recuperaron otros 67 mapas históricos.
Por último, no podemos olvidar a los fantasmas de las bibliotecas, esos seres ultraterrenos que aparentemente decidieron quedarse entre libros. Monjas y frailes que aparecen en la biblioteca de la universidad de Michoacán (México); una dama de blanco que ronda la biblioteca de la universidad de Columbia Británica (Canadá) y un espectro azul que camina la biblioteca del Castillo de Arundel (Inglaterra), son más que asiduos visitantes. Son inquilinos eternos.
Así las cosas, con todas estas historias, recorrer bibliotecas debería ser un pasatiempo cultivable, una asignatura obligatoria en escuelas, colegios y universidades cuyos estudiantes, cada vez más, prefieren el motor de búsqueda de Google que los archivos, las hemerotecas o las bibliotecas con estantes llenos de libros.
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