Durante décadas, desde 1970 en que la dinastía de Al Assad se tomó el poder, la realidad siria estuvo moldeada por un estado de opresión. El terror y la persecución fueron constantes durante la dinastía Assad. Luego, cuando estalló la revolución en 2011, la brutalidad de la dictadura se desató ocasionando cientos de miles de víctimas mortales y millones de desplazados. Entre 2011 y 2016, la dictadura estuvo al borde del colapso, pero fue salvada por sus aliados. El pueblo sirio, desde entonces, vivió un constante estado de terror, matanzas y desplazamiento a manos de la dictadura, las milicias iraníes, las milicias kurdas, y de grupos extremistas como Daesh.
No se tenía esperanza en ningún escenario. La entidad israelí llevaba años atacando Siria constantemente, sin ningún tipo de respuesta de la dinastía Al Assad. La dictadura, aliada secretamente con los sionistas desde el 73, estaba demasiado ocupada atacando a la población civil siria. A pesar de la firma de los acuerdos de Astaná, donde se llegaba a un cese al fuego entre oposición y dictadura, el régimen continuó bombardeando escuelas y campamentos de desplazados en Idleb (último bastión rebelde). La revolución, que casi muere ahogada cuando se introdujeron Daesh, la intervención iraní, rusa, estadounidense, etc. nunca fue un choque interreligioso, ni étnico ni tribal. Siria no es Libia.
La revolución no fue en contra de la minoría Alauí (que fue abandonada por la dictadura), fue en contra de la dinastía Assad. Fue contra la misma dinastía opresora que vendió el país entero, y que también intentó vender a sus mismos aliados para que occidente le ayudara a quedarse en el país. La revolución empezó pacífica, y la dictadura la atacó con todo tipo de armas. Ahora, la dictadura cayó a manos del pueblo, muy a pesar de los intereses occidentales. Hoy, la revolución, la entendemos contra el imperialismo en general En noviembre, los rebeldes sirios lanzaron la operación ‘Repeler la agresión’, dirigida a detener los bombardeos del régimen contra los refugiados en Idleb, atacando posiciones estratégicas.
Se planeó durante esa época, considerando la debilidad actual de los aliados de la dictadura siria. Hezbollah se encuentra fuertemente golpeado, Irán está en medio de múltiples tensiones y Rusia está en extremo ocupada en Ucrania. Los objetivos de dicha operación cambiaron cuando los rebeldes entendieron que Hezbollah desconfiaba de Assad, de quien sospechaban ser el culpable de revelar sus datos a los sionistas. La libertad se hizo posible, cuando se entendió que la entidad sionista también se encontraba trastocada, y no podría presionar a sus aliados occidentales para destruir a los rebeldes (aún cuando ahora esté abogando por armar a milicias kurdas con el mismo objetivo). La operación empezó por tomarse a Alepo, y rápidamente (muy apoyada por la población civil) llegó a Damasco.
En definitiva, la dictadura cayó a manos de los rebeldes y el pánico imperialista empezó a ladrar. Los mayores perdedores, más allá de la dinastía Al Assad, son todos aquellos cuyo proyecto consiste en la guerra y el imperialismo. Irán, que buscaba obtener ventajas regionales a través de operaciones ‘militares’ (más bien propagandísticas) contra los sionistas, ahora enfrenta un escenario de mayor vulnerabilidad. No sólo perdió su posibilidad colonial en Siria, también ahora debe enfrentarse a un contexto internacional en el que se le presionará aún más. Rusia y sus bases militares se encuentran a la deriva. La entidad sionista, por su parte, se encuentra en extremo alertada, pues ahora ya no tiene a la dócil dictadura que siempre le permitió operar con plena libertad.
El régimen de Assad cayó. Ahora, el imperialismo en su conjunto está temblando. Más allá del júbilo, hay múltiples desafíos. Lo más grave en estos momentos, es la incursión israelí. La entidad sionista, inmediatamente despues de que los rebeldes tomaran Damasco, empezó a bombardear depósitos de armas que temen caigan en manos de los rebeldes. También, los sionistas, han cruzado a territorio sirio del Golán con tanques (retornado a Siria tras acuerdos en el 74), bajo el pretexto de querer ‘establecer una zona de seguridad en sus fronteras’. Irónicamente, los sionistas realizan esto fuera de sus fronteras, y sin reconocer ni tener fronteras claramente establecidas.
A los rebeldes sirios se les ha acusado injustamente de ser títeres de los sionistas y de ser lacayos occidentales. Ahora, en cuestión de horas, demuestran ser mucho más peligrosos para los intereses imperialistas y genocidas, que cincuenta años de la dinastía Al Assad. Israel vivió décadas despreocupada por el armamento químico de Assad, y en tan sólo un día después de la caída de la dictadura siria, el pavor carcome a la entidad sionista. La mayor amenaza a los proyectos genocidas son los pueblos libres. No hay cantidad de armas y territorio que los sionistas o Irán puedan tomar, que generen un sobrepeso a la enorme esperanza de un futuro digno (para toda la región) que la libertad siria pueda garantizar.
La esperanza en la libertad recuperada que tenemos ahora todos los sirios, no será opacada por los esfuerzos guerreristas israelíes. Ya no viviremos con el terror y la impotencia. Durante años, personalmente, mi percepción sobre Siria estuvo marcada por el miedo. Hay un recuerdo recurrente que marcó todos las demás memorias de mi vida en Siria. Tenía menos de seis años, iba con mi mamá y me encontré un billete. Cuando subimos a un bus, le pregunté a mi mamá quién era el señor que aparecía en el billete. El terror invadió a mi mamá y me pellizcó para que no siguiera hablando.
Incluso estando en Colombia, cuando estalló la revolución, no tuvimos mayor esperanza. Creímos que la revolución había sido ahogada, y que definitivamente viviríamos bajo la opresión dictatorial y la colonización iraní. Hoy, el régimen de terror israelí insiste en recordarnos la brutalidad. Pero, con la caída de la dictadura ya volvimos a recuperar nuestras voces. Ya no deben tener la capacidad, ni Daesh, ni los sionistas, ni los iraníes, ni las milicias, etc. para implantarnos el temor. Hoy, el recuerdo que primará en mi memoria, será el de haber visto a mi pueblo celebrar la caída de la dictadura, será el de escuchar a mis tías hablar libremente.
A lo que le temen los imperialistas no es a los misiles balísticos y armas químicas, es a nuestra libertad. Esa condición para la dignidad humana a la que a Israel no se le puede permitir destruir. Su respuesta, la de ocupar más territorios nuestros, no afectará la enorme esperanza de construir un futuro en el que la libertad y la paz sean la tumba de las opresiones, imperialismos y afanes genocidas. Hoy me decidí a escribir, sin el temor a que le pase algo a mi familia a manos de la dictadura. Los retos venideros son enormes, pero nuestra esperanza no está en el armamento que dejó Al Assad (que los sionistas están intentando destruir, mientras prometen guerra), sino en nuestra libertad y en la democracia. Ahora, harán falta las mayores habilidades de diplomacia que garanticen la libertad, porque sólo así el pueblo podrá prosperar y resistir a todo tipo de agresión.
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