¡La República ha muerto!

La demolición del monumento a Los Héroes en el norte de Bogotá no es solamente un hecho histórico relacionado con el inicio de las obras públicas del Metro de Bogotá o una de las consecuencias de las manifestaciones violentas de sesenta y tres días en todo el país. Esto es un mensaje de advertencia sobre el triunfo de la resignificación de los valores, principios e historia del país como agenda de unas élites…y como dice la canción se hará “por la mala o por la buena”


“El marxista llama “verdad de clase” la que su clase le impide entender”

“En el “patriotismo” de la revolución francesa resurge un atávico reflejo de adhesión gregaria a su tribu.

En su “emigración” expira el paradigma de la adhesión consciente del hombre libre a una lealtad jurada.

Nicolás Gómez Dávila, filósofo y políglota colombiano cofundador de la Universidad de los Andes (Cajicá, Cundinamarca 1913-Bogotá D.C. 1994)

Hoy, 25 de septiembre cuando firmo la presente columna, hay un aire climático y anímico de nostalgia y tristeza en Bogotá, sobre todo en su parte norte. Saben los que me conocen en el mundo político e histórico, que hace muchos años me curé por voluntad propia del mal del bolivarianismo y los mitos independentistas, no obstante, el símbolo de la cultura colombiana y la identidad común de los países andinos es, nos guste o no el sentido bolivariano de la historia; tanto como lo es la hispanidad, el núcleo común de la identidad de TODA América (TODA es TODA, inclusive los territorios de Estados Unidos, Canadá y las Antillas Caribeñas fueron descubiertos, descritos y poblados primero por España siglos después que otras naciones europeas por la competencia imperialista llegaran al Nuevo Continente).

Nada me llena más de dolor que el progreso de las agendas de destrucción de la Historia, cultura y legado tradicionales colombianos. Y sin el error de caer en las teorías de la conspiración o malinterpretación de conceptos sociológicos, antropológicos o filosóficos. Si existe un bando que quiere destruir y refundar a eso que algunos llaman Occidente y quitarle por completo las tradiciones, costumbres y derecho de origen greco-latino, hispánico y cristiano. No en vano, la mayoría de agendas de los partido radicales nacionalistas de países y regiones de esos mismos países en Europa ya no se basan en la dualidad histórica de las guerras entre católicos y protestantes, o siquiera en el regreso del Islam a sus antiguos dominios del Al Andaluz en España (lo que ha sido bandera del efímero Partido islamista PRUNE como en el grupo terrorista Estado Islámico o ISIS que reivindicaba los dominios en dichos territorios y el “deber sagrado” de su reconquista).

En síntesis y resumen de esa lucha, si se quiere entre las concepciones de “bien” y “mal” con las que nuestras generaciones pasadas y actuales han regido su conducta individual y en sociedad durante siglos puede resumirse entre los que entendemos que la naturaleza de la vida y el Universo es el cambio constante e inevitable y que se debe cambiar junto al cambio, y hacer una transformación interior y exterior racional, dirigida y empática dentro de unas reglas de conducta. Y existe la otra posición que es acelerar los cambios, en especial en el orden político y administrativo de las sociedades, destruyendo de facto las reglas del juego, generando destrucción, ruptura y conflicto de tejido social. Todo eso, es lo que llaman con romanticismo, maldad e ingenuidad combinadas los historiadores y promotores culturales del caos “revoluciones”.

En este momento, los liderazgos juveniles que se van a elegir en Colombia en las votaciones del 5 de diciembre no solamente son importantes por definir en una especie de “elecciones primarias” a nivel nacional -las primeras después de pandemia sin contar las atípicas municipales de alcaldías- sino en que desde las bases ciudadanas se podrán priorizar dos puntos vitales: la reconstrucción del tejido social, económico y ambiental de las comunidades; y el freno a la destrucción de los símbolos, costumbres, tradiciones, comidas, expresiones de lenguaje, estética y vestuario que enmarcan una identidad que debe cambiar a no normalizar como tradición lo que va frenando el desarrollo de la dignidad humana, pero que conserve la naturalidad de la razón y la civilización humana.

La Colombia decente y consciente de su historia está de luto. Pero el dolor de l luto se supera y se sigue adelante. Para que no tengamos que afirmar en vez de preguntar si la República se ha muerto.

 

Jhon Jairo Armesto Tren

Con estudios en Administración ambiental de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas-Bogotá. Veedor ciudadano en presupuesto electoral de la Universidad desde 2011 hasta hoy registrado ante la Personería de Bogotá. Columnista de opinión en varios medios de comunicación digitales desde 2013. Actualmente director publicitario de El Nodo Colombia y columnista habitual, además en El Quindiano (Armenia) y Diario La Piragua (Montería, Córdoba)

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  • Comparto el sentimiento. Es la locura del poder, la golosina del demagogo y de un rebaño que, como el bolero, recibe su «miénteme más» todos los días.