La salida de Sergio Restrepo y su cuarto de hora

“Lo que por agua viene por agua se va…” , dice el refrán.

El trabajo de Sergio Restrepo como director del Teatro Pablo Tobón Uribe (en adelante: TPTU) es destacable y por demás meritorio. Tanto los medios tradicionales como la prensa alternativa se han encargado de reconocer las bondades de su gestión y medir el impacto de su labor. Toca pensar entonces en la coyuntura para entender las características de la labor de la gestión y del gestor cultural en la ciudad de Medellín.

Con varios meses de antelación venía anunciándose la salida de Sergio Restrepo de la dirección del teatro. A pesar de lo anterior, parece que la decisión de su salida lo toma por sorpresa a él y a gran parte de los agentes culturales, tanto, que la noticia ha sido calificada como injusta por muchos adeptos, cercanos al estilo y a la visión de trabajo del director saliente. Además, no deja de tener un tufillo enrarecido de politiquería en la feria de las vanidades a la que estamos acostumbrados quienes hemos vivenciado el manejo del quehacer cultural en la Villa de la Candelaria.

¿Se le está cobrando una cuota política? Hay que reconocerlo, Sergio Restrepo va de frente con respecto al manejo del presupuesto nacional para la actividad cultural. Por esta causa cabe la posibilidad de que su salida se esté dando desde Bogotá por parte de funcionarios agazapados detrás de los escritorios del Ministerio. Sergio es consciente de que sus relaciones no son las mejores y ha manifestado a los medios alternativos que: “ellos quieren una renovación administrativa y están en su legítimo derecho a hacerlo, pero está claro que la razón por la que me piden irme del teatro es ser yo.”[1]

 

Lo importante es el TPTU y la cultura: lo que importa es el destino que tome el teatro, en cabeza de la administración de Federico Gutiérrez y a cargo de la Secretaría de Cultura Ciudadana. Por esta razón, los ciudadanos debemos hacer un ejercicio responsable de veeduría del manejo de nuestro patrimonio tangible e intangible. Así, los buenos gestores culturales tendrán continuidad y estabilidad en los cargos; Y, solo esto sucederá cuando suba la calidad del ejercicio político. De no ser así, seguirán legislando los micos en el Congreso, y los papagayos y las urracas jugando con el erario.

Ya ha sucedido antes: lo que le está pasando a Sergio Restrepo le ha sucedido a muchos otros gestores culturales con las mejores intenciones y sin tantos adeptos ni poder político; Restrepo lo sabe y debe estar preparado para ello, los que llegan a estos cargos siempre tendrán su cuarto de hora, así debe ser la gestión de los bienes patrimoniales.

Lo que preocupa es que la duración de un proyecto esté supeditada al manejo burocrático; a la política vanidosa e inmadura que se haga en cualquier rincón de Colombia. Los cargos y la gestión cultural deben dejar de ser cuotas burocráticas; no pueden ser espacios de acomodamiento para la ostentación de las familias pertenecientes a la élite local o nacional. Restrepo no es un novato, y sí fue nombrado como director del TPTU en administraciones pasadas y se mantuvo hasta ahora fue porque estaba untado en la pomada y tenía no solo condiciones para trabajar allí sino porque también jalonaba votos; amores y odios; en síntesis: vanidades.

No puede negarse que Sergio Restrepo tiene el respaldo de gran parte de los agentes culturales y de ciertos sectores políticos; por eso se desea que a futuro siga ascendiendo en la gestión y en la administración del patrimonio cultural, porque es un líder y el país necesita ciudadanos que cambien los viejos paradigmas, pero, es necesario que la política cultural y los gestores maduremos y crezcamos; que esta experiencia sirva de aprendizaje a la ciudadanía, porque los cargos culturales no son principados.

P.D. Es previsible que la mayoría de indignados cercanos al saliente director no reconozcan esta versión del viejo adagio, porque vienen de allí y están sumergidos hasta el cogollo: ¡lo que por politiquería viene por politiquería se va!

Olmer Ricardo Cordero Morales

Pertenezco a la llamada “Generación Perdida”; la de aquellos que crecimos en medio de la guerra del narcotráfico contra la sociedad en las décadas de los años 80's y 90's. Soy lo que yo denomino un "medellinologo", es decir, un investigador urbano que se ha dejado atrapar por una ciudad tan compleja como lo es mi ciudad, a la cual todos sus poetas y escritores le han cantado con una profunda mezcla de amor y odio.