La verdad tras el “noble ideal de la izquierda”

Murieron Stalin, Mao, Hugo Chávez y Fidel Castro, y algún día morirán Maduro, Daniel Ortega, Díaz-Canel, Kim Jong-un y el resto de los actuales líderes de la –extrema en realidad– izquierda. Empero, ya están apareciendo nuevos “mesías” como Andrés Manuel López Obrador, Pedro Castillo, Gabriel Boric y Gustavo Petro, ansiosos por representar e imponer el “noble ideal de la izquierda” bajo las banderas del progresismo, que no es más que otra manera de llamar al socialismo, mientras la raíz filosófica que le da vida continúa sin ser cuestionada.

A diferencia de los movimientos colectivistas de derecha, el progresismo/socialismo ha logrado conservar bastante intacta la buena reputación de su ideal inicial. Para resumirlo: una sociedad igualitaria donde el bien común es el fin por alcanzar.

Los resultados de su implementación, sin embargo, figuran dentro del ranking de los genocidios más grandes de la historia, con el primer puesto para Mao Zedong con 75 millones de muertos y el segundo para Iósif Stalin con 23 millones de muertos, seguidos por Adolf Hitler con 17 millones quien, por no ser considerado un socialista entre los socialistas, goza de peor fama que sus vecinos orientales.

Ahora bien, cuando uno tiene enfrente las consecuencias nefastas de su propio ideal, tiene dos opciones: 1) cuestionar su ideal, y reconocer el error y corregir; o 2) negar o encubrir la realidad, echar la culpa a otro e insistir con el ideal.

Los progresistas (socialistas) han sido auténticos maestros en el arte de la negación y el encubrimiento. Al enfrentarse a este choque entre su ideal y los hechos, no han dudado en optar por su ideal y en culpar a factores externos por las horrorosas circunstancias que siempre han acompañado su implementación. Pero, ¿por qué siempre acaba mal? Porque es un ideal desligado de la verdad y de la naturaleza del sujeto que debe alcanzarlo.

Supongamos que digo que mi ideal es que los hombres vuelen por sí mismos como pájaros. Los resultados de intentar alcanzarlo serán hombres estrellados contra el piso. Puedo negarme a creer que hay algo que anda mal en mi ideal, culpar al sobrepeso o a la falta de esfuerzo de las víctimas o a los fuertes vientos, y continuar obligándolos a saltar desde un risco hasta que alguno logre volar como pájaro. Pero los resultados serán siempre iguales.

Lo mismo sucede con el ideal progresista (socialista) de alcanzar una sociedad igualitaria donde se logre el bien común. Los seres humanos son individuos diferentes unos de otros, con su propia mente, sus propios deseos, sus propias habilidades y sus propios sueños. No existe tal cosa como una mente colectiva, un cuerpo colectivo, un deseo colectivo, un bien colectivo o una vida colectiva. El monstruo de mil cabezas o de mil cuerpos ¡no existe! Intentar fundir las mentes, habilidades, deseos y otros más de todos los individuos en una gran olla común para obtener un nuevo producto colectivo, ha sido el “noble ideal de la izquierda” progresista (socialista), ideal que solo pudo y puede lograrse mediante el sacrificio de la naturaleza individual de cada víctima.

No obstante, los progresistas (socialistas) siempre se las han ingeniado para echar la culpa de sus nefastos resultados a alguien más, sin nunca mirar si hay algo mal en su ideal. Verbigracia, el hambre de Cuba es culpa del bloqueo económico de los Estados Unidos, la pobreza es culpa de los “malditos empresarios explotadores” y la violencia en Venezuela es culpa de la corrupción de sus líderes.

Miren a Suecia y a los países escandinavos. Ellos tienen socialismo y funciona porque sus líderes son honestos”, aseguran. Pero se niegan a ver que tanto Suecia como los demás países escandinavos figuran en los primeros puestos del Índice de Libertad Humana (Fuente AQUÍ), acercándose mucho más al ideal liberal que al progresista (socialista).

Se niegan también a ver que los países que se autodenominan socialistas (Enlace AQUÍ), se encuentran entre los más pobres del mundo y entre aquellos que han necesitado de la fuerza de la tiranía para imponer su ideal a sus habitantes (Fuente AQUÍ). Se niegan a ver que el ranking de países con mayor libertad económica (Enlace AQUÍ) coincide en un alto porcentaje con el ranking de países donde la gente vive más feliz, es más rica, más sana y donde hay menos crimen (Fuente AQUÍ). Se niegan a ver que el ranking de los países más tolerantes y menos tolerantes (Enlace AQUÍ) confirma que los menos tolerantes coinciden con los países socialistas y los más tolerantes con los más libres e individualistas.

Y ningún socialista se pregunta ¿cómo es posible que los países liberales nunca son gobernados por tiranos anclados al poder, ni parecen sufrir el acoso de otros países explotadores, ni deben recurrir a la violencia ni a los muros para mantener a sus ciudadanos dentro?

Es el ideal anti-vida, anti-razón y anti-individuo de la izquierda al que debemos rechazar si queremos librarnos de sus consecuencias. Ese ideal que Jean-Jacques Rousseau, padre intelectual del colectivismo, dejó expuesto en su obra El Contrato Social al decir que:

“El Estado debe tener una fuerza compulsiva universal para mover y disponer cada parte en la forma más adecuada al todo. Y si los líderes del Estado dicen al ciudadano «es conveniente para el Estado que usted muera», él deberá morir.”


Este artículo apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.

María Marty

Escritora, ensayista y guionista argentina, Licenciada en Comunicación Social de la Universidad del Salvador y egresada del Academic Center del Ayn Rand Institute. Columnista en diferentes medios y programas de radio.

Fundadora y CEO del Ayn Rand Center Latin America: organización independiente que tiene como misión fomentar una mayor conciencia, comprensión y aceptación de la filosofía objetivista en América Latina.

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