Logoi – Abandono

Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra
Mauricio Montoya y Fernando Montoya

Aunque parezca increíble, en el actual Japón ha revivido una milenaria tradición conocida como el Ubasute, una costumbre que rebasa nuestra imaginación y hace patente la crueldad que puede llegar a tener el ser humano hacia sus congéneres. El Ubasute, según reconocen algunos estudiosos, era frecuente en las épocas de hambruna y crisis, siendo visto también como una “política” de control hacia una población longeva cada vez más difícil de mantener o mantenerse.

La literatura (la balada de Narayama de Shichiro Fukazawa) y más recientemente el cine con una película, con el mismo nombre, del cineasta Keisuke Kinoshita, han recreado una macabra escena en la que las personas mayores son llevadas, especialmente por sus familiares, hasta un lugar alejado, preferiblemente una montaña, en la que son abandonados para que mueran, ya sea de hambre o por alguna otra razón.

Acciones como estas hacen parte del collage de una sociedad como la japonesa, en la que además los índices de suicidio y la comisión de delitos por parte de los adultos mayores se han disparado; ambos casos asociados con fenómenos como la soledad, la depresión, el abandono y la imposibilidad de llevar a cabo una vida digna debido a los altos costos de manutención.

En el caso particular de los actos delictivos, las autoridades del país nipón han informado que durante los últimos años, personas de 65 años en adelante son las que más incurren en delitos como el hurto, no como una actitud delincuencial, sino como una vía de escape que les permite sortear la soledad y la subsistencia en un centro penitenciario, en el que al menos pueden convivir con otros de su misma edad y comer tres veces al día.

Esto último, guardando las proporciones, no contrastaría mucho con el abandono al que son sometidos algunos niños y ancianos en este lado del mundo, los primeros matriculados por días enteros en guarderías o dejados a la deriva hasta que son acogidos por alguna institución del Estado; mientras que los segundos, recluidos en centros geriátricos o en hogares para el cuidado senil, gracias a los cuales sus familiares se desentienden de ellos.

Pero estos tipos de abandono o desprecio ya eran comunes desde la antigüedad. Algunas crónicas narran que los espartanos arrojaban desde el monte Taigeto a los niños que nacían con alguna deformidad o discapacidad; en la India los abandonaban en la selva o los tiraban al río Ganges; y en Roma los dejaban en la calle como expósitos (palabra que proviene del latín ex-positus y que significa puesto afuera) para que murieran o fueran recogidos por quienes estuvieran en la capacidad de mantenerlos y educarlos; o también los abandonaban en un canasto por el río Tíber esperando que alguien se hiciera cargo de ellos (cómo olvidar las historias de Rómulo y Remo, fundadores de Roma, quienes fueron abandonados y luego salvados y amamantados por una loba; o aquel relato de la cultura judeocristiana que recuerda la historia de Moisés -nombre que significa sacado del agua- encontrado, por la hija del faraón egipcio, en una cesta que flotaba por el río).

Vale decir que encontrar este tipo de niños expósitos, llamados también echadillos o incluseros, era algo normal en España hasta el siglo XIX, donde los infantes eran abandonados por ser hijos naturales (fuera del matrimonio) o por la situación de pobreza extrema de sus padres.

Ya en el ámbito político, el abandono puede leerse como sinónimo de renuncia o abdicación. Recordadas, en los últimos tiempos, han sido las abdicaciones del presidente rumano Nicolae Ceaucescu (1989), decisión que no lo salvó de la muerte; la del Rey Juan Carlos I, huyendo de la justicia, en favor de su hijo Felipe (Felipe VI); o la del Papa Benedicto XVI, tratando de escapar de la suerte que tuvo Juan Pablo I, que llevó a un nuevo cónclave en el que se eligió como pontífice al cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio (Francisco I).

De esta manera, puede decirse que el abandono posee múltiples facetas. Para terminar esta columna, bastaría con pensar en el impacto psicológico de tal experiencia, la cual puede traducirse en el silencio, la desolación, el miedo y el desconcierto, tal y como le puede suceder al protagonista de una novela o de cualquier historia real que ha perdido algo o ha sido abandonado(a) por alguien.

Logoi

Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra. Por: Mauricio Montoya y Fernando Montoya

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