“Como decía Umberto Eco: ‘Tanta información nos causa amnesia’. A esto, añadiría que también nos produce ecpatía, llevándonos hacia un nuevo tipo de humanidad. Uno que no tiene razón o pensamiento crítico, no tiene emoción y tampoco relaciones reales.”
“Pienso, luego existo” no es más que un método científico para diferenciar lo que es real de lo que no, sin embargo, en esta era tan sofisticada se nos dificulta pensar, nos encontramos atrapados en un ciclo de información superficial y distracciones constantes que desvían el pensamiento crítico y nos encaminan por la vida a través de un piloto automático, con los dedos encorvados, la realidad distante y teniendo ansiedad todo el tiempo.
Las redes sociales nos han exigido sutilmente que hagamos un pacto ficcional, un pacto entre mentirosos: “yo creo en lo usted me muestra, y usted me sigue vendiendo su ficción”. Utilizando estrategias de marketing y publicidad como el storytelling; venden historias con verdades a medias. Historias dignas de premios Pulitzer. Este pacto que aceptamos a presión nos ha creado una distancia absurda en lo íntimo de las relaciones, y parece una triste ironía pensar que esta sociedad en un sobre esfuerzo por crear nuevas formas de acercarnos, lo único que haga sea lo contrario.
Como decía Umberto Eco: ‘Tanta información nos causa amnesia’. A esto, añadiría que también nos produce ecpatía, llevándonos hacia un nuevo tipo de humanidad. Uno que no tiene razón o pensamiento crítico, no tiene emoción y tampoco relaciones reales.
Nuestra percepción del mundo se ha vuelto confusa y desordenada, como lo plantea Kundera con el concepto de la ‘imagología’, es decir, nuestra cosmovisión se moldea mediante insidiosas imágenes que consumimos a través de las redes sociales, influenciando nuestras opiniones y decisiones. Tenemos una influencia latente de personajes ficticios que nos invitan a seguir un estilo de vida que pocos pueden alcanzar.
Vivimos en la era de lo posible y no de lo real, la verdad y la mentira ya no son valores relevantes que caracterizan la era digital. Las redes sociales han borrado las líneas entre estas categorías, presentándonos una versión estetizada de la vida que, aunque no moralmente falsa, distorsiona nuestra comprensión del mundo. Es por eso que nuestra identidad se bifurca en tantos caminos y todos “tan posibles” que terminamos perdiendo el tiempo de la manera más absurda en el scroll y no en vivir lo real-.
No dejo de pensar en la relación que existe entre la literatura y las redes sociales: ambas son ficciones, pero con funciones distintas. La primera una ficción estética, que transforma la realidad para que el lector pueda entenderla mejor. Y la segunda, una ficción interesada que busca engañar.
El ser humano en esencia es un nodo de relaciones, de intercambios, de conexiones, por lo que las redes sociales encajaron perfectamente en nuestro sistema, sin embargo, van destruyendo poco a poco estas conexiones genuinas. Debemos cuestionar el precio de este avance tecnológico y esforzarnos por recuperar nuestra capacidad de razonar, sentir y conectar verdaderamente con los demás.
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