“No queremos más jóvenes que digan ‘lo hice por plata’; queremos jóvenes que digan ‘lo logré por las oportunidades que recibí’. La verdadera paz no se logra solo con acuerdos políticos, se construye día a día desde la base, brindando educación, cultura, salud mental, empleo y referentes positivos a nosotros como jóvenes de este país.”
Esta semana, Colombia ha recibido noticias profundamente dolorosas, que nos obligan —una vez más— a detenernos y reflexionar. No solo sobre la crisis política y de seguridad que atraviesa el país, sino también sobre nuestra realidad como sociedad, como cultura. ¿Qué nos está pasando? ¿Qué está ocurriendo con nuestra juventud? Jóvenes que, como yo, merecen entornos dignos y oportunidades reales para crecer y desarrollarse.
El pasado sábado 07 de junio se perpetró un atentado contra el político Miguel Uribe. Este acto violento nos recuerda que, 35 años después, la sombra de la violencia política no ha desaparecido. Pensábamos que el horror vivido en la época del narcotráfico había quedado atrás, pero hoy Colombia vuelve a sentirse inviable. No olvidemos que en 1989 y 1990 el país vivió su etapa más oscura: lideraba la lista de los países más peligrosos del mundo y, en plena época electoral, fueron asesinados tres candidatos presidenciales: Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro.
Sin embargo, lo que más me impactó de este reciente atentado no fue solo su crudeza, sino la realidad detrás del autor material: un joven de apenas 14 años. Que después del hecho, pronunció una frase que para mí es muy desgarradora: “Perdón, lo hice por plata, por mi familia.” Esa frase, tan breve como reveladora, refleja un abandono sistemático del gobierno y las instituciones públicas. Un joven de esa edad que actúa así es un ejemplo de que es alguien que no ha crecido con oportunidades reales, que no ha tenido referentes éticos ni entornos favorables, y que claramente ha sido invisibilizado por un sistema que no lo priorizó y no le dio las oportunidades amenas.
Esto nos lleva a cuestionar si la estrategia del gobierno nacional, conocida como “paz total”, está entendiendo realmente la complejidad del problema, que a criterio mío no fue y no será efectiva en un país como el nuestro. Porque sí, es importante reintegrar a quienes fueron parte del conflicto, pero ¿qué pasa con quienes aún están creciendo en medio de contextos hostiles? ¿Dónde están las oportunidades para esos jóvenes antes de que tomen caminos errados? La verdadera paz no se logra solo con acuerdos políticos, se construye día a día desde la base, brindando educación, cultura, salud mental, empleo y referentes positivos a nosotros como jóvenes de este país.
Hoy más que nunca necesitamos que tanto el sector público como el privado generen programas que despierten el pensamiento crítico, que nos permitan imaginar un futuro distinto sin importar la condición geográfica o socioeconómica. Necesitamos que mi generación de juventud podamos crecer con ética, sensibilidad social y un liderazgo consciente. No queremos más jóvenes que digan “lo hice por plata”, queremos jóvenes que digan “lo logré por las oportunidades que recibí”.
Un ejemplo muy claro de este enfoque es lo que está haciendo la Secretaría de la Juventud en Medellín, que debería ser un referente a nivel nacional. Ha desarrollado programas como Parceros, una iniciativa que busca transformar la vida de jóvenes en situación de riesgo social en la ciudad. Este programa ofrece oportunidades reales para que estos jóvenes puedan construir un futuro seguro y digno, alejándolos de la violencia y las estructuras criminales. También está Referentes, una estrategia que apuesta por el liderazgo joven con propósito, y por la consolidación de una ciudadanía crítica, activa y empática. O incluso, una apuesta aún más creativa y emergente como Medellín Music Lab, una iniciativa de la Alcaldía de Medellín que busca apoyar y desarrollar el talento musical de jóvenes en la ciudad, ofreciendo formación, oportunidades de visibilidad y conexión con la industria. Este programa identifica, desarrolla y fortalece el talento de jóvenes artistas emergentes y profesionales de la música. Además de todo esto, realizan festivales de oportunidades, espacios que conectan a los jóvenes con opciones laborales, educativas y emprendedoras.
Estas estrategias no solo previenen tragedias, sino que construyen país desde la raíz. Porque los jóvenes somos el capital más valioso que Colombia tiene. Los gobiernos deben recordarlo, y nosotros, como jóvenes, tenemos el deber de seguir formándonos con altura, con ética y con la convicción de que un país mejor sí es posible.
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