La
vida en nuestro universo pudo surgir apenas 15 millones de años después del Big Bang. Eso es lo que sugiere una nueva investigación firmada por el astrofísico de la Universidad de Harvard, Abraham Loeb. La idea barajada es que el universo habría cumplido con las condiciones necesarias para el desarrollo de la vida hace 13.700 millones de años más o menos; por comparar, la vida en la Tierra apareció hace 3.800 millones de años.
Los científicos ya no reducen la búsqueda de vida a las denominadas zonas “ricitos de oro”, que es como se refieren a las regiones de habitabilidad estelar de acuerdo a los parámetros clásicos. La nueva tendencia, en cambio, es estudiar la posibilidad de que otros ambientes también pudieran ser aptos para permitir el desarrollo de organismos.
Tras el Big Bang, el universo era una sopa de plasma caliente que se fue enfriando poco a poco. La primera emisión de energía electromagnética producida por dicho plasma fue la radiación de fondo de microondas, 389.000 años después de la Gran Explosión. Según se expandía el universo y bajaban las temperaturas de la radiación de fondo, se dieron las circunstancias propicias para la formación de vida, al menos durante un lapso de siete millones de años durante los cuales la temperatura del universo fue semejante a la de un día de verano en la Tierra, explica Loeb.
Si durante aquel periodo existieron planetas rocosos, entonces la radiación de fondo de microondas habría hecho de sus superficies los lugares adecuados para el nacimiento de la vida. La cuestión es, claro está, si existieron tales planetas. Según Loeb, es posible que la materia ya hubiera llegado a un estado de densidad capaz de agruparse en conjuntos rocosos. Para ello, habría sido necesario que estrellas tempranas hubiesen cumplido su ciclo de vida con cierta rapidez para explotar en supernovas y esparcir dicha materia pesada.
La concepción clásica es que las estrellas capaces de producir la cantidad suficiente de metales para que se crearan los primeros planetas tardaron su tiempo en formarse, de modo que el Sol sería de las primeras estrellas con los requisitos necesarios y, por tanto, la vida terrestre habría surgido cuando apenas el universo permitió que ello fuera posible. Según esta interpretación, seríamos de los primeros, si no los únicos.
Pero las cosas han ido cambiando en los últimos años. Ahora se sabe que la existencia de planetas rocosos es ajena a las características de la estrella que los acoge en su sistema. Si hasta ahora se consideraba que, para que un sol estuviese rodeado de planetas, éste debía ser rico en metales, los científicos creen que tal requisito sólo es necesario para la formación de planetas gigantes, así que el abanico cósmico de lugares propicios se ha multiplicado considerablemente. Así, en un estudio publicado en junio de 2012 a partir de los datos de la misión Kepler de la NASA, se descubrió que los planetas pequeños como la Tierra se pudieron formar en condiciones mucho más diversas de las que se había pensado hasta entonces.
Cuando la metalicidad ya no es un problema tan grande, la posibilidad de encontrar planetas habitables aumenta no sólo en el espacio, sino en el tiempo. Así, ahora se admite que los primeros planetas pudieron haberse formado hace 8.000 millones de años cuando menos o, extendiendo el margen a su límite, incluso hace 12.000 millones de años, cuando los primeros procesos estelares de fusión y expansión de elementos pesados tras las primeras supernovas hicieron que los metales comenzaran a tener una presencia mínima pero suficiente como para formar planetas rocosos, los cuales habrían orbitado en torno a enanas rojas con una prolongada existencia por delante. Esto significa que habrían existido planetas dos y casi tres veces más antiguos que los del Sistema Solar.
Para el astrofísico Joshua Winn, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, el estudio de Loeb es, a la vez que provocador, estimulante. Según Winn, son muchos los estudios que se han realizado en los últimos años apuntando las condiciones idóneas para la formación de vida; pero nadie hasta ahora había pensado en la radiación de fondo de microondas como regulador de tales condiciones. Y esto, sin duda, aumenta las opciones de un universo cargado de vida.
Después de todo, emulando las palabras de la protagonista de la película Contact, esa investigadora del SETI que interpreta la actriz Jodie Foster: “si sólo estamos nosotros, ¡cuánto espacio desaprovechado!”.
Sobre el autor:
[author] [author_image timthumb=’on’]https://alponiente.com/wp-content/uploads/2014/02/autortest.jpg[/author_image] [author_info]Rafael García del Valle:Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca (España). Persigue obsesivamente los misterios de la existencia, actividad que contrarresta con altas dosis de literatura científica para no extraviarse en un multiverso sin pies ni cabeza.
Es autor del blog www.erraticario.com[/author_info] [/author]
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