LA TECNOLOGÍA QUE PRODUCE LA TECNOLOGÍA | Ley, Gobierno y moral (7)

“Cuando la ley y la moral se contradicen una a otra, el ciudadano confronta la cruel alternativa de perder su sentido moral o perder su respeto por la ley.”
Frédéric Bastiat.


NOTA: La parte anterior a esta entrega puedes leerla AQUÍ.


Algunas ideas –muy pocas de hecho–, luego de mucho debate y, sobre todo, del retorno de información que se produce en el mercado, se van solidificando en hitos “fijos” –se perciben así, porque algunos han durado miles de años– que nos permiten navegar en la tormenta verbal permanente que se forma cuando se tienen libertad de expresión y libertad individual. Estas, son los puntos de referencia límite: los patrones primarios contra los cuales contrastamos otras ideas y otros comportamientos, para saber si son buenos o malos, y para saber si son verdaderos o falsos; son los preceptos morales que han alcanzado la punta de la pirámide de la jerarquía.

La Ley

Si la ley se rompe ¡hay consecuencias! Existe castigo de algún tipo. La ley se manifiesta como un texto estructurado, pero muy simplificado, puesto que debe poder ser comprendido por casi todos. Es el producto de intensas discusiones por largo tiempo entre los individuos y los grupos, tanto que, cuando hay fuertes desacuerdos sobre ella, los grupos se separan y los territorios se dividen.

“No matar”, “No robar” y “No levantar falsos testimonios ni mentir”, son ejemplos de reglas que se entienden apropiadas para definir los límites morales de las acciones del individuo en sociedad. Aparte de estas, también hay otro tipo de normas que son guías para definir asuntos y que son bastante comunes o recurrentes, y es ahí donde aparecen los Principios Generales del Derecho Romano. Los romanos descubrieron treinta y uno (31) de ellos en doce siglos (12) de existencia, desde la república hasta la caída, y están compilados en el Corpus iuris civilis. No son muchos, porque, aunque para su descubrimiento se usó el Principio de Auctoritas –como era costumbre en Roma–, al parecer la consecuencia práctica se observó como parte del proceso.

Existe una secuencia lógica que parte de la libre expresión: la moral pasa por la ley, y culmina en el libre mercado como partes (ambas) de un sistema hipercomplejo llamado economía, que surge desde las profundidades del caos en ese orden de causalidad y correlación. El libre mercado, impuesto por la fuerza desde el “ente de autoridad”, es frágil y pasajero en términos relativos de tiempo, porque cuando intenta enraizar para generar las otras estructuras lógicas necesarias para su subsistencia y fortalecimiento en el “estanque prohibido”: la mente de los individuos, los cuidadores corren a sacarlo. Es más fácil no tener que enfrentar las contradicciones propias que impone un orden que no procede de figuras de autoridad. Roma, al final, pereció por no poder renovarse moralmente.

Es tan equivocado esperar el mesías que decida la ley y la moral para todos, como esperar un mesías del libre comercio que nos permita el enriquecimiento material sin virtud.

Los casos de Deng Xiaoping en China, Augusto Pinochet en Chile y Lee Kuan Yew en Singapur, son paradigmas falaces en lo más fundamental, fácilmente reversibles por quienes conocen su debilidad: la falta de legitimidad del proceso de creación moral. Por eso, los marxistas, con razón, aunque debido a objetivos completamente nefarios, señalan lo que es obvio: que Pinochet tuvo que matar personas que opinaban diferente para traer el orden y la prosperidad económica, que Lee Kuan Yew tuvo que imponer un sistema de partido único sin posibilidad de protesta u oposición política, y que Deng Xiaoping le cambió a los chinos obediencia por oro.

En todos los anteriores casos, el pragmatismo del enriquecimiento económico intenta ocultar las evidentes fallas morales, que no son más que la supina ignorancia sobre el funcionamiento del sistema que renueva la creación de la moral, porque en esos tres (3) casos el ente de autoridad suplantó al individuo soberano, en vez de alentar su existencia, crecimiento y expansión. Se arriesga una catástrofe una vez la represión se suspende. La virtud, la ética y la moral pueden producir riqueza, pero no la garantizan; y la riqueza no soluciona la falta de virtud, de ética y de moral, mucho menos reemplaza la falta de libertad, el cual, es el valor supremo del hombre.

La riqueza, por mucho que le moleste a quienes la persiguen, ignorando los medios con los que se consigue como un mal menor, debe ser producto de la libertad y la virtud, comenzando por la libertad de expresión y la moral como un amplio acuerdo sin interferencia por parte de los agentes mediadores del orden, porque de otro modo: ¿Qué diferencia hace en el resultado criticar a los marxistas (internacional-socialistas y nacionalsocialistas) por sus genocidios del siglo XX, si estos también usaron medios macabros para fines supuestamente buenos?

Como liberales clásicos y libertarios, y como defensores del libre comercio y la libertad de expresión, corresponde cuidarse de que los medios y los fines sean siempre éticos, morales y respetuosos de la soberanía del individuo. No defender esta alineación, es simplemente deshonesto. Quien no critica lo malo por pragmatismo y/o utilitarismo, termina justificando y participando en los peores horrores y, seguramente, tendrá el descaro de quejarse cuando el mundo se le deshaga bajo los pies.

Y de lo que más debemos cuidarnos es de que los conflictos entre individuos y grupos de individuos no tengan más solución que la violencia por falta de mecanismos de mercado, y tanto de ideas como de productos. La violencia es el resultado inevitable cuando los medios y los fines no son éticos y morales en todo momento… y para toda transacción. La ley es un rayo de luz que procede de una constelación de ideas: es el dedo colectivo que señala todo el tiempo hacia la dirección correcta.

Administradores de lo público como guardianes de los hitos morales, no como sus creadores

No es posible controlar y planificar una economía, porque no es posible predecir y planificar la libre expresión de los individuos y el resultado de las interacciones entre estos.

Así como al administrador de una copropiedad se le asigna un presupuesto y se le dan por escrito las reglas que los habitantes de dicha copropiedad han decidido, incluyendo las tareas y límites para su aplicación, así debe ser un país. El administrador no decide sobre quien puede y quien no puede habitar un apartamento, o lo que cada uno puede hacer dentro, pero si puede contratar una empresa de seguridad para la portería con cargo al presupuesto asignado, cambiar los bombillos, y contratar el personal de mantenimiento y aseo de las zonas comunes; incluso puede contratar mantenimientos mayores cuando la asamblea general lo ha decidido y se ha ahorrado el dinero para llevarlos a cabo.

Tampoco es posible que las Cortes, los Presidentes y los órganos legislativos decidan sobre la moral o la ley en una sociedad, porque no es posible controlar la libertad de expresión, que es de donde proceden. Un pequeño grupo de individuos solo produce un muy pobre cúmulo de ideas que no alcanzan a formar nada inteligible, ni siquiera su silueta, mucho menos a infundirle vida y contenido, como es requisito para la moral y la ley.

La complejidad de los sistemas humanos es abrumadora, y aun así, algunos pretenden reducirla a modelos matemáticos o códigos legales que hay que estar actualizando por culpa de la “legislorrea” de nuestros “padres de la patria” y de las Cortes, y la “decretorrea” del Ejecutivo. Cuando el Estado y sus diferentes órganos usurpan la función de creación de ley y moral a los ciudadanos, comienza también, el largo proceso del declive, la decadencia y la descomposición de una sociedad.

La ley y la moral son unidades en extremo complejas y sofisticadas, compuestas por millones de pequeñas piezas y pixeles emanados constantemente por cada individuo, los cuales, forman un objeto/imagen de alta resolución, tan alta como la cantidad de individuos hay participando en su creación. Esa imagen de múltiples dimensiones se mantiene coherente, reconocible y aceptable porque cada uno de ellos se puede ver, de una u otra manera, reflejado en el resultado, tanto en las luces como en las sombras. La ley y la moral delimitan el canal por donde fluye la luz que emana de la libertad de expresión y son filtradas por el libre mercado; son contenido y estructura al mismo tiempo, y pretender crearlas desde arriba, es como tratar de construir un edificio empezando por el último piso.

En la siguiente entrega de este artículo continuaremos hablando sobre ley, Gobierno, economía y moral.


Notas:

  1. SOBRE LA OBRA EN LA IMAGEN DESTACADA DE ESTA ENTREGA: Leutze, E. (1851). Washington cruzando el río Delaware [Óleo sobre lienzo]. Nueva York: Museo Metropolitano de Arte. https://www.metmuseum.org/art/collection/search/11417.
  2. Este artículo apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.

Germán Contreras “El Perforador”

Independentista antioqueño. Fundador de ALS (Antioquia Libre y Soberana): Movimiento por la Independencia de Antioquia de Colombia.

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