Libertad, ¿para qué?

No en todos los países se tomaron iguales medidas ante la pandemia de Covid 19. En Argentina, por ejemplo, fueron exageradas, por no decir “totalitarias”. El desgobierno kafkiano de Alberto Fernández convirtió al Estado en un gran hospital.

Aplicaron medidas de coacción para restringir la circulación y la libertad de ver al otro. No se podía despedir de los muertos. Estaba prohibido visitar a familiares y amigos. Se nos tildó de asesinos. Había que gestionar un permiso para poder circular. Los accesos a los centros urbanos estaban militarizados. El ser encontrado en espacios públicos sin barbijo lo hacía a uno acreedor de multas elevadas y de aperturas de causas penales.

Nos sentíamos como en aquella París bajo la ocupación alemana. A raíz de esto Albert Camus luego escribe su novela “La peste” de gran repercusión. ¿Por qué esta obra caló tan hondo? Porque la sociedad francesa estaba encendida rogando vientos de libertad. No por nada el tema central de la filosofía sartreana fue precisamente la voluntad absoluta. La ruptura de las convenciones. De las normas. La implosión de todo. Hoy los pogromos sanitarios se vivieron como un tipo de guerra contra una dictadura viral. No es extraño que ante la dicotomía entre autodeterminación o absolutismo las masas rebeldes pugnaran lógicamente por una opción emancipadora.

El advenimiento de los nuevos liberalismos que, contradictoriamente presentan tendencias hegemónicas están emergiendo en todo el mundo. En la Argentina lo encarna el partido de la “Libertad avanza” donde invitan a una irrupción violenta de la idea liberal. Esto, sin duda es, entre otros factores, una consecuencia directa de las cuarentenas absurdas que vivimos, que llevaron al país a una crisis económica autoinfligida y ahora caímos en un “absurdismo” agónico.

Las masas de todos los sectores sociales dieron un duro golpe a las políticas tradicionales que amenazan con poner en el poder a un sujeto poco equilibrado y menos apto para gobernar. Con un programa de gobierno inaplicable lleno de fantasías, pero que, con su liturgia, apela a las emociones más subversivas a “dinamitar todo” y, como si esto fuese poco, ofrece una diatriba de libertad que termina siendo un significante vacío.

La violencia simbólica que ejerce es una sublimación de una revolución que el pueblo nunca se animó hacer. René Girard habla del asesinato sagrado. Se sacrifica a uno para no caer en una guerra. Se transfiere en una víctima las ansias de matar a muchos.  El pueblo pusilánime en su momento no tuvo el valor de defender sus derechos a la autodeterminación y lo hace hoy proyectado en otro al que ve como redentor, pero que, en definitiva, será un falso Cristo que ocasionará el derrumbe próximo.

“Libertad” suena bien. Sin embrago, la pregunta coyuntural es “para qué”. La humanidad quiere ser libre y está muy bien. Todos queremos serlo. ¿Pero, tenemos idea de lo que implica realmente la libertad?

El liberalismo nació allá por el siglo XVII para poner límites a las monarquías absolutas y estaban bastante alejados de premisas exclusivamente económicas. Empero, no hay que olvidar que la libertad tiene un costado oscuro. Fue el argumento de la libertad la que dio lugar a los crímenes de la Revolución Francesa. Fue el discurso de la libertad la que trajo las matanzas de Lenin y Iósif Stalin. Fue el discurso de la libertad lo que llevó a Adolf Hitler al poder. La misma lógica sagrada que usó como justificación los Estados Unidos para pulverizar a miles de personas inocentes en Hiroshima y Nagasaki.

Libertad sin consciencia social no es libertad. John Stuart Mill fue un filósofo inglés de corte liberal de izquierda que, en sus últimos años, trató de conjugar una democracia que fuese una integración armónica entre liberalismo y socialismo. Comprendió que una construcción netamente económica avalada solo por la individualidad y el egoísmo únicamente creaba desigualdad sumiendo a gran parte de la sociedad en la pobreza. La diferencia de clases y su consciencia no le fue ajena, aún antes de Karl Marx. No descartaba la intervención del Estado para paliar las necesidades de los más pobres. Fue una síntesis entre el capitalismo liberal y el socialismo democrático.

El concepto de un albedrío sin tener en cuenta las necesidades básicas de las mayorías da como resultado la opresión del conjunto.  La pregunta sigue sin respuesta: libertad “para qué”. Una persona caída en la extrema pobreza ¿qué libertad tiene? La recesión económica de los más necesitados y el enriquecimiento de una clase selecta, ¿qué oportunidad ofrece?

La falacia de la mano invisible y del libre mercado solo trae libertad a unos pocos que no tienen ni idea para qué usarla y la esclavitud económica de las masas las hunden más y más en un estado de lumpenización.

Tengamos claro que toda lucha por la emancipación debe tener un objetivo evidente, de otra forma, estaremos convirtiéndonos en lo que a menudo ocurre: en seres explotados por los otros. Baruj Spinoza preguntó en su “Tratado Teológico Político” ¿por qué un pueblo lucha por su esclavitud con las mismas ansias como si luchara por su libertad?

No solo los gobernantes ineptos o corruptos llevan al pueblo a la catástrofe, también lo hacen las masas que tienden en su ceguera a la destrucción de sí mismas al no comprender su poder interior. Mientras tanto nos colocan a todos una vez más en un camino que conduce a la decadencia y al derrumbe de lo que en otros tiempos fue un gran país.


Todas las columnas del autor en este enlace: Sergio Fuster

Sergio Fuster

Filósofo, Teólogo y ensayista.

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