En los meses de julio y agosto, la mayor parte de la agenda de los medios de comunicación, estuvo copada de noticias sobre múltiples incendios a lo largo y ancho del planeta. El que más eco tuvo, dada su importancia ambiental para la humanidad, ha sido el que se generó en la Amazonía brasileña, considerada el pulmón del mundo, al producir, aproximadamente, el 20% del oxígeno total del orbe. Sin embargo, la respuesta de nuestros líderes no ha hecho más que dejar muchas expectativas y poca complacencia.
De acuerdo con los datos del Weather Source y las imágenes del Earth Observatory de la NASA, se logró detectar que, a mediados del mes de agosto, ocurrieron grandes incendios no solo en Brasil y Bolivia, sino también en países como Australia, Indonesia, Zambia, Sudáfrica, Tanzania o Rusia, mientras que los más grandes se presentaron en la República del Congo y en Angola. Dicha problemática debería ser el punto de partida de la agenda de los gobiernos del mundo. No obstante, no ha sido así.
Este grave acontecimiento no supone una problemática coyuntural. Dicho flagelo, según el libro de Bernard Campbell ¨Ecología Humana¨, se ubica en la temporalidad en las primeras etapas del desarrollo urbano, a un asentamiento, un río cercano al espacio urbano. Y por supuesto, destacando que la tala indiscriminada de árboles y los incendios, si bien contaminan, no constituyen una única parte del problema, es decir, la aniquilación del único organismo viviente encargado del reemplazo del Dióxido de Carbono que exhalamos por el oxígeno que inhalamos.
Esta crisis humanitaria he llevado al mismo presidente de Colombia, a declarar un nuevo pacto de cara a proteger la Amazonía. Ello, sin saber que el OTCA (Organización de Cooperación del Tratado del Amazonía) con 40 años de existencia producto del Tratado de Cooperación Amazónica firmado por Bolivia, Brasil, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam, Venezuela y Colombia, oficia como organismo encargado específicamente, de los asuntos que tienen que ver con el Cambio Climático, preservación de la vida amazónica, infraestructura en el clima de transporte en la Amazonía, preservación indígena y preservación de la flora y fauna. Ya existe y se pueden ver reflejados sus avances en preservación de la cuenca amazónica, a través de su página web.
Teniendo en cuenta lo expuesto anteriormente, para el tratamiento de coyunturas puntuales como la mencionada, cómo los mandatarios tienden a ser propensos a ejercer la retórica en momentos en los que son requeridas acciones concretas pero, sobre todo, ante la necesidad imperativa de detener el Cambio Climático, que amenaza a la humanidad. En estas circunstancias los conceptos como ¨soberanía¨ y ¨no intervención¨ deberían dar paso al costado, para que permitan cumplir con la ejecución del propósito mencionado, dejando los citados conceptos en un segundo plano, en lugar de seguir acentuándolos, tal y como ocurrió en la inauguración de la 74º sesión de la Asamblea General de Naciones Unidas de este año.
Hoy en día, la sociedad global está exigiendo más acciones y menos retórica, algo de lo que los mandatarios no han podido desprenderse por afán constante de acaparar protagonismo; una cosa es comunicar, y otra actuar.
En este caso, se debe tener en cuenta la importancia de un discurso caracterizado por la función social que este cumple, es decir, generar influencia a través de los mismos, en aras de trazar un camino, u hoja de ruta que indique hacia dónde van los pueblos. Razón de peso para que en la Asamblea General de Naciones Unidas, los discursos de los ¨decision makers¨ fueran dirigido a buscar soluciones para combatir el cambio climático.
En este caso particular, es preciso admitir que existe todo un arte en lo retórico, exceptuando el orden y la claridad. Hay un tratamiento para confundir a las masas con decir todo y nada al mismo tiempo, o en su defecto, contrariar lo que se dice con los hechos. El considerado padre de la retórica Empédocles de Agrigento, definía conceptualmente la palabra ¨retórica¨ argumentando su capacidad de referenciar el mundo y de inventarlo; de decir en sentido recto y figurado; de decir la verdad y de mentir; de evadirse y comprometerse; de generar confiabilidad y desconfianza. En sí, su definición es una paradoja, ahora es solo cuestión de imaginación como aplicarla y como es recibida por el receptor.
Sin embargo, si se busca hablar de lo fáctico, es preciso admitir que todo el arte retórico en su aplicabilidad, tiende a ser artificioso y figurado en la invención de palabras interpretadas con elocuencia, exceptuando su orden y la claridad para dirigir un mensaje. Platón concebía el arte de la retórica como un sofisma, ya que sólo servía para insinuar ideas equivocadas, mover las pasiones y para reducir a las emociones, los debates públicos y juicios.
Como se puede apreciar en este párvulo análisis, la aplicación de la retórica no contribuye ni en la construcción, ni en la evolución, ni mucho menos en la búsqueda de consenso para generar resultados en lo urgente y en lo importante en la lucha contra el Cambio Climático.
La solución a esta problemática no se hace a través de discursos repetitivos en el estrado de la Asamblea General de Naciones Unidas, sino a través de la integración de todo el conocimiento y recursos de todos los países del mundo, siendo este también uno de los papeles más importante que cumple la organización internacional más importante del mundo como lo es Naciones Unidas.
Como dijo el senador romano Cayo Tito: ¨Verba volant, scrīpta mānent¨. Las palabras vuelan, lo escrito queda, pero en nuestro caso: las acciones prevalecerán.