“Ojo por ojo, y el mundo quedará ciego” decía aquél gran pacifista en las tierras del lejano oriente. Aunque por más lejano que sea el oriente, la violencia nos llega directo a la puerta de la casa, algunos a tocarles el timbre y a otros a tumbarle la puerta. Ser muy violentos es nuestra naturaleza como seres humanos. Tan es así, que a lo largo de los siglos hemos creado todo un sistema político y jurídico para evadir esa característica natural en nosotros; inventándonos ese cuento (tan importante y tan ficticio) sobre los derechos humanos.
Les confieso que acabo de escribir otra columna sobre la censura a Óscar Figueroa, y en principio debería esperar unos días para hacer otra. Pero hay algo que merece definitivamente ser opinado y reflexionado: ese pequeño niño de cinco años del que todos están hablando en este momento y su contacto directo con una de las cosas más sádicas y absurdas de dicha naturaleza humana: la guerra ideológica.
Omran, un niño sirio que por la lotería de la vida nació en uno de los lugares más prendidos en este momento; se topó con la violencia de frente en su pequeña cara, literalmente. Con una mancha gigante de sangre en el lado izquierdo de su pequeño rostro, su cuerpo totalmente empolvado por los escombros del edificio que fue bombardeado, y con un rostro que da cuenta de lo atónito y confuso que está; simboliza según los medios internacionales “el sufrimiento por el que pasan los niños en Siria”.
Así es. Pero hay algo por agregar: esa pequeña alma simboliza en realidad el sufrimiento por el que pasan todas las personas que en algún momento tienen contacto con la violencia, llámele como le quiera llamar (guerra, conflicto armado, “amenaza terrorista”). A mí personalmente este caso –y muchos otros de colombianos enunciados en el reporte ¡Basta Ya!– me conmueven profundamente. Y la cuestión no se trata de no entender por qué pasan estas cosas. Porque lo entendemos muy bien: pasan porque somos demasiado violentos; y en cada acto de violencia nos volvemos cada vez más ciegos, como decía aquel sabio.
¿Por qué nos volvemos ciegos? ¿Esa clase de filosofía simbólica que quiere decir? Sencillo: que por más que veamos algo que objetivamente sea violencia y cause estragos, lo vamos a legitimar en cualquier ideología o presupuesto lleno de subjetivismos e imprecisiones. Esto va especialmente dirigido para aquellas personas simpatizantes de las salidas armadas, la violencia o la no negociación con grupos al margen de la ley. Por ejemplo, un conflicto que va de la mano del sirio es el que se presenta en esos países periféricos con el autodenominado Estado Islámico. Un bando le dice al otro que es un grupo terrorista, criminal, narcotraficante, extremista, y lo siguen llenando de adjetivos que pueden ser muy ciertos; y el otro le dice al otro bando que es un Estado corrupto, opresor, imperialista, corrompedor, y lo siguen llenando de adjetivos que igualmente pueden ser muy ciertos. Y lo más triste de todo es que entre su cruce de balas y violencia siempre salen afectados los que no tienen ni idea de por qué eso tiene que ser así. ¿Creen ustedes que en una guerra siempre son los objetivos militares los que se dan de baja, por más avances tecnológicos que se tengan? Les doy cifras colombianas entonces: más de 220.000 personas fueron reconocidas por los jueces como víctimas del conflicto armado. A este reconocimiento aspiran la exagerada cifra de 8 millones de personas, aproximadamente. La cifra de desplazados puede acercarse a casi 6 millones. Frente al número de masacres perpetuadas en territorio nacional, 1.166 corresponden a grupos paramilitares, 343 a guerrillas, 295 a la fuerza pública del Estado (condenado un montón de veces por cortes de derechos humanos) y 158 a otros grupos armados. Los jueces han reconocido 25.007 desaparecidos, 1.754 víctimas de violencia sexual, 6.421 niños y adolescentes víctimas, y 27.023 secuestrados.
¿Y saben qué? Entre todos esos números exagerados debe haber inmensidad de casos como los de Omran. Desamparado, confuso, atónito. Sin la más mínima idea de por qué las cosas le pasan a él así. Creyendo muy probablemente en su corta vida que tal vez el mundo entero es así, que todos nos matamos a punta de bombas; sin entender por qué el sadismo del ser humano –por ejemplo, en uno de los casos de violencia sexual, está el de una mujer a la que violó un grupo de 9 paramilitares frente a su novio en donde, entre otras cosas, le metieron sus pistolas por su vagina-.
Estos casos desgarradores deberían darnos la lección de que la violencia sólo genera más violencia. Esa ira de injusticia que sentimos no debe ser un pretexto para legitimar más balas y más sangre. No tiene sentido. Y por eso es que nos causa ceguera social: porque aquellas personas que por ejemplo van a votar no en el plebiscito lo pueden hacer –entre otras cosas- por ese sentimiento de injusticia hacia las víctimas y hacia la “patria”, llenando de adjetivos e ideologías al rival para legitimar más balas y más sangre (yo no negocio con narcoterrorismo, comunismo, farcsantismo, castro yo no sé cuantismo, etc.); y lo harán siendo ciegos a esta realidad de que cada legitimación de violencia le va sumando más a esos números que mostré arriba. Parecen desconocerlo, o al menos parece no importarles.
Es impensable que votando no a una salida negociada de un conflicto armado se generen, posteriormente, más de estas víctimas como Omran. La guerra es muy cara y mayoritariamente la pagan los más débiles; y yo no sé ustedes, pero yo no me sentiría moralmente tranquilo gritando cómodamente desde mi escritorio por todos lados “NO” a un plebiscito en donde luego serán los de bajos recursos quienes se irían a matar a nombre de su “patria” y que encima de eso causaría más casos como los de Omran. Son ciegos a su realidad y a la realidad de la violencia, y su ceguera afecta a los más débiles. Ojo por ojo, y el mundo quedará ciego.