Un hombre de chaqueta negra cerrada por los puños, erguido sobre sí y sosteniendo un libro titulado “El Anticuario”, dejaba ver, más arriba del cuello enrollado por una bufanda negra, las facciones de Iván Duque Márquez, el actual Presidente de la República. Una sonrisa medio coqueta, acompañada de una mirada que se sostenía segura, le invadían el rostro como en aquellos días de debates electorales. Todo muy bien puesto, muy usual. ¿El detalle? ¡El Anticuario estaba mal sostenido! O, en palabras de Gustavo Petro, “como la reforma tributaria, ¡al revés!”.
Creativa la apelación estética con que el excandidato presidencial y ahora líder de la Colombia Humana hizo notoria la similitud. Pero, a pesar de la perspicacia lingüística, bastaba tan solo con acercar un poco la imagen para notar un atisbo de mandíbula mal editada y darse cuenta de que, la cara fotogénica de Duque, había sido colocada en la cara de otro fulano que nada tenía que ver. En pocas palabras, la imagen fue un montaje, y sin embargo más de uno se la creyó, entre ellos la oposición, usándola para acusar al mandatario de una irremediable falta de inteligencia, mezclada con algún tipo de desorden motor para saber dónde es al derecho y dónde es al revés.
Días después, cuando la imagen real por fin se dio a conocer, el intelecto del nuevo Presidente fue rescatado en lo que respecta a la lectura de libros. Pero aunque Duque se salvó, a muchos otros no han tenido tregua. Podría decirse que lo mismo le pasó a Petro, a excepción de que, en su caso, la culpa sí fue suya y no de una edición mal intencionada.
En realidad, si a la cosa quiere ponérsele nombre, lo que le sucedió fue un desliz. Sí, una de esas cosas que pasan una vez y sin intención de ofender a nadie. Es que, ¿quién va a querer confundir al que es el actor porno más famoso del momento con el ganador de un premio de física? La información falsa le jugó una mala pasada, y para aquellos que lo criticaron alegando que era obligación por su posición política el someterse a una rigurosa corroboración informativa, podría decírseles que lo único que prueba el bochornoso malentendido es que, si a Petro pudo pasarle, a cualquiera también, o si no véase en caso de Duque. Si ambos pudieron ser tanto sujeto como objeto de equivocación, ¿qué exime al ciudadano de a pie, o, mejor dicho, al colombiano de todos los estratos, de dejarse envolver por la misma malicia informática?
“Que a los promotores de la Consulta Anticorrupción les iban a pagar cuatro, cinco y hasta seis millones por voto depositado; que el FBI demostró los nexos del paramilitarismo con el expresidente Álvaro Uribe; que Mockus, tras de haberse bajado los pantalones en el Congreso, había terminado por orinarse en una alfombra; que Sergio Fajardo había quebrado a Antioquia tras su paso por la Fábrica de Licores del mismo departamento; e incluso que Iván Duque iba a ‘recuperar’ el servicio militar obligatorio ante la reactivación de guerra con las Farc.” Todas las anteriores son noticias falsas, teniendo como sentido último la desinformación y apelación al miedo, sentimiento conveniente a la hora de ponerse sobre la mesa las cartas del juego político colombiano. Su forma de despegue son las redes sociales, y su plataforma favorita las cadenas de WhatsApp. Los colombianos terminan entonces tragándose todo lo que les llega al celular, y cuando algunos medios vienen a desmentir la información compartida, ya la duda está sembrada y, por tanto, el daño hecho.
No hablemos ya de política, sino de otros campos de diversa índole. ¿A quién por WhatsApp no le han prometido X cosa, a cambio de una condición Z? Y, allá por los 2000 cuando los computadores estaban en pleno desarrollo y el correo electrónico era lo último en comunicación, ¿a quién no le sucedió que en el enlace donde le prometían una casa, un carro o un descuento, se le salió descargando un virus que allá por el bajo mundo le conocían como troyano? ¡Claro! Todo eso hubo de sucederle a un gran porcentaje de personas. ¿Qué está pasando ahora con las redes sociales? Exactamente lo mismo.
Debe tenerse cuidado, pues cierta cantidad de lo que es promovido puede responder a un orden mayor. Si bien hoy en día se afirma que la plaza pública tiene menos importancia que la plaza virtual, juntar masas y generar opiniones a través de las plataformas digitales se vuelve tarea fundamental para aquellos que pretenden cumplir con un objetivo en específico, un objetivo político.
Hay que evitar entonces sostener las cosas al revés y confundir a unas por otras. Los rumores deben ser validados con varias fuentes de confianza, y la información corroborada antes de poder opinar. Las redes sociales, además de contener información falsa, también puede estar monitoreando nuestra interacción con ella para luego decidir qué se nos muestra y qué no. Véase por ejemplo el caso de Cambridge Analytica, corporación que le sirvió al equipo de la campaña presidencial de Trump para supuestamente tener acceso a las bases de datos de Facebook y terminar manipulando cierta cantidad de estadounidenses de manera tal que su voto fuera en favor del candidato republicano.
Téngase, pues, escepticismo: ojo con las cadenas y con las publicaciones que se comparten, sean personales o de cualquier afinidad política. Y haciendo caso al título del libro que sostenía el fulano que no era Duque, debería retornarse un poco a eso del anticuario: a mirar las cosas dos veces y no solo a través de una pantalla. No vaya a ser que un actor porno esté detrás de todo el asunto, y nosotros acá pensando que el que daba la información era un físico de renombre galardonado.