«Las ayudas silenciosas»: Diarios de Cuarentena

Es curioso cómo durante esta inesperada cuarentena han surgido todo tipo de reflexiones en torno a todas esas dimensiones que consideramos humanas. Reflexiones simples del día a día y grandes preguntas sobre la incertidumbre  de los modelos económicos que construimos por azar o por pacto. Día a día, la noticia es la misma, nada cambia; sin embargo, el hincapié de los gobiernos en mostrar sus logros y sus ayudas nos desborda a través de redes de internet, periódicos y telediarios. Pero hay algo más allá que los medios no nos cuentan, y es que a pesar de tanta incertidumbre y tanto costo diurno del amor, existen pequeños seres que extienden su mano y edifican grandes logros silenciosos para lo humano que reside en todo.

  • Antes de seguir, quisiera aclarar a quien lee este texto, que este solo tiene una finalidad: que sumemos donaciones para la persona sujeto de esta historia. Así, que, si solo quiere ayudar en estos tiempos inciertos y evitar leer una aburrida página puede contactarse con él y preguntarle qué necesita. Su nombre: Alejandro, sencillo y común; su profesión: monje imprescindible y su número: 304 4769313

La historia, aunque compleja por su esencia y autenticidad, es simple de narrar. Y como acá es conveniente prescindir de metáforas y romanticismos, lo propio y lo justo es contar lo que he visto y evocar en el lector un impulso a donar a causas grandes y necesarias.

Alejandro y Jacobo son dos frailes, “fray” les llamamos nosotros, y así lo hemos hecho por una cercanía natural (quizá ignorando el significado de su titulo) y porque en su juventud no se dibuja aún esa solemnidad de algunos monjes que evade el diálogo. Ambos con 20 años, son monjes de una orden llamada Siervos de María inmaculada, viven habitualmente fuera de la ciudad en un convento dedicados a la atención de personas de la tercera edad. Sin embargo, por designios divinos o por el vago azar, tuvieron que regresar a Medellín durante la cuarentena. Ambos, instalados en la casa de los padres de Alejandro, y con solo mirar a su alrededor, porque las cosas se cuentan solas y solo hay que saber mirar, decidieron trabajar.

Inquietos por su vocación de servir, decidieron comenzar a preparar alimentos para habitantes en situación de calle; sin preguntar y sin conversar con la comunidad y con la voluntad sumada de Elizabeth, Ana y Mery (vecinas de toda la vida) comenzaron a realizar el trabajo elemental de todos los seres humanos elementales; y día a día repartían comida a quien se acercara a su andén y lo solicitará. ¿La cifra? La cifra es increíble, con su voluntad inquebrantable y con su fe intacta, reparten entre 180 y 200 raciones de alimentos a todo el que se acerca; y no siendo suficiente, decidieron improvisar un baño y una peluquería para todo el que lo necesitara. Y, frente a todo pronostico y oposición eventual de sus vecinos, han sacado adelante esta obra social que aún no se reconoce en los grandes medios, que pasa desapercibida; pero que, a pesar de esto, hace de Medellín, un lugar más tolerable.

Me sorprende ver cómo al lado de mis amigos, esos que ignoran la existencia de Dios, la presencia de la obra de Alejandro y Jacobo evoca un humanismo que los acerca a creer en algo parcialmente. Y ellos, a pesar de su ateísmo y sus convicciones, ven en el Fray Alejandro y su noble compañero, un instrumento humano necesario para subsanar crisis reales e inmediatas. Es por eso, que la historia es simple de narrar, porque no precisa sino de un acompañamiento económico o material de quien la lea para que siga en pie. Al menos durante esta cuarentena. Estos gallardos monjes, jóvenes que ignoran los grandes tratados de la política y la economía, y que aferrados a su fe y a la humanidad construyen grandes hitos. Son ellos, los que sin grandes discursos en redes sociales, construyen y edifican el humanismo en tiempos de aislamiento.

   

Por: Roberto Rodríguez

 

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