La realidad colombiana

La realidad colombiana, indudablemente, es una realidad violenta, terrorista, extorsiva, insegura, pretenciosa, contenciosa, viciosa, amargada y generosa a la vez. Así es el país. Colombia lleva 200 años pelando consigo misma y con sus habitantes. Pelea la Patria, pelea el Estado, pelea el Gobierno, pelea el pueblo. Pelean todos contra todos y contra nadie. Solo quieren pelear. Pelean sin ningún propósito. Y en medio de tanta pelea… Colombia lleva dos bicentenarios de independencia en una lucha criolla que todavía no ha definido un rumbo para esta potencia geopolítica que siempre se ha reconocido como potencia natural, social y cultural.

Los analistas exiliados dirán que “al menos bajo el dominio de los españoles” teníamos una meta más definida que era ser explotados por nuestros gobernantes, dueños y señores. Pero, al fin y al cabo, eso sigue siendo igual. La clase política actual sigue siendo la dueña de todo y la que decide por todo. Los colombianos nunca han tenido claro que pueden decidir y quejarse sobre lo que quieran, pero nunca, óigase bien, nunca, sobre el tributo; sobre las finanzas del Estado ni sobre nada que ponga en riesgo los intereses de la burguesía tradicional: esa que mencionan cada dos párrafos en cada columna de los medios del país.

Colombia ha sido comparada, una y otra vez, con Suiza, con Japón, con Singapur, China y hasta Estados Unidos, en cuanto a su capacidad de productividad y rentabilidad a la hora de generar desarrollo sostenible, duradero y efectivo.

Los colombianos tienen todos y cada uno de los recursos necesarios para ser una potencia mundial que de ejemplo a los demás países que afrontan problemas sociales que frustran su desarrollo económico. Colombia le lleva años de ventaja a cualquier país en materia de desarrollo pero así mismo les lleva años de ventaja en corrupción administrativa. Parece que la naturaleza de la corrupción es inherente a nuestra identidad.

No sabemos si necesitamos guerra, o paz, o las dos, o un dictador. No sabemos nada. De vaina nos sabemos el himno. Y ni eso. Porque si nos supiéramos todas sus estrofas al menos saldríamos a votar cada vez que debiéramos hacerlo. No votamos. Solo criticamos. Y ni eso, tampoco criticamos. Solo despotricamos opiniones sustentadas en lugares comunes sin validez real. Con razón dicen que Colombia no tiene memoria: si cada vez que hay elecciones aumenta la gente que dice que “votar no sirve para nada”.

Jaime Garzón, uno de los mejores periodistas y críticos que ha parido Colombia, decía todo el tiempo que si los jóvenes no asumen al mandato de su país nadie se los va a venir a gobernar. Razón tenía. Y los jóvenes no hacen caso. No asumen que su indiferencia, a fin de cuentas, es la que está determinando el destino de esta nación.

¿Votar no sirve para nada? Eso es una falacia. Un sofisma. Eso es mentira, una calumnia. Votar si sirve para algo: sirve para determinar el rumbo de un país, de una población, de la vida, de la tranquilidad y del sosiego. Votar sirve para estar en paz con uno mismo y con su patria. Con Dios y con todos los que nos rodean. Votar, a fin de cuentas, es lo que cuenta para saber si uno está decidiendo sobre lo qué quiere o no.

[author] [author_image timthumb=’on’]https://scontent-b-lga.xx.fbcdn.net/hphotos-frc3/t1.0-9/1509746_1416843081906886_1907153019_n.jpg[/author_image] [author_info]Jesus David Aranda Carrillo Comunicador Y Relacionista Leer sus columnas. [/author_info] [/author]