Uno podrá tener 80 veces 8 la oportunidad de darle la vuelta a la vida y no llegar a entenderla. ¡Y es que parece lógico! Entender es tener certeza, y el universo pocas veces nos regala una seguridad absoluta. En mi caso, por ejemplo, he querido creer en la bola de cristal, leer las cartas, el tabaco o aferrarme a cualquier señal que me indique por dónde es el camino. Sin embargo, mientras más me aferro a la idea de hacer todo bien, de no equivocarme y de no permitirme fallar, termino más desorientada de lo que estaba en un inicio.
Hay algo cierto y es que la vida se trata de decisiones; a veces acertadas y otras veces no tanto, pero sin duda alguna, el poder de decidir es lo único que realmente nos pertenece.
A mí, cada una de las pocas decisiones que tomo me saben a nostalgia, pues parezco vivir aferrada al “que hubiera pasado si…”, como si de tanto añorarlo fuera a encontrar la respuesta. Quizá la vida en más de una ocasión nos coge muy quietos, muy seguros, moviéndonos en círculos o dejando que las decisiones las tomen otros mucho más aventureros que nosotros mismos. Al final, moverme me cuesta, porque siempre me enseñaron a quedarme y no a renunciar, y aunque no le quito nada de mérito al permanecer en un mismo lugar, renunciar también he descubierto que es una forma de ganar.
No sé si percibo, si estoy segura o si me imagino que no solo a mí me puede pasar, pero noto una intranquilidad respecto a la famosa frase de que “tenemos el control de nuestras vidas”, cuando hoy me cuestiono aún más, qué control puedo tener sobre mi destino si al final del día siempre lloro viendo cualquier reality promedio. Me abruma pensar que me estoy yendo de lugares en donde todavía me necesitan y me asusta pensar aún más en perderme tanto, tanto, tanto por salvar al otro, que al final ni si quiera sepa cómo definirme a mí misma en unas cuantas palabras. He aquí, la dualidad, no de “ser o no ser” sino de “hasta qué punto sentir”.
El término “empatía” entonces me suena un poquitín a conflicto y culpa, porque nunca sé cuándo renunciar al otro ni fluir conmigo misma, a pesar de llevarlo tatuado en mi brazo.
Si tan solo supiéramos (y hablo en plural para que sea sencillo encararlo), que el miedo constante y generalizado a que nos sustituyan, a que no nos elijan o a que se den cuenta que por querer ser mejores personas, terminamos siendo la cara de la moneda más egoísta, son solo pensamientos que vienen desde nuestro ego, que en más de una ocasión nos juega sucio.
En conclusión, enfrentarse a uno mismo es complejo y no siempre es un proceso lineal… Pero, ¿algo en la vida lo es? Es solo cuestión de tocar el cielo para volver a bajar y estar abajo para volver a querer subir; son bonitas, con tanto movimiento, las veces en donde logramos mirarnos y tratarnos con compasión y amor, pero son inmensamente necesarias las veces en donde nos cuestionamos, nos incomodamos y empezamos a vivir de manera consciente, así esto implique un malestar significativo, pues no importa cuántas vueltas le demos a la vida misma en busca de la felicidad plena, yo lo seguiré sosteniendo ante cualquiera: el dolor es lo único que nos lleva hacía adelante.
Comentar