“No es que los jóvenes no queramos estudiar, es que nos cansamos de pagar por volvernos irrelevantes en una economía que cambia más rápido que los pensums.”
Durante años nos enseñaron que estudiar era la mejor inversión. Lo creí. Lo sigo creyendo. Pero hoy, me veo obligado a plantear una pregunta incómoda: ¿a quién están educando las universidades si el mercado ya no premia los títulos, sino las habilidades?
Hoy el mundo cambia a la velocidad de un algoritmo, y Colombia no puede seguir formando profesionales para una economía que ya no existe.
La IA no viene, ya llegó (y nos está evaluando en silencio)
La inteligencia artificial no es solo una tendencia tecnológica: es un cambio estructural en cómo se crea valor. Herramientas como ChatGPT, Copilot, Gemini, Deepsek, entre otras, están integradas en sectores tan diversos como banca, salud, comercio, educación y muchos mas. Y no son simples asistentes: están tomando decisiones, optimizando procesos, automatizando tareas.
En mis labores del día a día, ya he visto cómo la IA permite reducir tiempos, anticipar escenarios, desviaciones y hasta proponer escenarios más precisos que los que se hacían manualmente hace apenas dos años.
Y sin embargo, muchas universidades siguen enseñando con el mismo formato del siglo XX, como si no supieran que el 60 % de las empresas en Colombia ya usan IA en sus operaciones y que el 80 % de los trabajadores del conocimiento interactúan con ella a diario.
¿Estudiar para qué?
No es que los jóvenes no quieran estudiar. Es que no queremos pagar por volvernos irrelevantes. Según el informe del Foro Económico Mundial, más del 40 % de las habilidades necesarias para los empleos del futuro ya cambiaron. Y lo están haciendo más rápido de lo que los programas académicos pueden adaptarse. Mientras tanto, los títulos se vuelven obsoletos al ritmo en que se actualizan las plataformas que usan los mismos estudiantes por fuera del aula.
Desde mi experiencia, se que todo tiene un costo de oportunidad. Y hoy el costo de un título desactualizado no es solo económico, es profesional.
¿Cuál es la alternativa?
No propongo abolir las universidades. Lo que planteo es que deben transformarse con la misma urgencia con la que cambia la economía digital. Necesitamos instituciones que:
- Ofrezcan formación modular, microcredenciales y rutas personalizadas, no carreras rígidas.
- Se conecten con la realidad empresarial, no solo con su tradición académica.
- Entiendan que el conocimiento ya no está solo en los libros, sino también en las plataformas, en los datos y en la interacción interdisciplinaria.
Y, sobre todo, que formen profesionales capaces de aprender a desaprender cada vez que el mercado se reinventa.
¿Y la economía colombiana?
Colombia tiene un potencial enorme en innovación financiera, blockchain, inteligencia artificial y automatización. Pero ese potencial solo se puede materializar si también formamos talento para gestionarlo.
La transformación real no llegará por decreto, sino por talento capacitado, adaptable y tecnológicamente alfabetizado.
Y ahí es donde las universidades tienen una oportunidad histórica: dejar de ser fábricas de títulos para convertirse en motores de pertinencia.
Yo sigo apostando por la educación. Pero no por cualquier educación. No por aquella que exige más deudas que competencias, ni por la que ignora que la economía digital ya no pregunta por diplomas, sino por capacidades.
Como joven colombiano, me niego a resignarme a un sistema educativo que prepara para el pasado mientras el futuro nos exige otra cosa.
Como economista, veo con claridad que la ineficiencia de formar mal es uno de los peores errores presupuestales que un país puede cometer.
Y como alguien que cree en la transformación digital, solo puedo insistir: la universidad debe cambiar antes de que la cambien desde afuera.
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