LA SOLEDAD DE NUESTRA DEMOCRACIA
Temo compartir la apreciación del triunvirato Obama, Castro, Bergoglio: puede que las fuerzas de los frágiles sean en Venezuela inmensa, colosal, incomparablemente más poderosas que en Cuba. Pero mientras no encuentren la dirección adecuada y se satisfagan con depositar un voto, seducidas por la democracia franciscana, nada cambiará. Sería inmensamente feliz si estuviera equivocado y un torbellino irrefrenable se apoderará de nuestro país la madrugada del 7 de diciembre. La esperanza, dice la sabiduría popular, es lo último que se pierde.
Antonio Sánchez García @sangarccs
El tiempo nos ha dado la razón y no es como para alegrarse: estamos solos. A raíz de los abrazos y salutaciones intercambiados con ocasión del encuentro en Panamá escribí hace unos meses que el acuerdo Vaticano, Washington y La Habana sobre Venezuela partía del supuesto que no existían fuerzas “endógenas” como para imponer un cambio sustancial en la situación venezolana, que ese cambio se jugaba a nivel de las cancillerías de dichos Estados y que el desenlace más previsible, llegado al borde del abismo por la descomunal ineficiencia de la satrapía castromadurista sería apuntar al nacimiento por partenogénesis de una Sexta República: un gobierno de transición – ¿hacia dónde? – PSUV/MUD con el fin de dar vuelta la página, hacer como que no ha pasado nada y caminar apoyados en el cayado de Bergoglio, la silla de ruedas de Fidel Castro y la limusina de Barack Obama.
Si Bergoglio, elevado a las alturas bajo el nombre de Francisco, logró el entendimiento Washington La Habana, ¿por qué no habría de lograr el entendimiento MUD/Raúl Castro para una transición de Venezuela hacia la democracia franciscana? Digamos: una democracia construida sobre trescientos mil cadáveres, tres trillones de dólares, el mayor saqueo habido en la historia universal y la práctica devastación de la Venezuela liberal y democrática. ¿O es que el reinaugurado entendimiento entre los Estados Unidos y la Cuba castrista ha dado cuenta de la desaparición de la Cuba pre fidelista, la prosperidad de que disfrutaran los cubanos hasta caer en la trampa del delirio revolucionario y olvidar los anhelos democráticos que empujaron a la caída de la dictadura batistiana, la liquidación de generaciones enteras de latinoamericanos seducidos bajo el arsénico de la tentación revolucionaria y la desaparición de la república de Cuba en las fauces de los descendientes del gallego Ángel Castro?
Nada de eso. Bergoglio ha cumplido al pie de la letra la afirmación de su compatriota Jorge Luis Borges, según el cual el único perdón era el olvido. El problema es que el olvido no es imposible si se refiere a los lejanos hechos del pasado, pero cuesta un mundo cuando se refiere a abusos, atropellos, desastres y devastaciones en pleno desarrollo. No digamos del futuro. Pues, ¿qué se esconde detrás del perdón a los cataclísmicos atropellos, abusos e iniquidades de los tiranos? ¿El mejor o el peor de los mundos?
Realpolitik llamó Bismarck a la disposición de los poderosos a mirar de reojo sobre traiciones e iniquidades entre potencias en conflicto. Tragarse un burro atravesado en bien de avanzar unos pasitos, tradujo en su pintoresco lenguaje nuestro gran Rómulo Betancourt. El grave problema, desde entonces, es que la Realpolitik – o realismo político – sólo la ejercen los poderosos, no los frágiles, que la sufren. Y cuya única Realpolitik es servir de carne de cañón de aquellos que se sirven de sus miserias para asaltar el Poder.
Temo compartir la apreciación del triunvirato Obama, Castro, Bergoglio: puede que las fuerzas de los frágiles sean en Venezuela inmensa, colosal, incomparablemente más poderosas que en Cuba. Pero mientras no encuentren la dirección adecuada y se satisfagan con depositar un voto, seducidas por la democracia franciscana, nada cambiará. Sería inmensamente feliz si estuviera equivocado y un torbellino irrefrenable se apoderará de nuestro país la madrugada del 7 de diciembre. La esperanza, dice la sabiduría popular, es lo último que se pierde.
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