Landman: el petróleo, los errores y el perdón que nos hace familia

La serie de Taylor Sheridan nos recuerda que ser padre o madre es caminar sin mapa, equivocarse, y aun así seguir amando.

Hay series que te atrapan por la acción y otras que te desarman por lo que te hacen sentir. Landman, en su segunda temporada, logra ambas cosas. Sí, hay petróleo, negociaciones millonarias y ese mundo brutal del sur de Texas donde el dinero manda. Pero lo que realmente me sacudió no fueron los pozos ni los tratos oscuros. Fue ver a Tommy, ese hombre cansado, irónico, imperfecto. Intentando ser padre sin saber cómo. Y en ese espejo, sin quererlo, me vi. Esta temporada arranca con Tommy convertido en presidente de M-Tex. Tiene poder, tiene responsabilidades, tiene a Cami, interpretada por Demi Moore, recordándole que ahora las reglas son otras. Pero también tiene una esposa que le reclama, una hija que parece vivir en otro planeta y un hijo que lucha a su modo. Y ahí está el nudo que me atrapó: Tommy puede manejar carteles, negociar con magnates del petróleo, sobrevivir en un mundo donde todos quieren algo de ti. Pero frente a su familia, está tan perdido como cualquiera de nosotros.

¿Cuántas veces hemos creído que con más información seríamos mejores padres? Vivimos en la era de los manuales de crianza, los podcasts de psicología infantil, los artículos sobre inteligencia emocional. Y sin embargo, seguimos equivocándonos. Seguimos diciendo lo que no debíamos, callando cuando había que hablar, ausentes cuando nos necesitaban presentes. Landman no romantiza esto. Lo muestra con una honestidad que duele: Tommy ama a sus hijos, pero no sabe cómo demostrarlo. Su esposa, intenta construir una familia con los escombros de decisiones pasadas. Y Ainsley y Cooper, los hijos, cargan con las consecuencias de padres que hicieron lo que pudieron, aunque ese “lo que pudieron” a veces no fue suficiente. Lo que más me conmovió de esta temporada fue descubrir algo que ya intuía pero que la serie nombra sin pudor: los hijos perdonan. No porque los padres lo merezcan, sino porque madurar implica entender que nuestros padres también fueron hijos asustados, adultos improvisando, personas heridas que nos criaron con sus propias grietas. Esta serie fronteriza, tan americana en su estética de camionetas y pozos petroleros, toca algo universal: la familia como ese territorio donde todos llegamos sin brújula. Da igual si eres un magnate del petróleo en Texas o un maestro en cualquier ciudad del mundo. Frente a un hijo, todos somos aprendices. Y esa vulnerabilidad compartida, curiosamente, es lo que nos conecta.

Ver Landman me hizo pensar en mis propios errores como padre. Y también me hizo amar más a mis padres. Porque entiendo que ellos tampoco tenían manual. Que hicieron lo que supieron con lo que tenían. Que el mundo, con toda su información y sus certezas prestadas, sigue siendo un lugar donde nadie sabe exactamente lo que hace. Y quizá eso está bien. Quizá ser familia significa justamente eso: equivocarse juntos, perdonarse, y seguir caminando aunque el mapa no exista. Al final, lo que queda de Landman no es el petróleo ni el poder. Es la imagen de un padre imperfecto que sigue intentando. Y de unos hijos que, a pesar de todo, eligen quedarse.

Rubén Eduardo Barraza

Maestro en la Universidad La Salle // Experto en cine.

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