La sotana al servicio del cuidado de la casa común: las ideas críticas del Papa Francisco

“Ya no se puede decir que la religión debe recluirse en el ámbito privado y que está sólo para preparar las almas para el cielo. Sabemos que Dios quiere la felicidad de sus hijos también en esta tierra”[1].

En su encíclica Evangelii Gaudium sostiene el Papa Francisco: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”. Estas palabras y las del epígrafe citado, reflejan bien el talente del Papa y el nuevo rumbo que ha querido imprimirle a la Iglesia, esto es, una Iglesia comprometida con los problemas del mundo, con las angustias y la vida de la gente del planeta, de esta “casa común” en la que todos vivimos y en la que todos habitamos, tal como la llama en su encíclica Laudato sí. Esta actitud es la que la hecho del Pontífice  un líder mundial moral, tal como sostiene Leonardo Boff, pero es también la actitud que le ha generado críticas de los sectores opulentos y de derecha más conservadores en el mundo-  esa “minoría feliz” como él las llama-, que han visto en el mensaje del Papa una amenaza a sus privilegios e intereses.

De ahí la importancia de resaltar desde la academia el papel crucial que está jugando en Papa Francisco en las discusiones actuales más importantes, aspecto en el que confluye con gran parte del pensamiento crítico filosófico y político de la actualidad. Por esta razón voy a referirme a un aspecto básico de su pensamiento: el fundamento y los contenidos de sus propuestas para hacer frente a las múltiples crisis que vivimos hoy, labor que haré en diálogo con el pensamiento crítico.

 

La obra de Dios y el cuidado del mundo: perspectivas desde el evangelio. 

Para el Papa los problemas actuales requieren de la interdisciplinariedad, lo que implica escuchar a las demás disciplinas. En este empeño también un diálogo entre la religión y la ciencia puede aportar a la solución de los problemas, lo mismo que “acudir a las diversas riquezas culturales de los pueblos, al arte y a la poesía, a la vida interior y a la espiritualidad”. Es decir, el Papa incluye aquí el aprendizaje mutuo entre las culturas, el dialogo, y los aportes desde las distintas formas de ver y entender el mundo, o lo que se ha llamado en el pensamiento latinoamericano: interculturalidad. Es la acción mancomunada de todos, desde todos los saberes y experiencias de vida, la que puede ofrecer soluciones, perspectivas y esperanzas a la crisis actual. Con todo, esa apertura no obsta para que desde el evangelio se expongan algunos puntos de vista fundamentales para solventar los problemas. Es aquí cuando el Papa acude a las Escrituras, a los santos y a la Doctrina Social de la Iglesia para fundamentar sus posiciones.

El punto de partida es el relato de la creación en el génesis. Dios creó el cielo, la tierra y todo lo que existe sobre ella. Cada criatura es producto del amor divino, y es ese acto creador el que le ha dado el valor y la dignidad a todo lo existente. De ese acto depende su valor y su significado. Cada cosa es producto del pensamiento de Dios y en esta narración simbólica del Génesis aparecen claramente tres relaciones: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. Pero estas relaciones se han roto gracias al pecado. Fue con la caída, con la soberbia del hombre que no supo verse como criatura limitada como se quebraron esas relaciones.  De ahí que el deber del hombre de “dominar”, cuidar y labrar la tierra se desnaturalizó también y provocó un conflicto. El Pontífice aclara que no hay en el pensamiento judío-cristiano un mandato de explotar salvajemente la naturaleza, pues el deber del hombre era el de “labrar y cuidar” el jardín del mundo, cultivarlo, preservarlo, custodiarlo, etc., lo que “implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza”. Desde este punto de vista, lo que ha hecho el hombre actual con la naturaleza, así como las guerras, debe verse como un pecado, porque implica la destrucción de la obra de Dios, de la casa común, del mundo que el creador le ha dado al hombre para vivir. Por eso, la biblia manda a una perfecta comunidad con el reino de todo lo vivo, de ahí que no haya lugar en las Escrituras para el “antropocentrismo despótico que se desatienda de las demás criaturas”. Sostiene el Papa: “el fin último de las demás criaturas no somos nosotros. Pero todas avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros, hacia el término común, que es Dios, en una plenitud trascendente donde Cristo resucitado abraza e ilumina todo”.  Es decir, lo que se pone de presente en esta concepción es la de un mundo como gran obra de un ser creador, de un arquitecto o artesano que creó la naturaleza, tal como Francis Bacon, Galileo  y Leibniz, entre otros,  lo comprendieron. Por eso: “Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros”. La naturaleza es un libro cuyas letras son la multitud de criaturas presentes en el cosmos, dice Francisco citando a Juan Pablo II.

Así las cosas, nuestra casa común es sagrada y a ella nos debemos. Es ahí donde el evangelio y la Iglesia juegan un papel fundamental. Por eso la Iglesia debe procurar por la vida de todas las criaturas y por realizar la felicidad del hombre también sobre la tierra. Y en esa labor pastoral de la Iglesia, el pobre juega un lugar privilegiado. Por eso el Papa recuerda que: “Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Dios le otorga su primera misericordia”. Esto es así porque el Reino de Dios le pertenece a los pobres, a quienes han sido desechados y descartados. A  ellos se les debe amor desinteresado, por su saber, su cultura, su fe, su modo de vivir, etc., sin ser usados para fines políticos o personales, es decir, sin ser instrumentalizados.

Ahora, si los pobres y desamparados son, por decirlo así, el sujeto privilegiado de la acción pastoral, del evangelio mismo, el Papa enuncia dos programas necesarios para luchar contra la degradación de su vida. Estos programas surgen del papel positivo y propositivo que debe jugar la Iglesia.  El primero de ellos se refiere a la “inclusión social de los pobres” y, el segundo, a “la paz y el diálogo social”. El primer punto requiere un cambio de las estructuras económicas existentes, donde se escuche el clamor y el gemido de los pobres, de tal manera que se garanticen los derechos humanos de las personas y de los pueblos, donde todos tengan alimento, pues lo hay suficiente para todos; donde el hombre pueda vivir dignamente. Lograr estos fines requiere una “distribución del ingreso”, de la riqueza social, resolver las causas estructurales de la pobreza, pues “la inequidad es raíz de los males sociales”. De tal manera que se requiere cambiar el concepto de economía que manejan las sociedades actuales. La economía, resignificada, es para el Papa: “el arte de alcanzar una adecuada administración de la casa común, que es el mundo entero”. Desde este punto de vista, para el Papa, como para el filósofo italiano Giorgio Agamben, la economía es un paradigma de gestión, sin embargo, una gestión responsable de lo común.  Este nuevo paradigma económico implica: a) no confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado, b) la recuperación de la soberanía estatal, c) el control del libre mercado por el Estado, d) asegurar el bienestar económico de todos los países y no sólo de unos pocos; e), abandonar el paradigma eficientista de la tecnocracia, buscando un desarrollo integral de la persona, f) “desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo”, dando origen a otro modelo de desarrollo y de progreso, de tal manera que se cuide el medio ambiente y, h) regular la actividad financiera especulativa y la economía ficticia.

El fundamento de la nueva economía, la cual debe estar al servicio de la plenitud humana, es “la dignidad de la persona humana y el bien común”. Este es el horizonte último de la economía y también de la política, la cual debe ser dignificada y puesta al servicio de la vida. Para el Papa es claro que la política, debe escuchar a todos los sectores sociales y algo muy importante, no debe someterse a la economía. Esta es, entre otras cosas, una forma de evitar que la economía se ponga por encima de la democracia y de los procesos de participación de las comunidades, pues “El dinero debe servir y no gobernar”.

En cuanto al segundo punto, “el bien común y la paz social”, el Papa es claro en afirmar que la paz social no es mera ausencia de violencia, ni un trato favorable para unos pocos, sino ante todo debe tener en cuenta la inclusión social, los derechos humanos, la dignidad de la persona, y buscar el “desarrollo integral de todos”. Por su parte, la construcción del bien común y de la paz social, debe tener en cuenta 4 principios ineludibles. El primero, que “el tiempo es superior al espacio”, es decir, que se deben emprender obras de largo aliento, a largo plazo, superando el inmediatismo y los criterios cuantitativos; el segundo, la prevalencia de la unidad sobre el conflicto, aprovechando éste último como un nuevo eslabón para la paz; el tercero, asumiendo que la realidad es más importante que la idea, con lo cual se quiere decir que se debe atender al mundo, a la circunstancia, abandonando la retórica y las palabras grandilocuentes, pues lo que convoca es la “realidad iluminada por el razonamiento”, pues: “No poner en práctica, no llevar a la realidad la palabra, es edificar sobre arena, permanecer en la pura idea y degenerar en intimismos y gnosticismos que no dan fruto, que esterilizan su dinamismo”. El último principio se refiere a lo que los filósofos llaman una verdad de razón, esto es, que “el todo es superior a la parte”, con lo cual se quiere significar las justas relaciones entre lo local y lo global, a la certeza de que el trabajo en lo pequeño, en lo cercano, también contribuye a lo macro; a la unión de lo individual y lo comunitario, lo cual enriquece a ambos.  Todo esto debe estar alimentado por el diálogo social e interreligioso (con el judaísmo y el Islam) que contribuya a la paz.

El Papa y el pensamiento crítico de hoy

Ese proyecto liberador del Papa, por llamarlo así, lo une con propuestas de gran parte del pensamiento crítico actual, de alternativas que buscan otro mundo posible que supere la catástrofe ambiental que amenaza en convertir la tierra en un desierto superpoblado. Quisiera referirme brevemente a dos aspectos: a) la redefinición del concepto de crecimiento económico y c) su pensamiento ambiental

Es clara la apuesta del Papa por redefinir el modelo económico neoliberal que tenemos: este modelo se basa, entre otros, en el credo del crecimiento económico. Este credo implica para mantenerse una clara degradación y uso de los recursos naturales con lo cual se agrava el problema ambiental. Como sabemos, hoy en día muchos países no firman los tratados ambientales porque esto implicaría limitar la posibilidad de crecimiento. Es lo que sucede con la minera de oro a la extracción de carbón. Los Estados prefieren asumir el costo del deterioro ambiental al del crecimiento. Sin embargo, no se define la finalidad del crecimiento. Esta, como dice el Papa debe ser la dignidad humana y el bien común, es decir, el crecimiento debe tener un fin noble y es la mejora de la vida de todos os ciudadanos. Este crecimiento se mide en términos del Producto Interno Bruto, que básicamente mide las economías de acuerdo al nivel de sus exportaciones e importaciones. Pero como ha dicho André Gorz:

“Nada garantiza que el crecimiento del PIB aumente la disponibilidad de productos que necesita la población. En los hechos, ese crecimiento responde, en primer lugar, a una necesidad del capital, o a las necesidades de la población […] trae con frecuencia beneficios a una minoría en detrimento de la mayoría, y en vez de mejorar la calidad de vida y del medio ambiente, la deteriora”[2].

Como dice Gorz, el crecimiento está a favor del neoliberalismo, por eso su re-significación sólo puede detenerse con una economía diferente. Por esta razón el Papa propone un “desarrollo sostenible e integral”, aclarando que no basta conciliar, “en un término medio, el cuidado de la naturaleza con la renta financiera”. Hoy la academia le apuesta no sólo a superar el mito del crecimiento, sino a redefinir las necesidades humanas. Desde luego, estas requieren satisfactores que no siempre tienen que ser materiales. Al respecto ha dicho Erich Fromm: “Necesitamos determinar qué necesidades se originan en nuestro organismo, cuáles son resultado del progreso cultural, cuáles expresiones del desarrollo del individuo, cuáles son sintéticas, impuestas por la industria al individuo…”[3]. Es decir, deben eliminarse lo que Herbert Marcuse llamaba “las falsas necesidades”. En este aspecto, resulta útil el catálogo de necesidades que ha elaborado el economista chileno Manfred Max-Neef, donde el desarrollo se refiere a las personas y no a los objetos. Por eso se necesita un Desarrollo a Escala Humana, basado en necesidades como la subsistencia, la protección, el afecto, el entendimiento, la participación, el ocio, la libertad, la creación y la identidad. Por eso la propuesta del chileno aboga por un desarrollo endógeno, comunitario, de interdependencia y no de competencia[4].  En este sentido, van las exhortaciones del Papa, las cuáles se pueden resumir en la apuesta de Enrique Dussel: “Debemos imaginar nuevas instituciones y sistemas económicos que permitan la reproducción y crecimiento de la vida humana y no del capital […] Hay que fijar los ojos en las nuevas experiencias populares de economía social alternativas”[5].

El segundo punto, su ecológica o pensamiento ambiental, también converge con el pensamiento actual. La ecología entendida como la relación entre los organismos vivientes y el medio donde se desarrollan, el Papa se ha esforzado por dar una concepción integral de la misma. El ambiente no está allá afuera, sino que estamos insertados en él. Por eso, el Papa habla de una ecología ambiental, social, económica, cultural, y de la vida cotidiana. Esto implica el cuidado de la naturaleza, los saberes y patrimonios indígenas, de las comunidades, pero también cuidar los espacios en que nos movemos cotidianamente, como la ciudad, los transportes, la casa misma donde habitamos. El ambiente, concebido complejamente, en armonía con el hombre.

La naturaleza en este sentido, no es algo fuera de nosotros. Estamos inmersos en ella, somos parte de ella. De ahí la necesidad de pensar, estudiar y prever los efectos de las decisiones económicas y su impacto sobre los seres vivos. Esta concepción de la naturaleza y la vida fue la que promovió en Colombia el filósofo Darío Botero Uribe: somos un pedazo de cosmos, la naturaleza viene de la vida y come vida, es un rio de vida en el cual navegamos, de ahí que no debamos interrumpir los circuitos vitales, ni la fluidez vital de los ecosistemas. A esta concepción se lleva concibiendo la vida como una, como universalidad vivificante de la cual participamos[6].

Finalmente, esta ecológica llama a un cambio de comportamiento, a una trasformación de nuestros estilos de vida, nuestras prácticas y nuestros hábitos. No sólo se requiere transvalorar el exitismo, el consumismo, la competencia rapaz, el individualismo y el egoísmo, implica una sub- versión vitalista radical que perturbe la manera tanática como comprendemos el mundo. Esta subversión vitalista radical requiere cambiar nuestras maneras pensar, sentir y desear, sustituyendo así la modulación de los afectos y los deseos que el capitalismo libidinal nos impone, por nuevos agenciamientos de la subjetividad. Para llegar a esta revolución vital la educación crítica y la pedagogía son fundamentales, sostiene el Papa, así como la necesidad de que la ética controle el poder de la técnica y los poderes derivados de la ciencia y sus aplicaciones.

Son las anteriores consideraciones lo que evidencia que el Papa quiere una iglesia militante, práxica; comprometida con la felicidad de los más débiles en este mundo y en diálogo con la filosofía, las ciencias y las humanidades de nuestro tiempo, así como dispuesta al diálogo interreligioso y con otras culturas. Convencido como lo estaba el filósofo y psicoanalista Erich Fromm de que: “la supervivencia física de la especie humana depende de un cambio radical del corazón humano”.

[1] Todas las citas del Papa provienen de las encíclicas Exhortación apostólica. Evangelii Gaudium y Laudato sí. El cuidado de la casa común.

[2] André Gorz. Ecológica. Buenos Aires: Capital Intelectual, 2011, p. 104.

[3] Erich Fromm. ¿Tener o ser? México: Fondo de Cultura Económica, 2013, p. 190.

[4] Manfred Max-Neef. La economía descalza.  CEPAUR y NORDAN, 1985, p. 64.

[5] Enrique Dussel. 20 tesis de política. México: Siglo XXI, 2006, p. 104.

[6] Darío Botero Uribe. Vitalismo Cósmico. Bogotá: Corteza de Roble Editorial, 2ª edición, 2007, pp. 66 ss.

Damián Pachón Soto

Profesor Escuela de Trabajo Social, Universidad Industrial de Santander. Ha sido profesor invitado en varias universidades nacionales y extranjeras, ente ellas, la Universidad Nacional de Colombia, La Universidad de Antioquia, El Instituto Cervantes de Tokio, La Universidad de Nanzan en Nagoya y la Universidad de Estudios Extranjeros de Kobe en Japón. Autor de varios libros, entre ellos: Estudios sobre el pensamiento colombiano, Vol.1, Estudios sobre el pensamiento filosófico latinoamericano, Preludios filosóficos a otro mundo posible, Crítica, psicoanálisis y emancipación. El pensamiento político de Herbert Marcuse (2a ed.).