“Satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás”; es esto lo que define la Real Academia de la Lengua Española como soberbia. También es relacionada frecuentemente con uno de los siete pecados capitales de la religión católica, caracterizado por una suerte de superioridad en la que se desprecia o desprestigia a los demás. Es este penoso sentimiento el que coexiste con otros antivalores en muchos de los integrantes del gobierno nacional. Destacando sólo dos de ellos -pues me extendería exageradamente en esta columna si analizáramos a más de las figuras de la política nacional- podemos ver cómo las diversas acciones protagonizadas por el ministro de defensa, Carlos Holmes Trujillo y el presidente de la república, Iván Duque Márquez, demuestran el escaso talante conciliador que posee cada uno.
Holmes ha demostrado en repetidas ocasiones su arrogancia frente a los reprochables actos cometidos por la fuerza pública en Bogotá y zonas rurales del sur del país. Como representante de las fuerzas militares y policiales no estuvo a la altura de la responsabilidad que recae sobre sus hombros; las víctimas de los hechos previos y posteriores a su posesión como ministro se sintieron ofendidas y burladas por sus hipócritas disculpas. Unas declaraciones mecánicas que no despertaron la mayor consideración por las familias de quienes fueron víctimas de la fuerza pública.
Evidentemente Holmes Trujillo está abonando terreno para ser el candidato uribista en las próximas elecciones presidenciales. Con la cartera del Estado se ha dedicado a hacer campaña sin el más mínimo reparo. No le responde a nadie por nada, no respeta las decisiones judiciales, no tiene control sobre los territorios en guerra, inculca un pensamiento bélico a los militares, en donde pareciera que el enemigo es la población civil. Pero cómo le pedimos que esté al tanto de sus funciones, si su cabeza está en el 2022. Esta vez no se quiere dejar quitar la presidencia por no conocer la talla de crocs de Uribe, ni cuántos pares de estos tiene, ni cómo se llama el caballo favorito de su verdadero patrón -preguntas que son habituales en los debates uribistas-. Esta vez va por la revancha, no permitirá que ningún novato que toque guitarra y haga cabecitas le quite su anhelado sueño de ser presidente de Colombia.
Duque, por su parte, terminó siendo el más brabucón de todos los precandidatos uribistas de las pasadas elecciones. Quien en campaña utilizó un tono más conciliador que sus pares del centro democrático, hoy como presidente cuestiona cualquier determinación judicial que involucre desfavorablemente a su partido político y, como si fuera poco, eligió un gabinete que no acata los fallos de las altas cortes. Su gobierno se ha vuelto altamente contraproducente para una democracia tan frágil como la colombiana. Mucho se ha comentado acerca de la ineptitud y desconexión de su gobierno con la realidad del país, de que pareciera que no se da cuenta de la violencia interna que estamos viviendo; pero me atrevería a decir que esa siempre ha sido su estrategia: no hacer nada; simular como si nada pasara. No intervenir en el asesinato de líderes sociales, hacerse el de la vista gorda frente a las múltiples masacres, hablar de manzanas podridas mientras la fuerza pública abusa de su poder hasta matar a los ciudadanos. Me niego a creer que alguien con la importancia de un presidente de la república esté naturalmente desvinculado de los eventos de su país; se trata, al contrario, de una posición planificada y malintencionada por ignorar a aquellos que piensan diferente. Duque, el silencio e inacción te hacen cómplice.
Sin irnos muy lejos, lo que sucedió con la minga indígena nos demuestra el nivel de soberbia y arrogancia del mandatario nacional. ¿Acaso se sentía inferior o débil por ceder ante las exigencias de la comunidad indígena? ¿Ganaba más guardando silencio y enviando una decena de representantes? ¿Era tan difícil comprender que la minga no quería intermediaciones y buscaban hablar con él? Duque, esta era una oportunidad para resarcir muchos de los errores de su administración. Una oportunidad, como en otras ocasiones, que usted dejó pasar nuevamente. Con el diálogo se construye, se aprende, se sale adelante, se entienden las causas ajenas, se comunican las ideas propias; con el diálogo se edifica un país en paz. Pero usted decidió dar la espalda, ignorar a una comunidad históricamente abandonada y discriminada; una población que ha demostrado estar a la altura de sus propias exigencias. Con su llegada a la capital, la minga impuso un precedente de que las manifestaciones pueden ser pacíficas y por ello no ser menos contundentes y simbólicas. Debió escucharlos, como algún día, estando en la oposición, propuso quien hoy es el jefe de la cartera de la defensa.
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