León De Greiff, un alquimista del lenguaje

No creo caer en la gratuita exageración que suele causarnos la nostalgia, si digo que es a León De Greiff, a quien debo el haber transitado el arduo camino de la poesía.

Álvaro Mutis

León De Greiff, hombre de metáforas, la mejor forma de presentarlo es con su propia hoja de vida, la cual escribió a los veinte años y donde se aprecia su erudición lingüística, su inclinación bohemia  y su buen humor: «Estado Civil: Casado, bígamo y aún trigémino; Salud: Muy buena, gracias; Estudios que ha hecho: Filosofía y Letras, un año de Ingeniería, veinte años de tanteos sin rumbos; Escuela o colegio en que los hizo: Universidad de Antioquia, Escuela Nacional de Minas, calle, alcobas, bibliotecas y cafetines; Grado o título que posee: Opifex verborum, extractor de esencias quintas, musúrgico, acontista, relapso y contumaz hereje; Habilidad especial: tergiversante, signista, navegador de nubes, tocador de fagot, contabilista y estadístico, domesticador de culebras; (para los empleados de manejo). Clase de fianza: Hipoteca sobre sus minas de Condoto (platino) y netupiromba (peridotos y crisoprasas) y sus pesquerías de perlas en beba-beba y sus destilerías de ginebra en idem; Número y fecha de la escritura: No recuerdo; Notaría en que fue otorgada: usted notaría que no recuerdo ni el número ni la fecha: tampoco la notaría”.

 

Es un error común creer que León De Greiff era más extranjero que colombiano. Lo cierto es que fue todo lo contrario, un antioqueño de porte escandinavo que mediante la construcción de un universo poético lleno de extranjerismos y aventuras por Europa nos dio la impresión de vikingo. Nació en Medellín en el barrio El Llano, más exactamente en el cruce de Bolívar con La Paz, el 22 de julio de 1895. Tanto sus padres como tres de sus abuelos y cuatro de sus bisabuelos fueron colombianos, más precisamente antioqueños; curiosamente su abuelo alemán y bisabuelos suecos -llegados en 1839 y 1826, respectivamente- vivieron en Antioquia más tiempo que en sus respectivos países de origen. Pero como el poeta se esforzaba por resaltar su prosapia nórdica, ésta salió a relucir desde sus primeros “filosofismos” en 1915, creando la confusión en la mente de los lectores de ser extranjero: “O será hacia Occidente, o hacia el Sur o hacia el Norte /de ese Norte -me dicen- vinieron mis abuelos, /bravos escandinavos de gigantesco porte, con los ojos azules, y orgullosos y apáticos, /acaso mis nostalgias vendrán de aquellos hielos”. En otro poema, Balada del mar no visto rimada en versos diversos, nos invita a pensar que tiene ojos de vikingo: “…mis ojos acerados de viking, oteantes; /mis ojos vagabundos /no han visto el mar”.

 

De Greiff tardó mucho en conocer el mar –lo hizo a los treinta años-, pero tardó poco en conocer los problemas con la Iglesia Católica. Tuvo problemas con ella desde pequeño. El día de su bautizo, la tarde del 11 de agosto de 1895 en la parroquia de La Veracruz, el presbítero Alejandrino Zuluaga se atrevió a reprocharle a su padre, don Luis De Greiff, el hecho de ponerle al niño el nombre de un animal. A lo que don Luis, sin poder contener el chascarrillo, le contestó: “el animal es usted, que no sabe que el Papa se llama León XIII”. Más adelante, ya de joven, sus críticas a la iglesia católica y a los ricos godos de Medellín, se harían evidentes en poemas como Villa de la Candelaria (1914): Gente necia, /local y chata y roma. /Gran tráfico en el marco de la plaza. /Chismes, catolicismo /y una total inopia en los cerebros, /cual si todo se fincara en la riqueza, /en menjurjes bursátiles /y en un mayor volumen de la panza”.

 

Su repulsión por la búsqueda de la riqueza a expensas de otras virtudes como la cultura y la independencia, lo llevaron a tener inclinaciones comunistas y varias anécdotas por cuenta de su ideología. En 1959, León De Greiff fue designado por el presidente Alberto Lleras Camargo –su compañero de juventud en la revista Los Nuevos– como primer secretario de la Embajada de Colombia en Suecia. En esa época, Colombia se encontraba a veintidós años de establecer relaciones diplomáticas con China comunista, pero esto no era un impedimento para que el poeta recibiera invitaciones y asistiera a todas las recepciones que este país ofrecía en Estocolmo. Así fue como un día lo llamó el embajador y le dijo: “Maestro De Greiff, Usted está yendo a las recepciones de China comunista y debo recordarle que Colombia no tiene relaciones con ese país razón por la cual usted no puede seguir asistiendo a esos eventos”, a lo que De Greiff respondió: “puede que Colombia no tenga relaciones con China comunista, pero León De Greiff sí tiene relaciones con China comunista y va a seguir asistiendo a esos eventos”.

 

En 1974, en la cúspide de su carrera, el poeta tuvo su anécdota más recordada y polémica. Por esa época, salía en los periódicos capitalinos una propaganda que decía: “¿Parásitos? ¿Gusanos? Espere M-19″; «¿Decaimiento? ¿Falta de memoria? ¿Espere M-19». Contrario a lo que muchos creían, M-19 no era un purgante que anunciaba su lanzamiento. Era la campaña de expectativa de un movimiento guerrillero, hasta entonces desconocido, que haría su puesta en escena de manera magistral el último día de los anuncios. El 17 de enero de ese año, Jaime Bateman, Álvaro Fayad y Luis Otero (el de la idea), se robaron de la Quinta de Bolívar en Bogotá la espada del libertador. La escondieron durante dos meses en un burdel del barrio Santa Fe y luego la llevaron a la casa de León De Greiff en la carrera 16A Nº 23-35. Allí permanecería tranquilamente escondida mientras el Ejército y la Policía buscaban con desespero el artefacto de su vergüenza. Una de las versiones más difundidas es que permaneció dos años en la casa del poeta hasta que la familia del maestro buscó a la gente del M-19 para que se la llevaran porque él estaba muy enfermo. “Cambio mi vida por una anilla de hojalata/ o por la espada de Sigmundo, /o por el mundo /que tenía en los dedos Carlomagno…”

 

Si bien murió de más de ochenta años, podría decirse que León De Greiff nunca fue viejo. Si acaso llegó a tener mucha juventud acumulada. Esto se refleja en su narración de historias juglarescas, siempre jóvenes y aventureras, en las cuales hace uso de una de sus figuras literarias preferidas: la enumeración caótica. Esta figura literaria de repetición, le sirve al poeta para dar potencia a su descripción de objetos, animales y personas. Cuando describe la llegada de una cabalgata de amigos a la fonda de don Nuño Anzúres, deja claro que la noche es de bohemia: “allí venden aguardiente / de Concordia, cosa brava! / whisky, brandy en ocasiones, / Ron Negrita, Ron Jamaica / cigarrillos y tabacos, / machetes, pólvora, cápsulas, /de revolver aparejos, /atún, salmón y otras latas…”.  Cuando necesita la ayuda de sus amigas las aves las solicita gritando: “¡Azores y neblíes, gerifaltes, tagres, sacres, alcotanes, halcones /acudid a la voz del acontista!” y finalmente cuando quiere ser insolente y contestatario, utiliza todo su arsenal lingüístico para referirse a los godos de su época: “Toda aquésa gentuza verborrágica /trujamanes de feria, gansos del Capitolio, /engibacaires, abderitanos, macuqueros, /casta inferior elocuenciada de impotencia-, /toda aquésa gentuza verborrágica /me causa hastío bascas me suscita, /gelasmo me ocasiona”.

 

Llamar a las personas que entran a misa “gansos del capitolio” y “gentuza verborrágica” no era una muy buena idea a mediados de 1900. Sus poemas lo llevaron no solo a la excomunión por parte de monseñor Manuel José Caicedo Martínez –a quien León De Greiff decía haber excomulgado de vuelta–, sino también a problemas con las autoridades. Hacia el final de la presidencia de Mariano Ospina Pérez, el café que frecuentaba sobre la carrera séptima en Bogotá, fue visitado por unos policías que venían a detener a un sindicalista de militancia comunista. El sindicalista estaba sentado cerca de De Greiff, razón por la cual le pidieron también una requisa. Lo único que le encontraron fue un poema en el bolsillo con un verso que decía: “Tabardo astroso cuelga de mis hombros claudicantes y yo le creo clámide augusta…”. El policía, confundido ante las incomprensibles palabras, solo atinó a pensar que era un mensaje cifrado y se llevó preso al poeta argumentando: “¡Así es como se comunican estos comunistas!”. Dicen que estuvo en la cárcel dieciséis días, del 21 de noviembre al 6 de diciembre de 1949. En este caso la alquimia del lenguaje dio resultado: logró convertir las palabras en problemas, claramente con la ayuda del catalizador de la estupidez policiaca.

 

En la poesía de De Greiff, el agradable juego de palabras no se caracteriza únicamente por un empleo magistral del lenguaje. La rebuscada adjetivización es complementada con un curioso manejo de los sonidos donde se usa deliberadamente la cacofonía y la reiteración de sustantivos para entretener al lector: “En el recodo de todo camino /la vida me depare el bravo amor: /y un vaso de aguardiente, ajenjo o vino, /de arak o vodka o kirsh, o de ginebra; /un verso libre —audaz como el azor—.” una canción, un perfume calino, /un grifo, /un gerifalte, un búho, una culebra. /¡y el bravo amor, el bravo amor, el bravo amor!” En varios casos, el poeta hace adicionalmente uso de una sintaxis tergiversada, la cual acompañada de su léxico sonoro hace de la poesía greiffiana un misterioso género intraducible. “Y esquivo dejadme. /Soy notas-arranco de mi clavecino. /Soy fábulas-bordo sobre el cañamazo de mi pentacordo./ Soy facecias-urdo. Por dentro me estanco. /Dejadme señero: jamás me desbordo”. A diferencia de otros poetas de habla hispana como Benedetti o Neruda, sus versos no tienen un mensaje claro que podría decirse en otro idioma pues son principalmente un juego de palabras y sonidos. De Greiff recurre a la alquimia de las palabras, a una erudición lingüística con la que dibuja la parte principal de sus paisajes hablados: «Oh Bolombolo, país exótico y no nada utópico/en absoluto! Enjalbegado de trópicos /hasta donde no más! Oh Bolombolo de cacófonico /o de ecolálico nombre onomatopéyico /y suave y retumbante /Oh Bolombolo!” Dado que es intraducible, podría decirse que es muy afortunado el lector que posee el español como lengua materna y puede gozar del privilegio de leerlo y apreciar su jerigonza.

 

La poesía de León De Greiff no es normal ni anormal, es anti-normal. Más fácil de describir que de clasificar. Es nocturna y combativa, llena de un oscuro nihilismo donde el vikingo paisa mezcla arcaísmos con neologismos y un lenguaje altamente local con extranjerismos. Ejemplos de estos rasgos se encuentran en la mayoría de sus versos, pero para verlo claramente, podría citarse el inicio de su más famoso poema, el Relato de Sergio Stepansky donde su rebeldía lo lleva a desafiar la propia muerte: “Juego mi vida,/ cambio mi vida, /de todos modos la llevo perdida…” o el segundo verso la Canción de Sergio Stepansky donde se refleja su oscuridad poética hablando del destino y el azar: “En el recodo de cada calleja la vida me depare el raro albur: /con el tabardo roto, con la cachimba vieja /y el chambergo agorero y el buido reojo, /vagar so la alta noche de enlutecido azur: /murciélago macabro, sortílega corneja, /ambular, divagar, discurrir al ritmo del antojo y el raro albur, el raro, albur el raro albur!”. O el primer verso de Admonición a los Impertinentes donde pide silencio y lo compara con “una golosina”: “Si la voz soterraña /de la canción adviene, que /advenga con sordina: /si es la canción ruidosa, con mi mudez la injurio; /si trae mucha música, /que en el Hades se taña /o en cualquiera región al negro Hades vecina… /Ruido: ¡callad! Pregón /de aciago augurio! /Yo deseo estar solo. Non curo de compaña. /Quiero catar silencio, mi sola/ golosina”.

 

De Greiff es ante todo un poeta diferente. Un maratonista del verso que titulaba a sus libros “mamotretos”, de los cuales escribió trece, dejando una obra completa de cuatro mil quinientas páginas. Leerlo es divertido, el golpeteo de sus palabras hace que sea lo más parecido a tirarse cuesta abajo por una empinada carretera destapada en bicicleta. Si el lector se descuida, corre el riesgo de caerse del poema y golpearse con las finas aristas de sus palabras. No es posible leer a De Greiff sin concentración, mucho menos aprenderse sus poemas sin grandes esfuerzos de repetición. Yo, he tenido que usar técnicas no convencionales de memorización para lograrlo con los más extensos. He llegado al extremo de ponerle música vallenata a sus poemas, en especial a uno de los más difíciles: el Relato de Ramón Antigua, el cual cuenta con doce párrafos y su declamación puede durar más de cinco minutos. Por fortuna, a la métrica le encaja perfectamente la melodía de La Juntera, canción interpretada por Diomedes Díaz. Sé que a los puristas no les gustará mi método nemotécnico, y que mezclar a De Greiff con el Cacique de la Junta les parecerá un sacrilegio literario. Una especie de caviar con suero. Pero no me queda más que decirles: “perdónenme los puristas, si en algo llego a ofenderlos…”

 

Un poema es bueno si hay alguien que se acuerde de él y se atreva a declamarlo de memoria. Esta “regla”, es una forma especialmente ácida de medir al poeta antioqueño, debido no solo a la complejidad de su lenguaje sino también a la longitud de sus escritos. Sin embargo, la ardua y ahora desdeñada tarea de memorizar, no ha sido impedimento para que sus poemas pasen de una generación a la otra viviendo en las neuronas de quienes los recitan de memoria. El año pasado se cumplieron cien años de la escritura del primer poema del primer mamotreto: Tergiversaciones (1916). Sus versos de contorno difuso siguen desde entonces rondando las calles en boca de llaneros, paisas y caleños, que, con el patrocinio del aguardiente, los declaman por las noches: “Porque me ven la barba y el pelo y la alta pipa/ dicen que soy poeta /cuando no porque iluso /suelo rimar -en verso de contorno difuso /mi viaje byroniano por las vegas del Zipa. /Tal un ventripotente agrómena de jipa /a quien por un capricho de su caletre obtuso /se le antoja, fingirse paraísos”.

 

Por medio siglo de vocación literaria, el 18 de agosto de 1965 León De Greiff recibió en Medellín la máxima distinción que el Gobierno colombiano concede a sus ciudadanos: La Cruz de Boyacá. Salió rumbo al Paraninfo de la Universidad de Antioquia con su discurso de aceptación en el bolsillo; acompañado de su prima Victoria Carder, quien recuerda que a la altura del Teatro Pablo Tobón Uribe, el poeta se antojó de empanadas. Comió varias quedando engrasado y sacó entonces de su bolsillo un papel y se limpió con él las manos y la boca.  Lo arrugó y lo tiró a una caneca diciendo: “¿y ahora qué voy a decir Victoria? ¡Me acabo de limpiar con el discurso!”. No fue necesario ningún discurso, era tal el aprecio del público por León De Greiff que durante la ceremonia, al ponerse de pie, la gente lo aplaudió tanto que no tuvo necesidad de hablar.

 

Siete años después, en 1972 comenzó el declive de su vida. Lo afectó una caída que tuvo en su vieja casona del barrio Santa Fe. Dormía en el segundo piso en lo que llamaba su “cuarto de búho”. Fue allí donde el búho de setentaisiete años, luego de tomarse unos tragos almorzando con amigos, resbaló en el último escalón y rodó loma abajo por los empinados peldaños de su casa. No se golpeó la cabeza de milagro, pero por poco se “destriza de un tajo acerbo su cien osada y frágil”. Se fracturó varias costillas y el accidente lo afligió mucho. Tanto física como mentalmente se vio menguado y fue perdiendo el gusto por la vida. Su “terco ir y venir” fue reemplazado poco a poco por la inacción, por una “vida turbia y tarda” que anunciaba el fin de sus días. “El ebrio azar” le había jugado esta vez una mala pasada. Vivió cuatro años más, rodeado de un gran número de amigos –y de la espada de Bolívar–, leyendo novelas de vaqueros en ediciones de bajo costo, hasta que su hijo Boris De Greiff lo encontró muerto en su cama la madrugada de un lluvioso domingo, el 11 de julio de 1976. No murió de un tiro en el pecho como José Asunción Silva, que es como a él le habría gustado morir según afirmaba en las épocas de Stepansky, pero al menos vivió bastante y nos dejó una extensa obra para fortuna de sus lectores: “Y en el recodo de todo camino / la vida me depare un bel morir: / despéineme un balazo del pecho el vello fino, / destrice un tajo acerbo mi sien osada y frágil: / —de mi cansancio el terco ir y venir: / la fábrica de ensueños —tesoro de Aladino—, / mi vida turbia y tarda, mi ilusión tensa y ágil. / Un bel morir, un bel morir, un bel morir”.

Juan Mario Giraldo

Consultor en estrategia de negocios. Ingeniero Químico de la Universidad de Los Andes. Escribe un blog de literatura y divulgación científica en sus ratos libres https://medium.com/@juanmgiraldor