“Es válido y puede ser provechoso que los departamentos quieran mayor autonomía. Ojalá se promueva el debate del federalismo desde el Congreso y que la vanidad del poder ejecutivo en Bogotá no entorpezca el desarrollo”
En los últimos meses ha revivido el debate sobre centralismo y federalismo en varias regiones del país. Hace unos meses, 25 gobernadores se reunieron en Rionegro – mismo lugar donde se firmó la Constitución federalista de 1863 – e hicieron una declaración en la que reclamaban “una verdadera autonomía para las regiones”.
El que ha sido un sangriento y ahora tedioso debate que dividió a seguidores de Bolívar y Santander ha sido analizado hasta el cansancio por los historiadores, los cuales, por lo general, han concluido que ninguno de los dos proyectos de los independentistas hubiera funcionado en la coyuntura del siglo XIX. La visión de Bolívar – continental – era inviable porque la Gran Colombia estaba quebrada luego de las guerras de la independencia, lo que generaba grandes problemas de comunicaciones y en las redes comerciales entre los territorios, imposibilitando que se tomaran todas las decisiones en torno a un presidente dictador. Y, la visión regionalista o confederativa de Santander se complicaba por el hambre de poder de los comandantes de los territorios.
En su lecho de muerte, Bolívar confesaría al militar Rafael Urdaneta: “el no habernos arreglado con Santander nos ha perjudicado a todos”. Finalmente, ambos personajes soñaban con la libertad de su pueblo y con la construcción de una Nación resistente.
En una película, esta última reflexión de Bolívar podría escenificarse como una revelación mística en torno a la cual su pueblo debe aprender de los errores de sus gobernantes y, en lugar de continuar con las cruzadas sangrientas, entender que las virtudes de la cooperación, el dialogo, el respeto por la diferencia y las libertades serán lo que finalmente hará prosperar a la población.
Así, tenuemente podríamos afirmar que hoy el gobierno central desde Bogotá debería otorgar mayor autonomía a los departamentos y construir redes de cooperación entre los territorios. Esto implicaría descentralizar los recursos, generando autonomía fiscal y engordando el patrimonio de los departamentos. A grandes rasgos, se promovería la identidad de cada departamento, su voluntad política y su desarrollo económico y social.
Pero como no estamos en una película, hay que mencionar que las bondades de la descentralización se topan con grandes problemas en Colombia, principalmente por las brechas de inequidad territorial que pueden engrosarse al delimitar en las fronteras departamentales el recaudo y el gasto. A largo plazo, esto podría generar mayores problemas como la falta de capacidad administrativa de las regiones menos desarrolladas, el agravamiento de la desigualdad, desequilibrios fiscales en la recaudación de impuestos y financiación de proyectos y, por su puesto, agravar la corrupción y mala gestión de las instituciones más débiles.
La descentralización es una tarea difícil y aunque ha sido un debate sangriento y tedioso, es necesario. Hoy debemos alentar y profundizar la idea de la descentralización, pues nunca antes ha sido más sencilla la distribución de competencias en los distintos niveles de Gobierno (sin olvidarse de sus respectivos controles).
La facilidad de conexión entre todos los actores intergubernamentales del Estado debería facilitar la creación de un gobierno más vertical, eficaz, eficiente y productivo. Es válido y puede ser provechoso que los departamentos quieran mayor autonomía. Ojalá se promueva el debate del federalismo desde el Congreso y que la vanidad del poder ejecutivo en Bogotá no entorpezca el desarrollo, sino que promueva la autonomía de los departamentos y proponga nuevos instrumentos para la cooperación que entusiasmen a las regiones e inciten su progreso. Al final, la cooperación es la base del desarrollo y como dijo Bolívar, no haberse arreglado con Santander nos perjudicó a todos.
Todas las columnas del autor en este enlace: Pablo Güete Álvarez
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