¿Qué pasa en un mundo en donde el exceso de positividad aflora en todo momento? En donde cada vez me exijo más de lo que soy para alcanzar el bienestar deseado, y en donde el derecho a sentir cansancio o ira están al margen del sentido de bienestar.
El libro La sociedad del cansancio, de Byung Chul Han es una crítica al modo en que las personas nos relacionamos entre sí, y a la manera en la que es percibida la individualidad, en un tiempo en donde el exceso de positividad impera y el espacio para sentir aburrimiento se encuentra completamente relegado.
En la actualidad, las relaciones que construimos parten del concepto de reciprocidad, no hay vinculo en el presente que no contenga en sí la economía del te doy esto de mí, porque espero recibir esto tuyo. Si se tiene un capital cultural (los libros que leemos, los lugares que visitamos, etc.) se espera que las personas con las que uno se relaciona también cuenten con dicho capital, en este sentido siempre se está en función de dar, porque se espera recibir experiencias, conocimiento, dinero, o cualquier otra cosa haya sido entregada previamente con intencionalidad al otro.
La dificultad aparece cuando tal economía se torna desequilibrada y nos obligamos a nosotros mismos a dar más resultados, a ofrecer más de lo que somos, a buscar a un otro que sí cumpla con nuestros requerimientos, para sentirnos más realizados y satisfechos de mostrarle al mundo lo que somos y de quienes nos rodeamos.
Entonces vivimos el tiempo de la comunicación virtual, el consenso entre parejas, la disuasión con el jefe y la explotación ejercida hacia uno mismo. Va tomando forma una especie de violencia de lo positivo, donde vamos apartando las personas que ya no cumplen con el parámetro de reciprocidad deseados, pero que a la vez impedimos que se desvinculen por completo y hacemos lo posible por evitarles manifestar sentimientos negativos hacia nosotros, ya que la norma general que rige hoy es la del pensamiento positivo, la de sentirse bien con el otro, la de priorizar el bienestar a toda costa, la de ser mejor cada día sin perder el estatus de persona equilibrada que todo lo puede, y si en el proceso quedan excluidos quienes en algún momento hicieron parte de nuestra vida, hay que despedirlos debidamente con los agradecimientos protocolares y continuar con el cinismo necesario para que esto no importe.
El culto al hacer más que el otro y la culpa de no poder lograrlo, es lo que ha resultado de las metas que trazamos poniendo al otro como ejemplo. Byung Chul Han lo ha llamado la sociedad del rendimiento, que no es más que la positividad del siempre poder hacer en función de lo que la sociedad ha logrado, en ir superando cada vez el estigma que genera el quedar atrás, pero eso sí, siempre sonriendo y teniendo el orgullo de lograr tal o cual cosa por encima del desgaste físico, de la imposibilidad de completar un ciclo de sueño. En el presente no hay espacio para la interrupción, para detenerse y sentirse aburrido porque de inmediato buscamos unos audífonos con una larga lista de canciones seleccionadas para disipar la mente y tener el siguiente pensamiento con la pregunta de qué otra cosa hacer, cómo más rendir en esta carrera del yo puedo hacerlo todo. Y nos vamos percibiendo a nosotros mismos como la promesa de felicidad, que se ve perfecta, con el mejor ánimo, el trabajo más sobresaliente, la pareja admirable y hasta con tiempo de sobra.