“(…) a menudo, un pueblo se encuentra en estado de lucha continuada porque, a veces, durante generaciones, ha sido prisionero de la <<versión oficial>> de la historia”
(David Grossman, 2010).
“Los medios de comunicación, arrinconados por su pobreza de medios para nombrar las cosas en el mundo, han denominado a este tipo de manifestaciones –siguiendo el dictum de algún político o jefe de policía, nuestros maestros de retórica– <<cartel de los vándalos>>. Si bien hay conductas criminales allí, la pregunta central debería ser por qué, no quién”
(Andrés Saldarriaga, 2018).
En una serie de ensayos que llevan por título Escribir en la oscuridad, David Grossman (2010) afirma que entre más se dilata en el tiempo un conflicto político, más se desgasta el lenguaje con el que se describe, analiza e interpreta. De manera paulatina, lo que se dice se soporta en una serie de lugares comunes que enturbian su consideración crítica. El lenguaje utilizado por Instituciones como el ejército, la policía y los organismos gubernamentales se transfiere a los medios de comunicación, cerrando el universo de la crítica y convirtiendo el conflicto en lo que dichas instituciones y los medios de comunicación deciden que sea. Al parecer, si los seres humanos se acostumbran al conflicto, el lenguaje también debe hacerlo. Por eso, los intelectuales, los académicos y los profesores tienen que luchar en contra de la parálisis crítica que inaugura acostumbrarse a lo intolerable. Es decir, no pueden dejar de escribir.
Para muchos de nosotros, como señala Grossman (2010), escribir es una necesidad. Cuando se escribe el mundo no está paralizado: el mundo se mueve y nosotros con él. En efecto, tiene límites complejos, pero estos pueden, de hecho, deben alterarse porque solo en su movimiento el mundo se revela vivo. Así, escribir es también el proceso mediante el cual muchas de las dolencias del mundo pueden ser sanadas. Por eso defendemos el lenguaje que hace posible la escritura, no solo porque trabajamos con él, sino porque en él vivimos. En la escritura confirmamos nuestra cualidad de seres vivientes. Se escribe para no ser una víctima y para rechazar convertirnos en un victimario. Por eso, escribir es un acto de reparación. Hay que escribir, por supuesto, como si nadie más pudiera decir lo que tenemos para decir. Escribir como si solo de nosotros dependieran las vidas que imploran su restitución en la escritura.
Escribir sobre lo intolerable, esto es, sobre las vidas amenazadas, probablemente sea una de las pocas acciones que nos permiten afirmar nuestra libertad. Nos ponemos en riesgo con estas vidas, pero lo hacemos en nombre de una humanidad compartida que sufre lo intolerable. De este modo se comprende por qué para Walter Benjamin escribir significa encender señales de alarma, avisar el fuego que nos acecha. En ello descubrimos que es necesario volver a comenzar, hay que reescribirlo todo para realizar en el mundo aquello que no hemos sido capaces de realizar: una humanidad reconciliada consigo misma. Una humanidad que ha superado la explotación y la dominación. En otras palabras, escribir sobre lo intolerable consiste en afirmar la libertad del pensamiento y en hacer de la escritura un vivir de otro modo.
Estas letras están motivadas por la indignación, un afecto que, si apelamos al giro afectivo (affective turn), puede movilizar las fuerzas políticas de las que disponemos. Daniel Quintero, alcalde de Medellín recientemente elegido, a través de protocolos diseñados por él y su gabinete (jamás consensuados con la comunidad universitaria), el jueves 20 de febrero del presente año convierte a la Universidad de Antioquia en un campo de batalla donde, tal vez, pone a prueba sus aspiraciones políticas más allá de la Alcaldía. En respuesta, el 21 de febrero, el profesor del Instituto de Filosofía, Andrés Saldarriaga (2020), publica una columna filosófica titulada Tombos en la U, afirmando: “Lo del jueves veinte de febrero no fue política, fue fascismo. Y en eso se resume el progresismo de los progre: tombos en la u”. Hablar de fascismo es indicado, aunque cause estupor en las conciencias felices. El alcalde se impone con una fuerza desproporcionada sobre un movimiento social que no tiene la misma capacidad de respuesta. No solo lo acompaña la violencia legal, sino que lo respalda una opinión pública a la espera de un nuevo (falso) mesías que, por fin, haga arder, de una vez por todas, lo que resta de la Universidad y de los movimientos sociales.
El mismo 21 de febrero, el profesor Francisco Cortés, también del Instituto, publica una columna titulada El tropel, ¿en o fuera de la universidad?, no en respuesta a la reciente columna del profesor Andrés Saldarriaga, sino a una anterior que lleva por título la inevitabilidad del tropel dadas las actuales circunstancias. Allí, el profesor Saldarriaga (2018) escribe y dice verdad, al argumentar que “Rechazar el tropel es querer eliminar un gesto que deja ver algo que está más allá de él mismo. Sé que estas líneas podrían ser tomadas como una vindicación del tropel. Pero en cualquier caso deben ser leídas como un rechazo de la sociedad que hace del tropel algo inevitable”. El argumento versa sobre la necesidad de considerar, más que los quiénes del tropel, las estructuras de la sociedad que actúan para hacer del tropel uno de los pocos gestos con los que se expresa un descontento histórico. Una política verdaderamente democrática no puede basarse en la creación, búsqueda y persecución de los “enemigos de la sociedad”, sino en la voluntad explícita por desmontar, una a una, las estructuras que enfrentan a los seres humanos entre sí. Sin embargo, el profesor Cortés (2020a) responde sin apreciar los matices del argumento: “El cambio radical que propone Saldarriaga es más poderoso que el que propusieron las guerrillas que surgieron en los sesenta y setenta, y mucho más que el que ha emprendido, con muchas dificultades y problemas, la izquierda liberal y democrática en los últimos años”. Más adelante: “La pregunta es ¿por qué no se ha podido erradicar el tropel de la universidad pública que la mantiene atada a la violencia? La respuesta es porque autores como Andrés Saldarriaga y otros continúan buscando lugares absolutos: el comunismo, el paraíso terrenal, el estado de igualdad original, etc.”.
El día 2 del presente mes de marzo, despierta con la amenaza a la integridad física, intelectual y moral del profesor Andrés Saldarriaga. Un hombre que desde los claustros universitarios enseña a pensar, incluso, más allá de lo dicho, contribuye a liberar el pensamiento. La amenaza es tajante, no discute ni argumenta nada, impone el veredicto de la no discusión y del no argumento. La amenaza, al mejor estilo del panfleto, firmada por las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (aunque después se pone en duda su veracidad), no solo se vierte contra el profesor Andrés Saldarriaga, sino en contra del lenguaje y en contra de la escritura. En otras palabras, es amenaza contra todo lo que nos hace libres. El mensaje está claro: nos quieren en silencio. En un comunicado, horas más tarde, el profesor Francisco Cortés (2020b) se desliga completamente de la amenaza que se cierne sobre el profesor Saldarriaga. Poco levanta su voz en nombre del derecho a la integridad física, intelectual y moral del profesor amenazado; y mucho, eso sí, en nombre de su propia altura académica (como si esta estuviera por encima de la actual situación que amenaza con borrar los derechos de un colega y compañero); se afirma en lo dicho y, por medios escritos, se asegura de velar por su integridad. El final de su comunicado no puede ser más formal: “Reitero, no tengo ninguna responsabilidad con el hecho y de que el profesor Saldarriaga haya sido amenazado y lamento mucho esta horrible situación que rechazo enfáticamente”.
Consideremos qué significa ser responsable. En un valioso libro titulado Dar cuenta de sí mismo. Violencia ética y responsabilidad, Judith Butler (2009) se sirve de Adorno para argumentar que en la indiferencia ya está actuando la violencia. El yo está llamado a dar cuenta de sí mismo, pero, al hacerlo, descubre que su formación está inscrita en una temporalidad social. Ese yo no tiene una historia ajena a la historia económica, política y cultural; esta lo precede y ha servido para crear las condiciones, exiguas o no, de su formación. En términos generales, la narración en torno a la formación del yo no coincide, al menos no plenamente, con lo que el yo, por pura economía, no es capaz de representar (el no-yo). En esto consiste la posibilidad de separarse y negar el haber participado o participar de aquello que se arroja al basurero del no-yo. Sin embargo, la misma Butler, siguiendo a Levinas, afirma que imaginamos que solo somos responsables de lo que causamos directamente o de lo que puede atribuirse a nuestras intenciones. Pero, la responsabilidad no está amarrada a la libertad de obra o de pensamiento. Está claro que, en un sentido formal, somos responsables por lo que hacemos. Pero, más importante que eso, lo somos en virtud del llamado a responder por la relación que nos une con los otros. Somos responsables de la amenaza al profesor Saldarriaga. Lo somos porque compartimos la historia de esta ciudad y de este país que nos precede. Somos responsables porque hemos sido estudiantes, colegas y compañeros suyos.
Sí, profesor Cortés, usted también es responsable de la amenaza proferida al profesor Saldarriaga, no solo por la historia de esta ciudad y de este país, no solo porque algún tipo de relación lo una al profesor. Usted es responsable al señalar su nombre declarando que el cambio propuesto por él es más poderoso que el propuesto por las guerrillas. Usted es responsable al apuntar que el tropel en la Universidad, atado, según su criterio, a la violencia, no cesa porque autores como el profesor Saldarriaga lo mantienen vivo. En un país donde ser tachado de guerrillero es haber sido convertido en objetivo militar, usted afirma que la intervención pública del profesor Saldarriaga, su escritura, al fin y al cabo, el modo de ser de los profesores, resulta más peligrosa que la violencia emprendida por la misma guerrilla. En cualquier caso, su declaración de no responsabilidad solo puede leerse como meramente formal y nada más. Por supuesto, rechazamos radicalmente y sin discusión la amenaza en contra de la integridad de cualquier ser humano, pero, también hay que rechazar el esfuerzo de liberarse de la responsabilidad por la amenaza al profesor Saldarriaga, como si solo a él le correspondiera enfrentar esta situación intolerable para todos.
Fuentes revisadas
Cortes, Francisco. 2020a. El tropel, ¿en o fuera de la universidad? Disponible en: http://lanzasyletras.com/el-tropel-en-o-fuera-de-la-universidad/
Butler, Judith. 2009. Dar cuenta de sí mismo. Violencia ética y responsabilidad. Buenos Aires: Amorrortu.
Grossman, David. 2010. Escribir en la oscuridad. Barcelona: Debate.
Saldarriaga, Andrés Eduardo (2018). Sobre la inevitabilidad del tropel dadas las actuales circunstancias. Disponible en: http://lanzasyletras.com/sobre-la-inevitabilidad-del-tropel-dadas-las-actuales-circunstancias/
Saldarriaga, Andrés Eduardo (2020). Tombos en la U. Disponible en: http://lanzasyletras.com/tombos-en-la-u/