![]()
“Más que rankings o cifras llamativas, las grandes fortunas colombianas cuentan una historia de tiempo, paciencia y sectores que han definido cómo funciona la economía del país.”
Hablar de los hombres más ricos del país no es solo hablar de cifras grandes. Es hablar de tiempo. De décadas. De sectores que resistieron crisis, reformas, cambios políticos y ciclos económicos. A hoy, los mayores patrimonios del país siguen diciendo mucho más sobre cómo funciona la economía colombiana que sobre el lujo o el consumo de quienes los poseen.
Durante buena parte del siglo XX, la riqueza en Colombia se concentró en la tierra, la industria y, más adelante, en el sistema financiero. No fue una economía de innovaciones rápidas ni de disrupciones constantes, sino de acumulación gradual, consolidación y expansión. Ese patrón todavía se refleja en los nombres que hoy encabezan las listas.
Luis Carlos Sarmiento Angulo representa mejor que nadie esa lógica histórica. Su fortuna, estimada en alrededor de 8.2 billones de dólares a hoy, no apareció de un día para otro. Se construyó desde la segunda mitad del siglo pasado, en paralelo con la modernización del sistema financiero colombiano. Grupo Aval reúne bancos, aseguradoras, fondos de pensiones e inversiones en infraestructura, sectores que crecieron al ritmo del país y se volvieron parte esencial de su funcionamiento económico. Más que un empresario aislado, Sarmiento Angulo encarna el peso del sistema financiero como columna vertebral del capital en Colombia.
Algo distinto, pero igualmente ligado al capital financiero, ocurre con Jaime Gilinski Bacal. Su patrimonio ronda los 10.7 billones de dólares, ubicándolo como el colombiano más rico del momento. Su trayectoria combina banca, inversión y lectura estratégica del mercado corporativo. Desde el Banco GNB Sudameris, Lulo Bank, Revista Semana, Rimax, hasta su papel protagónico en el Grupo Nutresa, Gilinski ha construido riqueza no tanto creando nuevos sectores, sino moviéndose con precisión dentro de estructuras empresariales existentes, comprando participación, reorganizando poder y apostando por activos de largo plazo.
La familia Santo Domingo representa otra cara del mismo proceso histórico. Su riqueza se originó en la industria cervecera, con Bavaria como eje durante décadas. La venta de ese activo marcó un antes y un después: dejó de ser una fortuna industrial concentrada en Colombia y pasó a convertirse en un portafolio de inversiones globales. A hoy, Beatriz Dávila de Santo Domingo y sus hijos, Alejandro y Andrés Santo Domingo, concentran patrimonios que oscilan entre 1.8 y 4.4 billones de dólares, distribuidos en consumo, transporte, medios, energía e inversiones financieras fuera del país. Es un capital que aprendió a migrar y a adaptarse a una economía globalizada
En medio de estas fortunas construidas a lo largo de décadas aparece un caso distinto, más reciente, que rompe parcialmente el patrón: David Vélez. Cofundador de Nubank, su patrimonio también se estima en alrededor de 10.7 billones de dólares, pero su origen no está en la banca tradicional colombiana, sino en la tecnología financiera. Nubank creció fuera del país, especialmente en Brasil, aprovechando la baja bancarización y el uso intensivo de plataformas digitales. Su historia muestra cómo, en los últimos quince años, la combinación de capital de riesgo, tecnología y mercados regionales abrió una nueva vía para la acumulación de riqueza de origen colombiano.
Si se mira el conjunto, hay un hilo conductor claro. Las grandes fortunas colombianas siguen concentrándose en finanzas, consumo masivo, infraestructura, energía y servicios. Sectores que requieren capital, escala y paciencia. No son negocios de rotación rápida ni de ciclos cortos, sino estructuras que se sostienen en el tiempo. Por eso los nombres se repiten y los patrimonios se consolidan generación tras generación.
Desde mi perspectiva, estas cifras también ayudan a entender por qué el capital en Colombia es relativamente estable, pero poco dinámico. La mayoría de los grandes patrimonios no dependen del crecimiento acelerado de nuevas empresas, sino de la gestión eficiente de activos ya consolidados. Eso explica tanto la permanencia de ciertos grupos económicos como la lenta renovación del mapa empresarial.
Hoy, las personas más ricas de Colombia concentran fortunas que, sumadas, superan ampliamente los 40.000 millones de dólares. No es un dato menor en una economía como la colombiana. No por el tamaño de las cifras en sí, sino porque muestran dónde se ha generado valor, qué sectores han sido más rentables y qué tipo de modelo económico ha prevalecido.
Al final, mirar a los hombres más ricos del país no es un ejercicio de curiosidad. Es una forma de leer la historia económica reciente de Colombia: una historia de capital acumulado con tiempo, de sectores que resistieron, de empresas que crecieron junto al país y de una economía que, todavía hoy, sigue premiando la permanencia y la escala por encima de la velocidad.
Y eso, más que cualquier ranking, es lo que realmente dicen los números.












Comentar