Llevo meses en silencio, limitando mis opiniones al ámbito personal, pues las circunstancias que atraviesa el país requieren, más que nunca, detenerse a pensar en medio del caos mediático que sacude a Colombia día tras día.
El crispado ambiente político nos muestra a un presidente que amenaza a los parlamentarios, que clama “libertad o muerte” en escenarios donde se hostiga al Congreso de la República, mientras miembros de su gabinete y aliados se ven envueltos en escándalos de corrupción que, con el paso de los días, resultan más perturbadores y oscuros.
También vemos un Congreso que hace pleno uso de la retórica y los sofismas para negar lo que un día aprueba y aprobar lo que antes repudiaba, mientras intenta encontrar coherencia entre el dinamismo político y las exacerbaciones ideológicas que anulan cualquier atisbo de pragmatismo.
Y mientras esto ocurre, Colombia se encuentra ad portas de una crisis financiera, producto del anuncio sobre la violación a la norma fiscal, en un contexto de gasto excesivo por parte del Estado. Las Fuerzas Militares permanecen replegadas e incapacitadas en la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo; el sistema de salud atraviesa su peor crisis y los gremios económicos emiten señales de alerta que, lamentablemente, nadie escucha.
Y no es todo. Los abusos de poder por parte de funcionarios del Gobierno Nacional, los enfrentamientos entre alcaldes y gobernadores con el Ejecutivo por malquerencias políticas, los papás Pitufos, los jóvenes que mañana no tendrán pensión y los atentados contra concejales, mandatarios locales y precandidatos presidenciales se han convertido en el pan de cada día.
¡Por supuesto que debemos hacer un alto en el camino y reflexionar! Pero no desde la trinchera de la bandera ideológica que cada quien abraza, sino entendiendo que no es la polarización lo que está desangrando las venas abiertas de esta Colombia errática, sino la falta de ética y moral que ha contaminado los cimientos del poder, permitiendo que se haga y se deshaga con un sonoro “de malas” que resuena en una nación resquebrajada.
Se acercan las elecciones, sí, pero muchos no están pensando en las próximas generaciones, sino en rencillas personales disfrazadas de debate público. No se vislumbra un verdadero proyecto de país, sino la intención de perpetuar ciclos interminables de violencia e inequidad, con el único fin de capitalizar la miseria traducida en votos.
Estamos obligados a hacer una reflexión nacional, y esa reflexión debe ir más allá de los conceptos anquilosados y vetustos de “derecha” e “izquierda”; debe centrarse en lo que es ético y en lo que es necesario para que Colombia avance. Para ello se requieren liderazgos coherentes, propositivos, serenos y con la capacidad de unir voluntades en torno a un verdadero proyecto de largo plazo.
Las próximas elecciones no serán unas cualquiera; son decisivas para el futuro de todos. No podemos darnos el lujo de reelegir modelos fracasados, pues hay atolladeros de los que salir nos costaría sangre, sudor y lágrimas.
No voy a hablarles de candidatos ni de corrientes ideológicas. Solo los invito a pensar qué país queremos, a elegir más con cabeza fría que con las vísceras, más con conciencia que con fanatismos. Puede ser nuestra última oportunidad.
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