Las cuchas y sus razones

“Su intervención hacía pensar que estábamos ante un ejercicio de arqueología desde la palabra en busca de la verdad, la memoria y la dignidad. Cada frase era como retirar un sustrato más de esa mezcla de olvido e impunidad en los que han permanecido aquellos crímenes hasta el presente.”


Durante una sesión de trabajo en el diplomado Puntadas de paz que desarrollan la corporación Surgir, Conciudadanía y la Universidad de Antioquia a través de su Instituto de Estudios Políticos, una mujer lideresa del colectivo Mujeres Caminando por la Verdad de la comuna 13, tomó la palabra para exponer por cerca de una hora, los detalles de lo que ha sido la búsqueda de su familiar y de los familiares del conjunto de su organización social.

Su intervención, brillante por demás, iba mostrando capa por capa lo que han significado tantos años de búsqueda desde la época en que se reportaron la mayor cantidad de desapariciones en la zona, coincidente con la ejecución de las operaciones militares en el marco de la seguridad democrática de Uribe, hasta el tiempo actual en el que comienza el hallazgo y la identificación de las víctimas.

Su intervención hacía pensar que estábamos ante un ejercicio de arqueología desde la palabra en busca de la verdad, la memoria y la dignidad. Cada frase era como retirar un sustrato más de esa mezcla de olvido e impunidad en los que han permanecido aquellos crímenes hasta el presente. Si se razona en ello, se encuentra que esa arqueología desde el lenguaje tiene muchos parecidos con la que se practica desde hace un tiempo en La Escombrera, pero a partir de la utilización de equipos técnicos de la Fiscalía y la Unidad de Búsqueda de personas Desaparecidas. Es decir, la pala, el palustre, la escobilla y hasta la retroexcavadora constituyen también ese instrumento que nombra y devela lo que los perpetradores han tratado de dejar enterrado.

Es notorio que para el tiempo cercano a los hechos las familias sobrevivientes, y en especial las mujeres, vivían sometidas a una especie de mutismo impuesto por la brutalidad de la guerra. Simplemente era casi inconcebible lo que estaba sucediendo. Los perpetradores contaban así con una especie de tenaza paralizante tan fuerte como la rúbrica grotesca de un asesinato con fines de desaparición bajo cientos de toneladas de escombros y otros desperdicios. Esa es la razón por la que prácticamente lo hacían a la vista de muchas personas y no solo ante la mirada cómplice de sus propios efectivos, fueran estos la soldadesca paramilitar o de la fuerza pública, sin que les importara mucho, pues lo que se vivía entonces eran actos de barbarie que se superponían a otros muchas veces peores, por lo macabros y desproporcionados. Incluso hoy cuesta aceptar que por ejemplo helicópteros artillados fueran usados en plena zona residencial o que se emplearan explosivos para cortar el fluido eléctrico, entre otras barbaridades.

Con el paso del tiempo y bajo un ejercicio constante y valiente, las mujeres se fueron movilizando y organizando cada vez más, lo que las fue empoderando desde la acción y la palabra. La frase “están locas” poseía en principio un poder desconcertante y abrumador pues no significaba tanto una descalificación sino una franca amenaza: no busquen, no metan las narices donde no las han llamado, algo estaría haciendo y la peor de todas por su mezcla de negacionismo, odio y justificación de la violencia “allá no van a encontrar nada”.

Con el tiempo las mujeres fueron demostrando no solo que no estaban locas, sino que la búsqueda era y es un importante valor ciudadano, pues se enruta hacia el propósito de sanar desde la persona, la familia y la comunidad; pero también sanar, como no, a la propia sociedad como un todo.

Las cuchas tienen razón, siempre la han tenido y razonan con gran lucidez fraguada a partir del esfuerzo tesonero, la lucha cotidiana, la sensibilidad cultivada y la persistencia.

Andrés Arredondo Restrepo

Antropólogo y Mg. Buscando alquimias entre Memoria, Paz y Derechos Humanos.

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