El modelo educativo de la educación superior colombiana está en crisis, es una verdad de perogrullo, no solo es la crisis de lo económico y lo financiero, verbigracia, si nos referimos a la crisis de la educación pública superior con el artículo 86 de la Ley 30 de financiamiento de la educación pública y el desfinanciamiento progresivo ante un incremento de los gastos de financiamiento con base en el IPC, que no se ha actualizado a la realidad transferida por los gobiernos nacionales, regionales o locales, que en el corto plazo constituye un hueco fiscal que a duras penas, salvo la cacareada reforma a la ley 30 o a “mágicas” fórmulas de reforma tributaria que atienden el sector, salir de esta crisis financiera es casi un imposible, es mas liquidar todas las instituciones de educación superior públicas y volverlas a abrir con austeridad parece una entelequia del capital pero a hoy es la alternativa menos popular y mas economica.
Y cuando hablo de la crisis de la universidad o del modelo de universidad o la universidad en crisis, me refiero también y no menos importante a su crisis de identidad, de su fundamento y razón de ser, de su propósito superior menos titularizante y más abocado a las transformaciones tecnológicas, sociales y humanas, menos a sacar empleados y funcionario y mas a generar en los jóvenes potencialidades más innovadoras y disruptivas, que generen valor a las sociedades y no un cargo y pasivo pensional adicional.
Es la crisis de la obsolescencia de la Universidad, encerrada en sus cartografías pedagógicas y curriculares y no menos preocupante que ya no seduce a las nuevas generaciones, verbigracia, entre el 2017-I y el 2023-I solo en el caso de la Universidad de Antioquia los aspirantes a maestría y doctorado bajaron en un 33,8%, mientras que la oferta de programas aumentaba en un 20,62% y los maestros de carrera y ocasionales aumentaban en un 5,02%; según datos de DataUdea y es más según ANIF en el periodo de 2015-2023 la demanda de vacantes con títulos de especialización o maestría estaba por debajo del 4% y los del nivel de doctorado por debajo del 0,1%, seguimos siendo un país orientado a la mano de obra menos cualificada y barata, condenados al subdesarrollismo, sin enfoque ni pertinencia en su modelo educativo.
Huerga decir, la crisis también es tecnológica, conectividad baja en los establecimientos educativos públicos del país, ofertas poco situadas y pertinentes en los territorios, modelos curriculares enquistados en el aula a merced del power point y los acetatos, mientras plataformas como Coursera alcanzaron la no despreciables cifra de 107 millones de usuarios registrados en el Q1/2023, platzi alcanzó los 5 millones de usuarios activos en 2023, cifras que comparadas con toda la población en educacion tecnica, tecnologica o superior en las universidades públicas y privadas las supera en 10x o más.
Es hora de repensar un nuevo modelo de universidad, más allá de los problemas sintomáticos de la financiación que se la carcome como un cáncer, es hora de pensar un nuevo modelo educativo, flexible, por ciclos de formación, alineado a los estándares mundiales de las sociedades del conocimiento donde no se forman para ser funcionarios y empleados sino empleadores y visionarios; donde la didáctica atraviesa todas las formas y las maneras de acceder al aprendizaje en contextos híbridos, donde la presencialidad es cada vez más desplazada por el doble click y el sentido de lo humano recupera el sentido de la Universidad, la universalidad del conocimiento, porque existe una humanidad más allá de la moda del metaverso y de la inteligencia artificial que serán objeto de una próxima columna y que con la Universidad no nos pase como en el circo romano: “Ave, Caesar, morituri te salutant”, “Salve, Cesar, los que van a morir te saludan” ante los premonitorios vestigios de una Universidad en ruinas y arruinada.
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