La teología que habita a las Gentes de Bien.

Colombia es un hospital siquiátrico; cuando uno llega a la sala de inmigración es necesario, antes de ser requerido por la adustez de la policía secreta, saber si llegas a internarte o a visitar a algún paciente.

Anidada en una esquina de mis recuerdos, despierta la imagen de Pablo Escobar pavoneándose en carros último modelo en el municipio de Envigado (Mónaco de América Latina, según rezaba en grandes carteles a la entrada pueblo), para acompañar devoto a su madre hasta el corregimiento de Sabaneta, con ofrendas millonarias a María Auxiliadora, para que le bendijera la ilegalidad de los negocios con que compitió en petulancia a las familias más ricas del país.

Los mismos negocios con que los más ricos de Medellín se hicieron más ricos. Los mismos negocios con que la clase política antioqueña encumbró al primer presidente reelecto y se hizo más poderosa.

Los mismos negocios que permitieron que la jerarquía eclesiástica de Colombia, fuera recibida como reyes magos en el Vaticano, al engrosar millones de dólares en las arcas del Ébolo de San Pedro. Limosna que jugosamente fue el adelanto para pagar a las almas del purgatorio la mitra episcopal de Alfonso López Trujillo -quien fungió como obispo de Medellín en los tiempos gloriosos de su querido Pablo- y garantizar la presidencia del Pontificio Consejo para la Familia, cargo que ostentó hasta su muerte.

Al unísono, monseñor Darío Castrillón, habría de expresar que los dineros malditos del narcotráfico al pasar por las manos de la Santa Iglesia Católica, apostólica y romana, perdían su maldad y entraban en estado de gracia.

Así se forman las gentes de bien.

José Miguel Sánchez Giraldo

Educador popular, profesional en ciencias políticas; magister en estudios latinoamericanos; PhD. en educación y mediación pedagógica por la Universidad de La Salle de Costa Rica.

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