“La amistad es encuentro, distanciamiento y experiencia. En el tiempo de los amigos se descubre el chiste del mundo: la banalidad del poder, el del Estado, el de la tradición, el de la fama, el de la familia.”
I
Teníamos una necesidad con una urgencia silenciosa, la de transformar el egoísmo en generosidad. Eso teníamos nosotros. El grupo de amigos era grande, cabíamos muchos en los salones de fiesta y en los restaurantes, en las salas de conferencias y en los grupos de chat, pero la amistad solo nos sucedía a nosotros. Celebrar los triunfos del otro era la consecuencia de contribuir a que sucedieran. Nos reuníamos, nos sugeríamos, nos reprochábamos, nos aplaudíamos, nos avergonzábamos, nos aburríamos y pensábamos en el origen de nuestra historia para fortalecernos como comunidad: el encuentro de los interlocutores. Una amistad que comenzó a dar sus pasos infantiles en el respeto, hasta que aprendió a correr en la alegría del pensamiento. Recogíamos las ideas del otro para sostener las propias, esa era la utilidad de una cosecha amorosa que pocas veces nombrábamos ocupados en saborearla.
II
La amistad es encuentro, distanciamiento y experiencia. En el tiempo de los amigos se descubre el chiste del mundo: la banalidad del poder, el del Estado, el de la tradición, el de la fama, el de la familia. La amistad transgrede el merecimiento y sobrevive en la gratuidad. La amistad tiene nombre propio porque cuando yo te digo amigo no pronuncio un adjetivo, menciono la forma de vida que eliges para incluirme.
III
No tenemos amigos, nos habitan. Una vez los conocemos mueven las fibras secas de nuestras ideas para tejer con ellas la complejidad de lo sencillo. Borges decía que una profesora de literatura tiene como pedagogía la búsqueda de amigos para sus estudiantes. Cervantes, Virgilio, Dante, Shakespeare, Homero, Rulfo, Lemebel, Lezama Lima, Svevo, Gallegos, Vallejo, Saer, De Stefano, Sor Juana… amigos que forjan el carácter, que le dan forma a la vida de los que se interesan por algo más que la existencia primaria. Porque respirar, comer, dormir y publicar fotos son parte de la sobrevivencia, la otra parte necesita comprender por qué vale la pena sobrevivir. Necesita el pensamiento de los que se asoman al abismo en sus obras. Esos amigos cuyos actos de bondad se manifiestan en la falta de complacencia con verdades implacables que muchos están dispuestos a rechazar para buscar consuelo en la adulación y en el optimismo dogmático.
IV
Encendemos la TV para ver fútbol, yo me concentro en las reacciones de los fanáticos ingleses; son violentos en palabra, obra y omisión. Pedimos una pizza y comentamos el partido, los uniformes, los movimientos, los datos históricos, los cuerpos, nuestros cuerpos. Ele me dice que estoy muy flaca, que no necesito más de una porción de pizza, él quiere comer más porque ve los partidos con ansiedad, está gordo, le digo que está cerca de las dimensiones de la amabilidad forzada. Nos reímos, reconocemos el volumen de nuestros cuerpos como una verdad genuina que desbarata el pequeño umbral de la ofensa. Los ingleses pelean por y con su equipo, nosotros contra la ingenuidad política, por la transparencia de nuestros excesos y por las consecuencias de nuestra insolencia.
V
Ele y yo seguimos enamorados de la inteligencia del otro. Es una aventura; la experiencia erótica del pensamiento, un juego en el que somos instantes sin pertenecernos ni echar raíces. Nuestra amistad no es temática, somos seres para la risa irónica y desobediente que nos afecta y nos transforma. No cultivamos ni cuidamos los detalles, cuando aparecen, nos sorprenden, los contemplamos e interpelamos su autenticidad. No pocas veces hemos experimentado la poética de la pobreza al desear el contoneo de unas pocas monedas en el bolsillo para cambiarlas por un trago seco y barato. Borrachos, cada uno llama al otro por su nombre, en esa combinación singular de las letras transfiguramos el amor en una nueva criatura.
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