Todos estamos de acuerdo en que la guerra es la amenaza principal no solo de lo niños, sino de la humanidad. Sin embargo, nos hemos acostumbrado a la guerra, a aceptar la violencia como una forma de vida, como algo que está en nuestro ADN. Intentamos justificar los actos, intentamos darle razones, aunque insuficientes, al desastre deshumanizado que deja una noche de balacera, un bombardeo, una violación, un maltrato que va desde lo verbal hasta lo físico. Escuchar las palabras del Ministro de Defensa Diego Molano sobre el bombardeo a un grupo de niños, solo nos lleva a pensar en lo miserables que somos por no ser capaces de detener a un gobierno que se ríe de todos. Que juega al lobo vestido de abuelita mientras devora sin piedad lo que bien le viene en gana. Aún me cuesta creer que haya gente que defienda el mandato del presidente Duque, aún me parece tan inhumano que algunos crean que el fin justifica los medios.
Leyendo uno de los famosos e impresionantes ensayos del gran Estanislao Zuleta, me encuentro que es muy cierta la dificultad que tenemos los colombianos en comprender que el camino fácil nunca nos llevará a un buen fin. Pues, nos parece mejor lanzar bombas para acabar un conflicto, nos parece mejor estar armados para eliminar al ladrón, nos queda fácil juzgar, señalar, calumniar para no tomarnos la tarea de ir un poco más allá, pensar, reflexionar si lo que estamos haciendo o eso que está pasando es lo correcto. Colombia que es un país que se afana por querer avanzar, por ponerse al mismo nivel de países europeos o de Estados Unidos-cosa que no es nueva, en el siglo XIX y parte del XX algunos, en este país se creían franceses e ingleses-, no ha entendido que el avance no es solo a nivel económico-que no se ha logrado-, ni mucho menos en asuntos bélicos. La situación se trata de cultura y educación, la misma que esa joven de 16 años quería recibir, aunque estuviera reclutada forzosamente y que lo único que obtuvo de este gobierno fue un bombardeo. ¿Cómo estudiar para el ICFES si no hay educación, señor Molano?
Desde hace mucho tiempo, si se quiere, desde los años cuarenta en Colombia, hay un veneno que nos viene taladrando la cabeza de forma silenciosa. Digamos que es una especie de semilla que se sembró y todos los días, después de tanto tiempo, se sigue regando para que florezca. Ella crece y crece sin mucho esfuerzo, con la naturalidad del caso. Se trata del lenguaje bélico, del lenguaje violento. Antes de finalizar el siglo XIX, exactamente en 1878, un sacerdote gritaba a los cuatro vientos que: “El liberalismo es pecado y un veneno”. Esta afirmación que hizo mella en los bogotanos, terminó abriendo grandes zanjas para que el 15 de octubre de 1914, Rafael Uribe Uribe fuera asesinado a hachazos. Realmente es el sentido de difamación, de etiquetar como a los productos vencidos, una imagen diferente de lo que es podredumbre por donde se le mire: masacre no es igual a homicidios colectivos, bombardear niños no es igual que defender la patria. Economía naranja no es igual a equidad y oportunidad para todos. El hecho de preclusión en el caso de Álvaro Uribe Vélez no indica que sea inocente y que esto le permita seguir con la cabeza en alto. Petro no es igual a castrochavismo, el castrochavismo no es pobreza y miseria, porque como tal, el concepto existe en nuestras cabezas y en la boca de quienes infundieron el miedo, de ahí para adelante, no hay más.
Usted puede usar todos los ejemplos que quiera, de hecho, gracias a algunos medios de comunicación, mercenarios de este gobierno, la tienen muy clara para jugar con el lenguaje, único poder soberano entre los miles de poderes que puede obtener el hombre. Mientras haya publicaciones que difamen, calumnien, etiqueten y cambien la realidad con palabras más sutiles o mejor, dislocadas de lo que es cierto, seguiremos dando vueltas en un círculo infinito que llamamos política y de la cual, todos nos creemos con la libertad de hablar, porque todos queremos expresarnos, echar mano del derecho que tenemos, pero pocos piensan en el imperativo que tienen a la hora de reflexionar sobre lo que se dirá. Los actos son claros, nombrarlos es el objetivo para empapelar lo miserable e indolente que se puede convertir un gobierno. Mientras en redes nos rasgamos las vestiduras y nos damos trompadas virtuales, Duque y su ejercito de ministros, jueces, abogados, artistas y empresarios siguen haciendo de las suyas, tramando detrás del set de su intolerable programa de televisión la siguiente jugada. La máquina de guerra está en el palacio de Nariño y en una finquita en donde tampoco se recoge café.
Análisis válido e importante; tiene mucha verdad que, desafortunadamente, nadie cree.