Si bien históricamente la timidez ha sido largamente estudiada y trabajada dentro del campo de la salud mental, ha sido poco vista desde un enfoque de género, que la entienda como parte de un proceso mucho más amplio e integral, en donde ciertos roles, mandatos y formas de concebir a los varones y mujeres son claves para verla desde un lugar distinto.
Lo planteo ya que la timidez se ha reducido a un tema meramente individual y despolitizado, de parte de la psicología clínica, por intermedio de diagnósticos y tratamientos, en caso de que se necesite, y hasta farmacológico desde la psiquiatría, como pasa con la llamada fobia social, pero nos quita la posibilidad de entenderla desde marcos que se hagan cargo de nuestra socialización familiar, escolar y en los distintos espacios que nos desenvolvemos.
De ahí que ver la timidez desde los estudios de masculinidades nos puede ayudar para entender procesos de discriminación, exclusión, abusos y relaciones de poder entre géneros e intragénero, en donde el dominio de unxs sobre otrxs, está cargado de símbolos, ritos y acciones provenientes de una cultura hetero patriarcal, que aunque se disfrace de mayor apertura, sigue reproduciendo violencias en toda índole, no siendo tomado en consideración lo suficiente por buena parte de los profesionales de salud mental.
Con esto no digo que quienes hemos sido bastante tímidos en nuestras vidas y quienes han sido patologizados con la etiqueta de fobia social, no tenga relación con vínculos afectivos débiles y un apego inseguro desde la niñez que no nos permitió desarrollarnos de manera segura y flexible frente a los demás, como se plantean desde distintas corrientes psicológicas, pero no por eso vamos a omitir las representaciones que se tienen sobre lo que es ser hombre y lo que es ser mujer.
Es lo planteado por la doctora en antropología, Rocío A. Castillo, quien nos muestra como la timidez es mucho más que un rasgo de la personalidad (1), sino que también es parte de una estructura de emociones que impone mandatos de masculinidad y feminidad, en donde se naturaliza que las mujeres sean por esencia más tímidas que los hombres, lo que hace que a ellas se la imponga una posición de subordinación, ante la idea patriarcal de que «calladitas se ven más bonitas».
En el caso de nosotros los varones, la timidez es vista como un estorbo para la masculinidad hegemónica, ya que se ve como un antónimo de la virilidad, la cual debe esconderse y/o superarse para ser considerado realmente un hombre, el cual debe ser alguien decidido, arriesgado, atrevido en distintos planos, como lo son el sexual, laboral, intelectual y político.
Ante eso, que cualquier expresión de timidez de parte de nosotros, sea asociado a ser mujer y afeminado, y por ende menos hombre, lo que se refleja de manera muy explícita en el mundo escolar, en donde el acoso, el ciberbullying y la violencia contra aquellos varones que no muestren la seguridad suficiente, sean objeto de burlas, humillaciones y denigraciones.
En consecuencia, pareciera que emociones como el miedo y sobre todo la vergüenza, sean más permitidas para mujeres que para los varones, lo que no solo evidencia una desigualdad de género y una dominación masculina, sino también dentro de los mismos hombres, en donde ser tímido nos quitaría puntos para una idea de masculinidad, incapaz de aceptar nuestras propias vulnerabilidades y temores.
Dicho lo anterior, lo que se trata no es de negar el carácter psicológico de la timidez y los distintos tratamientos para quienes quieran recibir algún tipo de ayuda, sino de entenderla de manera mucho más amplia y como parte de un sistema hetero patriarcal, el cual sigue estando muy presente en nuestras relaciones, dominadas por el individualismo, la competencia y la negación del otro u otra.
En otras palabras, lo que se debe hacer es tener una mirada mucho más relacional al respecto, en donde la horizontalidad, la escucha, la educación no sexista y la valoración de la diversidad en el sentido más amplio, sea puesto en el centro en las relaciones humanas, desde un principio, de manera que las personas que tengan dificultades e inseguridad psíquicas puedan tener un apoyo colectivo, y no solo psicoterapéutico.
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