(El desconsuelo infinito de un hincha de fútbol por el descenso de su equipo)
Un hincha de fútbol puede ser, según quien lo observe, una suerte de gaznápiro que sufre, llora, grita, patalea, se desvive por un onceno; se dirá que es un enajenado, un demente, un opiómano (ah, porque dicen que el fútbol —como la religión— es el opio del pueblo). Pero, en esencia, según si quien lo mira es otro aficionado, otro seguidor, un adepto, un torcedor, un tifoso, un hincha es más que un feligrés: es como un Cristo camino al Gólgota que sabe que más allá del martirio está la resurrección y la gloria.
Hacía rato no veía a alguien tan triste en asuntos de fútbol. Esta mañana, un compañero profesor (Joaquín Gómez) me envió una breve entrevista con un aficionado uruguayo, un hincha del Danubio Fútbol Club, que decía, entre lágrimas y con voz entrecortada, que el día más triste del mundo, para él, ni siquiera había sido cuando murió su padre (también hincha de ese club montevideano), sino el 23 de marzo de 2021 cuando su equipo, al empatar con Deportivo Maldonado, se fue al infierno del descenso, tras cincuenta años en primera división.
El hombre, que tenía la camiseta blanquinegra del Danubio, soltó lagrimones estremecedores, sobre todo porque, el día de la desgracia mayúscula, de la tragedia griega de la divisa de su alma, él no pudo ir al estadio para abrazar y solidarizarse con otros hinchas en esa especie de desgarramiento interior que debe sentirse con un acontecimiento de esa naturaleza. Dijo que así como los abrazos surgen en el triunfo, en un gol, en una victoria, también es bueno sentirlos y darlos en un momento de angustia e intenso dolor como ese.
El hombre, del que en la nota convertida en trino no se decía su nombre, dueño de una tienda, que por ahora no va abrir más, como señal de luto, tenía allí una especie de altar con las casacas del equipo adorado. Al Danubio lo fundaron niños de la Escuela República de Nicaragua, de la zona la Curva de Maroñas, en las afueras de Montevideo, en 1932. El nombre lo sugirió la señora María Mincheff de Lazaroff, de origen búlgaro, como homenaje al gran río que atraviesa su patria. Era la mamá de dos cofundadores del club, y la que, en la camiseta inaugural, agregó una raya negra transversal.
El Danubio que si bien no tiene las campanillas y trofeos de cuadros como el Peñarol y el Nacional, ha obtenido cuatro campeonatos y en 1989 realizó su más destacada actuación en la Copa Libertadores, que le alcanzó hasta la semifinal, cuando lo eliminó Atlético Nacional, de Medellín, con una estruendosa goleada de seis a cero en el estadio Atanasio Girardot.
Aquel partido en Medellín, rodeado de amenazas a los árbitros argentinos y a los jugadores de Danubio por miembros del Cartel de Medellín, en el que el Palomo Usuriaga marcó cuatro goles, quedó registrado como otro episodio de la grosera injerencia de las mafias en el fútbol, en aquellos días funestos para la ciudad de Medellín y el país.
De la cantera del Danubio han surgido, entre otras, figuras como José María Giménez, Álvaro Recoba, Rubén Sosa, Cristhian Stuani y Edinson Cavani. El Danubio, que rivaliza en los clásicos con Defensor Sporting, ha descendido. Para el innombrado hincha de Danubio, cuyos lagrimones conmovedores son la señal de los significados, de la semiología del hincha, no ha habido día más triste en su historia personal que el de la desventurada caída de su amada escuadra a los abismos de la B. “Se me apagó la luz… me duele mucho, sí, me duele mucho no poder haber abrazado a los de la tribuna en un momento de dolor… para decirles arriba Danubio, nosotros sacamos los jugadores más grandes del fútbol de Uruguay”.
Y así, todo él lágrimas, con su camiseta blanca y negra, la de la derrota, la del martirio, recordó la “historia divina” del equipo, los tiempos de la fundación en la escuelita lejana, un cuadro de niños que crearon un equipo que, hoy, hace llorar a sus hinchas. Me imagino de nuevo a ese hombre maduro, que parece no había sufrido en su existencia una trágica desolación como esta, en sus soledades, rumiando la derrota y dándose ánimos en lo que puede ser una espera infinita, una eternidad, un recorrido por los círculos infernales, a ver cuándo vuelve a ver en primera al club de sus amores. Que duele amar, lo saben los hinchas, incluso aquellos de equipos casi siempre victoriosos.
Entre los hinchas del Danubio de Uruguay, en especial sobre el hombre que cerró su almacén y lloró frente a una cámara, debe flotar un silencio de orfandad y muerte.
Escrito en Medellín el 25 de marzo de 2021
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