La aparición de las niñas indígenas del Guaviare ha removido capas muy profundas de la idiosincrasia colombiana promedio mediada por los canales hegemónicos de comunicación. Digo “aparición” y “niñas” a propósito.
En primer lugar, definir lo ocurrido como un “encuentro” resulta insuficiente debido a que la racionalidad de este término no nos alcanza para comprender lo descrito por la Guardia Indígena y el Ejército; contra todo pronóstico y agotados todos los recursos de la inteligencia militar, las niñas aparecieron, o mejor, se aparecieron. En segundo lugar, se trata de Lesly (13 años), Soleiny (9 años), Tien (4 años) y Cristin (1 año), 3 niñas y un niño, que, guiadas por el amor, la dulzura y el cuidado de la mayor, resistieron a tan difíciles circunstancias luego de perder a su madre. Todo tiene rostro de mujer: el dolor ante la pérdida de la madre, la protección de la madre selva y la sabiduría de Lesly que les guía.
La Guardia Indígena levanta cabeza luego de haber sido ferozmente atacada por el Gobierno del expresidente Iván Duque, políticos aliados y por los medios hegemónicos de comunicación en 2021. Es imposible interpretar lo que sucedió en el Guaviare sin volver sobre la sistemática estigmatización a la que el establecimiento colombiano ha sometido a la Guardia, a la Minga y al mundo indígena desde antaño. Y, aunque entre 2021 y 2023 haya solo un número de diferencia, existe un abismo entre las palabras que reconstruyen el discurso institucional y social entorno a lo indígena.
Siguiendo los consejos del sabio mundo indígena, no vale la pena gastar energía vital en enunciar eso que nos han querido instalar en la memoria sobre lo que es la Guardia Indígena porque lo esencial ahora es usar la palabra dulce, fresca y tranquila, que nos mencionaba Nicolás en esa histórica entrevista ante RTVC, sistema de medios públicos, que revitaliza la comunicación pública y que se acerca a la Guardia para indagar de manera respetuosa sobre las enseñanzas que deja este importante acontecimiento.
Seguir este consejo nos cuesta porque a pesar de la belleza del momento y la voluntad que tenemos de mirar hacia adelante y avanzar, sigue muy presente, demasiado, el 2021 y el Paro Nacional, como una herida abierta que arde, incomoda y demanda nuestra atención. El nuevo Gobierno y su terquedad en promover el diálogo como política de Estado, ha facilitado también el diálogo entre saberes, abriendo caminos y habilitando nuevos espacios para pensarnos como Nación. Esta actitud institucional no habría sido posible bajo el paradigma antagónico, racista y colonial bajo el cual se venía gobernando Colombia.
Ahora bien, el sólo hecho de percibir el cambio de paradigma comporta ya un nivel de comprensión sobre las cosas al que no todo el país tiene acceso. Hoy más que nunca es necesario el desarrollo de herramientas pedagógicas a nivel social y a nivel institucional que permitan a la sociedad civil en su conjunto desaprender y desmontar esas concepciones mezquinas que estrechan la mente. Como dijeron los guardias en la entrevista, para encontrar a las niñas se necesitó además de la inteligencia militar, de la inteligencia espiritual, y en ese sentido, una pedagogía con pretensión transformadora tiene que apuntar a la mente, al corazón y al espíritu.
Sé que es muy difícil imaginarnos a los políticos tradicionales reconociendo el lugar que los grupos étnicos y sus saberes ancestrales merecen, pero ellos no representan ni a las mayorías ni a las minorías y esa es una de las manifestaciones de nuestra democracia restringida, raquítica o en harapos, como dirían mis maestros, aspecto que también tendría que abordarse desde la teoría política y constitucional. El país merece una política que desarrolle la filosofía de la Constitución de 1991, que reconozca en Lesly, sus hermanas y hermano nuestras raíces y que en igualdad de condiciones permita no sólo el intercambio de saberes sino la toma de decisiones sobre el futuro que nos pertenece a todas por igual, rechazando la vieja costumbre en esta arena, de la política de la pose para la foto.
Necesitamos como colombianos sobreponernos a la estrategia estupidizante: entre Tik Tok, Caracol, RCN, Semana, la música basura, los influencers palurdos y los filipichines de la política, no se hace uno solo. En un momento en que varias cosas de la vida nacional se están removiendo o transitando, se requiere igualmente de mucha sensibilidad para aproximarse a las personas adictas al pasado, que se han acostumbrado a sufrir, a mendigar, a dar poco y a recibir nada. El mundo es mucho más amplio y más profundo de lo que les funciona a quienes han dominado la construcción del sentido común.
En posteriores columnas pretendo desarrollar algunas de esas enseñanzas que nos dejan los nuevos rostros de la sabiduría indígena.
Todas las columnas de la autora en este enlace: https://alponiente.com/author/carolina-gomez-urueta/
Comentar