Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra.
Mauricio Montoya y Fernando Montoya
“La barca y la orilla dialogan a lo largo del día”
Masaoka Shiki
En 1947, un barco (Exodus 1947) con 4.554 judíos a bordo proveniente de Europa –en su mayoría sobrevivientes del Holocausto– se asentó frente a las costas palestinas exigiendo un espacio para la fundación de un hogar nacional judío, tal como lo estipulaba la Decisión Balfour de 1917. Eran los días del Mandato Británico y la marina inglesa atacó la embarcación. Los daños perpetrados, obligaron a redirigir el barco hacia el puerto de Haifa donde fueron interceptados por policías, militares y artilleros británicos, además de tres barcos prisión (Ocean Vigour, Runnymede Park y Empire Rival) en los que pensaban recluir a los recién llegados. La transgresión: violar el código de migración a territorio controlado por los ingleses, quienes habían estipulado, años atrás, solo permitir el ingreso a Palestina de un máximo de 1.500 judíos, número que, según ellos, al momento de la llegada del Exodus, ya se excedía.
El colofón de esta historia estuvo cargado de represión, violencia, abusos y un traslado forzado de los tripulantes del Exodus, en los barcos prisión, hacia campos de refugio en Alemania. Parecía que la pesadilla “con fondo de esvástica” volvía a repetirse.
Esta columna no pretende hacer una historia de la navegación, pero sí quiere referir algunos hitos del universo náutico que han dejado algún legado en la memoria colectiva. La aventura diluvial de Noé en el Arca; el viaje de Jasón y los argonautas hasta Cólquida; el retorno de Odiseo a Ítaca; la travesía de Eneas para llegar a la península itálica; los peligros sorteados por Simbad el marino; las peregrinaciones religiosas de Egeria a Tierra Santa o de Ibn Batuta a La Meca; las exploraciones de Colón, de Magallanes y del capitán Cook en nuevos mundos; los tormentos de los condenados en las galeras; o las expediciones comerciales que, desde China, realizó Zheng He en el siglo XV. Todos y cada uno de estos eventos marítimos fueron realizados con una intención particular y para ello se valieron de instrumentos como el barco.
Tal vez sea necesario pensar más allá de la etimología que en este caso nos remite al griego “ναῦς” (naûs – Barco) y al latín “Barca” (Bote), pues lo que realmente interesa al construir, aprovisionar y echar a la mar un barco es saber el puerto al que se desea llegar.
Los corsarios, posteriormente llamados piratas cuando perdieron la venia de las coronas europeas, fueron navegantes avezados que abrieron rutas temerarias, intercambiaron conocimientos con desconocidos, fundaron poblados (caso de Sir. Walter Raleigh en la isla de Roanoke, actual Carolina del Norte) y contaron historias que nutrieron los bestiarios medievales y llenaron de miedo a otros marineros.
Es menester decir que los ingenieros navales nunca detienen su imaginación. Los que diseñaron el Titanic (Alexander Carlisle y Thomas Andrews) advirtieron, aunque esta es una idea apócrifa, que ni Dios mismo podría hundir ese barco. Actualmente, los que sueñan, construyen y venden viajes turísticos en cruceros, ofrecen paraísos en 365 metros de largo y 20 cubiertas (estas son las dimensiones del crucero más grande del mundo -Icon of the Seas- operado por Royal Caribbean International).
En los “Cuentos Orientales” de Marguerite Yourcenar se puede leer el bello relato de Cómo se salvó Wang Fô. Este anciano pintor que había sido condenado a que le cortaran las manos y le sacaran los ojos, recibió una última orden del emperador antes de que se cumpliera la sentencia. Debía terminar de pintar un cuadro inconcluso en el que solo se habían trazado las imágenes del mar y del cielo. Wang Fô tomó los pinceles y con gran destreza pintó montañas y peñascos, y de la nada apareció un bote y en este su discípulo que lo ayudó a subir. De un momento a otro la corte imperial estaba inundada y la barca se perdía en el horizonte.
Hace un par de semanas partieron de diferentes puertos del mundo todo tipo de barcos, con el objetivo de llegar hasta Gaza con ayuda humanitaria para el pueblo palestino, víctima de un genocidio a manos del Ejército de Israel. La flotilla bautizada Sumud (palabra árabe que significa perseverancia o firmeza) es una iniciativa de la población civil que se hastió de la indiferencia de los gobiernos del mundo. Una acción loable, pero arriesgada. Ojalá que Dios hunda también esta vez los “Titanic(s) israelíes” y los Wang Fô de la flotilla puedan cumplir su misión.
Pd. La imagen que acompaña esta columna es de la artista Francesca Falasca.
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