Son tiempos difíciles para todas las personas, pues es una situación que está afectando a la mayoría de países a nivel global, a unos más duro que otros. Mirar un noticiero para estar informado es sinónimo, si lo piensan, de llenar la cabeza de cifras que aumentan todos los días. Es una muy buena noticia escuchar que estas disminuyen. Y así las cifras no pertenezcan al país de residencia o de nacionalidad de uno, estas son motivo de alegría. Además de la preocupación y la incertidumbre que llenan nuestros días, hay un pensamiento general que se posa sobre nosotros como un signo divino: superar esta situación y retomar el ritmo de nuestras vidas. Sin embargo, pensar que todo volverá a la normalidad no es más que una ficción, una creencia necia. Debemos ser conscientes, entonces, de que las cosas ya cambiaron y se seguirán modificando en un futuro.
Son tiempos difíciles para todas las personas, pero unos lo llevan más fácil que otros. Simplemente tener un techo sobre la cabeza, comida, un trabajo y salud, algunas de estas opciones o todas las anteriores, son ventajas que muchos carecen. Hay quienes sacrifican unas por otras. Cuando sentamos cabeza con detenimiento, la mayoría del empleo de Colombia es informal; gran cantidad de la población vive del sustento del día a día. Es hora de pensar, no darle vueltas con flojera, y ser conscientes de cómo esta situación afecta el sostenimiento y la vida del país.
En el caso de la cuarentena, algunos están cómodamente en sus casas. Tienen la oportunidad de teletrabajar —muchos estando en casa no pueden o no tienen cómo teletrabajar— y de ocupar este tiempo en actividades de ocio: leer el libro que dejaron en la repisa, tomar cursos para aprender sobre algún tema en específico, mejorar ciertas habilidades que los harán más atractivos ante los ojos del mundo laboral, dedicarle tiempo a algún hobbie, entre otras. Me parece fantástico que encuentren momentos de paz en esas actividades, que ocupen su tiempo de una manera adecuada, pues la salud mental se ve gravemente afectada en estos momentos; la ansiedad es el pan de todos los días. Algunos la llevarán mejor, mientras que otros quieren derrumbar las paredes. Los casos y las situaciones de cada persona y de cada núcleo familiar son diversas. Vale la pena mencionar también que ante esta época de aislamiento en casa la convivencia se vuelve difícil y la agresividad no solamente verbal, sino también física puede surgir como la primera acción para con los demás miembros de la familia o con quienes estén. Hay que fijarse solamente en las cifras del noticiero de ayer en donde se anunció que los índices de violencia familiar han subido desde el confinamiento. Pero también es importante recordar que estos casos de abuso y agresión se presentan igualmente a lo largo del año.
Son muchas las preocupaciones que puede albergar la mente humana. La sugestión es un arma poderosa. En este momento sé que muchas personas, al presentar síntomas de gripa, temieron lo peor: estar contagiados con el COVID-19. Es totalmente válido. Lo que me parece realmente aberrante es que las personas sean capaces de romantizar este tiempo en casa. Si tienen la posibilidad de pasarla bien, aprovecharlo al máximo, ser solidarios y procurar por el bien común. Pero mientras se piden cómodamente domicilios y órdenes por internet, mientras tachamos de la lista algo que queríamos hacer, mientras nos «cultivamos» en algún tema de interés allá afuera, en la portería del mismo edificio, conjunto, casa, etc., hay personas trabajando. Hay personas que no pueden quedarse en casa, hay personas que sin importar las medidas que se tomaron salen a las calles todos los días a cumplir una función. El caso de los médicos, por ejemplo. Los porteros, aseadores, domiciliarios, etc. Al promover el famoso hashtag #Yomequedoencasa, hay personas que no pueden llegar a pronunciar ni la primera letra de esa oración porque para cumplir con sus responsabilidades y/o ganar un sustento se ven obligados a pisar fuera del hogar.
Esta reflexión vino al ver una foto de la página de Instagram de la librería La Valija de Fuego, ubicada en Bogotá. Se presentan dos torres de apartamentos en donde en algunas terrazas hay personas: un personaje está tocando un violín, una mujer se toma una selfie, otra persona, al interior de su residencia, disfruta de su computador. ¿Qué hay abajo? Personas recogiendo basura, cargando paquetes, movilizándose en bicicletas para transportar mercancía, otros en la calle acostados porque no tienen lugar para refugiarse. Siempre está muy bueno ver las cosas desde arriba, pues mirar hacia abajo se torna borroso y disímil porque no nos toca, porque no es nuestra situación, porque no viene al caso. SÍ VIENE AL CASO, SÍ ES IMPORTANTE. El poder de esta ilustración es que aplica para cualquier ciudad. Hay personas que no tienen otra opción, es la única sin importar arriesgar la salud y la vida. La vida, un concepto que utópicamente es lo más preciado sobre todo lo demás.
Esta es una invitación a quejarse menos y prestarle atención a las cosas fuera de la zona de confort. Seleccioné esta famosa obra del pintor francés Jean-Honoré Fragonard (1732 – 1806), reconocido por sus imágenes galantes, pastorales y lujosas, titulada El Columpio de 1767, más allá de su análisis investigativo e histórico, porque para mí representa a la despreocupación absoluta . Rodeados de la belleza y la comodidad, mecidos por el viento del privilegio, es fácil olvidar lo que está abajo, es cómodo pensar que la única esfera que importa es la propia y que somos intocables ante la dificultad y la adversidad. Tiramos con frescura el zapato al aire, que caiga donde tenga que caer porque la salpicadura del charco no nos ensucia el rostro, pero cuánto sí termina por manchar el corazón hasta volverlo de piedra. Ignorantes, callados, quejumbrosos, pero, sobretodo, egoístas por naturaleza. Egoístas envueltos y coronados con un moño de regalo vistoso y llamativo cuando, en realidad, Bogotá somos muchos.
Antes de lanzar palabras al aire de «¡Qué molesta esta situación!» o alguna de sus posibles combinaciones que nos brinda la hermosa lengua castellana, reflexionemos que tenemos cobija para abrigar y un «rappi-antojo» que posiblemente llegará a la puerta en 10 minutos máximo. Usemos más el cerebro y los sentidos para ser empáticos y enterarnos del contexto general de la situación que estamos pasando. Esto no son vacaciones que cayeron del cielo, ya que somos el país del sagrado corazón. Más sentido común y empatía, por favor.
MLGT.
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