El Hospital San Juan de Dios de la ciudad de Bogotá, una de las joyas arquitectónicas e históricas del país, está en proceso de renacer. Fundado en 1564 por el religioso Fray Juan de Barrios, su historia refleja el devenir de la salud pública en Colombia. Este emblemático hospital ha sido testigo de cómo la atención a los enfermos se entrelazó con los valores religiosos durante la época del imperio español y de cómo las crisis administrativas contribuyeron a su cierre en 2001. Ahora, su reapertura prometida para los próximos años plantea preguntas fundamentales sobre el manejo de sus espacios y recursos.
Desde su fundación, el San Juan de Dios enfrentó problemas relacionados con la gestión y el uso de sus instalaciones. Durante el periodo del antiguo régimen, se documentaron episodios de hacinamiento que comprometieron la calidad del servicio, así como una administración que priorizaba las necesidades de los religiosos sobre las de los pacientes. A pesar de estos desafíos, el hospital logró consolidarse como un refugio para los más vulnerables, gracias al apoyo de limosnas y donaciones.
La reciente decisión de restaurar el hospital ha generado grandes expectativas. Sin embargo, también es motivo de preocupación que los errores del pasado puedan repetirse. Por ejemplo, el manejo inadecuado de los espacios podría limitar su capacidad para cumplir con su función social. La cancelación de un contrato para demoler una torre, promovida por el gobierno de Gustavo Petro, ha puesto en el centro del debate cómo deben usarse estas instalaciones: ¿privilegiarán su historia o su utilidad moderna?
Es fundamental que esta reapertura no se limite a una restauración arquitectónica. El proyecto debe incluir un enfoque integral que contemple una administración eficiente y transparente, así como la adaptación de los espacios para responder a las necesidades actuales del sistema de salud. Sin esta visión, el San Juan de Dios corre el riesgo de convertirse en un monumento vacío, más que en un hospital funcional.
Además, resulta preocupante que, en pleno siglo XXI, se sigan discutiendo las mismas falencias que aquejaron al hospital hace siglos: la falta de coordinación entre los administradores y el Estado. Esto subraya la necesidad urgente de aprender del pasado. Durante el periodo colonial, se implementaron medidas como auditorías externas a las finanzas del hospital. Esto serviría como un modelo para garantizar la rendición de cuentas en su nueva etapa.
La reapertura del San Juan de Dios representa una oportunidad para reconciliar a la ciudad con su historia y fortalecer la salud pública en el país. Sin embargo, esta meta solo se alcanzará si se establecen mecanismos claros de gestión que combinen la eficiencia, inclusión y sostenibilidad. El hospital no debe ser solo un recordatorio de lo que fue, sino un ejemplo de lo que puede ser un servicio de salud comprometido con el bienestar colectivo.
Finalmente, el reto de revivir el San Juan de Dios es también un llamado a reflexionar sobre el valor que le damos a nuestro patrimonio histórico. Más allá de restaurar sus muros, debemos garantizar que sus espacios se conviertan en escenarios vivos de atención y cuidado. Esto incluye diseñar estrategias que involucren a la comunidad, desde pacientes hasta profesionales de la salud, en la definición y uso de los espacios. Asimismo, es crucial implementar programas educativos y culturales que refuercen el sentido de pertenencia hacia esta institución. Solo así este hospital podrá volver a ser el ícono de esperanza y solidaridad que fue en el pasado, consolidándose como un ejemplo de cómo la historia puede integrarse con las necesidades del presente y el futuro.
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