Parece ser que en la sociedad de la información, la desinformación es la reina de la opinión. Paradójico. Saber poco de un tema impone un reto social: actuar como si se supiera de él para no desentonar, y así lograr, incluso, admiración de terceros aún más desinformados que quien sale al pie del discurso. Así, parece que hablar de política es sumamente fácil, siendo un tema que se presta para un amplio desconocimiento de la población en general.
Normalmente quienes hablan de política coinciden en algunas características: utilizan eufemismos, conocen nombres de personajes de la horda pública actual, conocen a otros personajes relevantes en momentos similares y logran establecer relaciones entre ellos, recurren a citas de autores con renombre, improvisan argumentos con fluidez y su léxico es casi inagotable. Todos unos oradores. Pero cómo distinguir entre quien sabe realmente del tema y quien no, he aquí el verdadero reto.
Fácil es confundirnos. La información verificable que circula en los medios tradicionales (los más consumidos) es escasa, y la que es verificable, además de extensa, es casi incomprensible por su terminología técnica y tendencia a la repetición de ideas. A la fácil, es mejor escuchar a alguien hablar de un tema que leer sobre él; a riesgo de creer en su palabra como en la mismísima palabra de Dios.
La Encuesta de Consumo Cultural del Dane 2014 afirma que el 88 % de los colombianos usa internet para consultar redes sociales, y que solo el 17 % afirma leer libros en formato digital. En ese mismo año, algunos congresistas afirmaron que esto se daba gracias al poco poder adquisitivo que se tiene para disponer en literatura, cosa que fue desmentida también por el Dane, dando cuenta de que el 55 % de los colombianos que no leen, no lo hacen porque no les interesa y solo el 5,8 % por no tener dinero. Como quien dice: aquí no leemos porque no nos da la gana. (¡Como si nos gustara mucho escuchar, realmente, al otro!)
Quienes hablan de política y además gozan de una buena expresión oral y corporal son bien vistos en sus entornos, y muchas veces se les idealiza como fuentes confiables, aun cuando esto pueda ser un grave error. Si es agradable escucharlos, puede que esto sea mejor que leer, con lo aburrido que suena eso. Su credibilidad está casi garantizada. Y si, además, se atreven a cuestionar la información difundida en los medios tradicionales, su potestad para hablar crece todavía más.
En pocas palabras: somos fáciles de engañar. Y estamos cerca de la desinformación casi que a voluntad propia. Entonces, cómo identificar a quien sabe de política y a quien no: su conocimiento, y sobretodo el nuestro, sobre historia es fundamental. La política depende del contexto y el contexto de la historia. El conocimiento del pasado histórico es clave, y para llegar a él lo más seguro es leer y contrastar versiones. Sin pereza. Sin ingenuidad. Con criterio.